Due?o de todos los superlativos
Nada m¨¢s apacible, m¨¢s grato, m¨¢s enaltecedor, que la relaci¨®n de los lectores colombianos con los libros de nuestro Nobel
A la hora de situar los escritos de Garc¨ªa M¨¢rquez en el contexto de la literatura colombiana aparece como el indiscutiblemente m¨¢s grande autor, el m¨¢s universal, el ¨²nico gigante en una tierra de pigmeos. Es m¨¢s, al considerarlo como personaje p¨²blico, Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez resulta ser el colombiano m¨¢s importante de la historia. El m¨¢s conocido en el mundo y el m¨¢s reconocido, celebrado y querido en Colombia.
Las relaciones de Garc¨ªa M¨¢rquez con la literatura colombiana son ¨¢speras. Pero nada m¨¢s apacible, m¨¢s grato, m¨¢s enaltecedor, que la relaci¨®n de los lectores colombianos con los libros de nuestro Nobel, y desde mucho antes de ese premio que reconoci¨® su universalidad. Sigue siendo el escritor colombiano m¨¢s le¨ªdo. Y el m¨¢s entra?ablemente le¨ªdo. Hice la prueba y esa es la reacci¨®n: el agradecimiento por los momentos m¨¢gicos que ha hecho pasar a sus lectores, por el puro placer de leerlo.