Garc¨ªa M¨¢rquez, en sus palabras
Un repaso a los momentos m¨¢s destacados de 'Vivir para contarla', el libro de memorias que el Nobel colombiano public¨® en 2002
A Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez le faltaba un mes para cumplir los 23 a?os y viv¨ªa en Barranquilla, donde colaboraba en el diario El Heraldo, cuando su madre, Luisa Santiaga M¨¢rquez, le pidi¨® que la acompa?ara a Aracataca para vender la casa de sus padres, el coronel Nicol¨¢s M¨¢rquez, Papelopara sus nietos, y Tranquilina Iguar¨¢n. Gabo, o Gabito, como le llamaban familia y amigos, no ten¨ªa ni un centavo. Le pidi¨® a su admirado Ram¨®n Vinyes, ¡°el viejo maestro y librero catal¨¢n¡±, que le prestara 10 pesos. Solo ten¨ªa seis y se los dio. Cuando se los devolvi¨®, el viejo maestro se emocion¨®.
¡°Luisa Santiaga ten¨ªa 45 a?os. Sumando sus once partos, hab¨ªa pasado casi diez a?os encinta¡±, cuenta Garc¨ªa M¨¢rquez en sus memorias, Vivir para contarla (Mondadori, 2002).
La ¨²nica manera de llegar a Aracataca desde Barranquilla ¡°era una destartalada lancha a motor por un ca?o excavado a brazo de esclavo¡¡±, luego, un tren fantasmal. ¡°Hizo una parada en una estaci¨®n sin pueblo, y poco despu¨¦s pas¨® frente a la ¨²nica finca bananera del camino que ten¨ªa el nombre escrito en el portal: Macondo¡±.
La familia hab¨ªa llegado a Aracataca 17 a?os antes del nacimiento de Gabo, ¡°cuando empezaban las trapisondas de la United Fruit Company para hacerse con el monopolio del banano¡±. El abuelo hab¨ªa huido de Barrancas perseguido por el remordimiento: hab¨ªa matado a un hombre en un lance de honor. ¡°Fue el primer caso de la vida real que me revolvi¨® los instintos de escritor y a¨²n no he podido conjurarlos. Desde que tuve uso de raz¨®n me di cuenta de la magnitud del peso que aquel drama ten¨ªa en nuestra casa, pero los pormenores se manten¨ªan en la bruma¡±.
El abuelo le regal¨® un diccionario de ni?o que le¨ªa como una novela
All¨ª, en la casa de Aracataca, naci¨® el primero de siete varones y cuatro mujeres, el domingo 6 de marzo de 1927. ¡°Deb¨ª llamarme Olegario, que era el santo del d¨ªa, pero nadie tuvo a mano el santoral¡±. As¨ª que le pusieron de urgencia el primer nombre de su padre (Gabriel Eligio). Durante mucho tiempo se crey¨® que hab¨ªa nacido el 6 de marzo de 1928 y se dijo que hab¨ªa elegido esa fecha porque en ese d¨ªa ocurri¨® la terrible matanza de bananeros. ¡°La ¨²nica discrepancia entre los recuerdos de todos fue el n¨²mero de muertos¡±. ?Tres o 3.000? ¡°Tantas versiones encontradas han sido la causa de mis recuerdos falsos¡±. ¡°La vida no es la que uno vivi¨®, sino la que uno recuerda y c¨®mo recuerda para contarla ma?ana¡±.
Gabo aclara en sus memorias que falsific¨® la fecha de su nacimiento para eludir el servicio militar.
En esa ¨¦poca, se debat¨ªa entre el deseo de sus padres de que estudiara una carrera acad¨¦mica, el periodismo que, en principio, le atra¨ªa de una manera emp¨ªrica y, sobre todo, su voluntad de ser escritor. Empez¨® a dibujar tiras c¨®micas antes de aprender a leer, pero cuando el abuelo M¨¢rquez le regal¨® un diccionario le despert¨® tal curiosidad que lo le¨ªa como una novela. Estudio bachillerato completo y dos a?os y unos meses de derecho. ¡°Desde mis comienzos en el colegio gan¨¦ fama de poeta, primero por la facilidad con que aprend¨ªa de memoria y recitaba a voz en cuello los poemas cl¨¢sicos y rom¨¢nticos espa?oles¡±. Siempre colabor¨® en las revistas estudiantiles de los diferentes colegios por los que pas¨®.
En el Liceo de Zipaquir¨¢, le aconsejaron que se cortara sus bucles de poeta, impropios de un hombre serio, que se modelara el bigote de cepillo y que dejara de usar camisas de p¨¢jaros y flores. Lo hizo a?os despu¨¦s. Devoraba libros, los primeros, como El Conde Montecristo o La isla del tesoro los sacaba de la biblioteca escolar. Luego los que les prestaron sus amigos: Borges, Graham Greene, Aldous Huxley, Chesterton, William Irish, Katherine Mansfield, Faulkner... Se le atragantaron Ulises y El Quijote, los ley¨® muy joven, y luego los recuper¨®. La metamorfosis, de Kafka, le revel¨® un camino nuevo.
¡°La verdad, sin adornos, era que me faltaban la voluntad, la vocaci¨®n, el orden, la plata y la ortograf¨ªa para embarcarme en una carrera acad¨¦mica¡±. La ortograf¨ªa fue su calvario: ¡°Me cost¨® mucho aprender a leer. No me parec¨ªa l¨®gico que la letra m se llamara eme, y sin embargo con la vocal siguiente no se dijera emea sino ma. Me era imposible leer as¨ª¡±. Recuerda en sus memorias el bochorno que sinti¨® cuando en el Liceo de Zipaquir¨¢ escribi¨® exhuberante o cuando su madre le devolv¨ªa las cartas con la ortograf¨ªa corregida, incluso cuando ya era reconocido como escritor. Dice que sus ben¨¦volos correctores cre¨ªan que se trataba de erratas.
Esta lucha le dur¨® toda la vida. Muchos a?os despu¨¦s, en el I Congreso de la Lengua Espa?ola, en Zacatecas (M¨¦xico) pasm¨® a los asistentes con su combativa propuesta: ¡°Jubilemos la ortograf¨ªa: enterremos las haches rupestres, firmemos un tratado de l¨ªmites entre la ge y la jota y pongamos m¨¢s uso de raz¨®n en los acentos escritos¡±.
Empez¨® a fumar a los 15 a?os y lleg¨® a las cuatro cajetillas diarias hasta que con el paso del tiempo, un m¨¦dico en Barcelona le examin¨® los pulmones y le dijo que en dos o tres a?os no podr¨ªa respirar. Lo dej¨® sin ansiedad, al momento.
Gabo se confiesa en Vivir para contarla, t¨ªmido, con miedo a la noche y la oscuridad, porque es cuando ¡°se materializan todas las fantas¨ªas¡±. Ten¨ªa pavor al tel¨¦fono y al avi¨®n. Tanto as¨ª, que cuando tuvo que volar a Medell¨ªn para hacer un reportaje, le acompa?¨® su amigo ?lvaro Mutis.
En Zipaquir¨¢ le aconsejaron que se cortara sus bucles de poeta
Tom¨¢s Eloy Mart¨ªnez escribi¨® en este diario que Garc¨ªa M¨¢rquez deb¨ªa haber titulado sus memorias Vivir para gozarla. Pas¨® muchas penurias, se aloj¨® en pensiones de tres al cuarto, tuvo que empe?ar la m¨¢quina de escribir que le hab¨ªan regalado sus padres, pero todo en ¨¦l transpiraba energ¨ªa, alegr¨ªa caribe?a, entusiasmo, humor y pasi¨®n. Descubri¨® el sexo con apenas 13 a?os, fue como una explosi¨®n. Su padre, que ten¨ªa una botica homeop¨¢tica, le envi¨® a cobrar una factura en un burdel y una prostituta le hizo hombre sin cobrarle. Sus amores con Martina Fonseca, que le ense?¨® a apa?¨¢rselas con la escuela y con la vida, o Mar¨ªa Alejandrina o Nigromanta.
Conoci¨® al amor de su vida, Mercedes Barcha, en un baile en Sucre organizado por Cayetano Gentile, vestida de organza. Casi en seguida le propuso casarse, pero ella le respondi¨®: ¡°Dice mi padre que a¨²n no ha nacido el pr¨ªncipe que se casar¨¢ conmigo¡±, pero ese pr¨ªncipe fue Gabo.
Gentil es el Santiago Nasar de Cr¨®nica de una muerte anunciada. Cuando escribi¨® la novela, su madre, Luisa Santiaga M¨¢rquez, le pidi¨® que si ten¨ªa que escribir sobre ¨¦l lo hiciera como si fuera su propio hijo. Le hizo caso.
La m¨²sica fue otra de sus pasiones, como el cine. ¡°Mi urgencia de cantar para sentirme vivo me la infundieron los tangos de Carlos Gardel¡±. En otra ocasi¨®n, cogi¨® las maracas de un conjunto tropical y pas¨® m¨¢s de una hora toc¨¢ndolas y cantando boleros. Mutis le ense?¨® a escuchar m¨²sica sin prejuicios y ¨¦l aprendi¨® a escribir con un fondo musical.
El viaje con su madre a Aracataca fue decisivo. ¡°El modelo de epopeya como la que yo so?aba no pod¨ªa ser otro que el de mi propia familia, que nunca fue protagonista y ni siquiera v¨ªctima de algo, sino testigo in¨²til y v¨ªctima de todo¡±. Saque¨® los recuerdos de su familia. La huida de los abuelos de Barrancas. La historia de sus padres, Luisa Santiaga M¨¢rquez y Gabriel Eligio. ¡°Esos amores contrariados fue otros de los asombros de mi juventud. De tanto o¨ªrla contada por mis padres, juntos y separados, la ten¨ªa casi completa cuando escrib¨ª La hojarasca¡±. La matanza de los bananeros en Aracataca. El asesinato en Bogot¨¢ de Jorge Eli¨¦cer Gait¨¢n, candidato a la presidencia, el 9 de abril de 1948, que el escritor vivi¨® en directo. El saldo asolador del conservadurismo en el poder. Los liberales acosados. Todo esto est¨¢ en las novelas de Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez.
En un art¨ªculo, La casa de los Buend¨ªa. Apuntes para una novela, escrito para una revista colombiana, explic¨® c¨®mo decidi¨® escribir Cien a?os de soledad: ¡°Como lo que me contaba mi abuela¡±.
Babelia
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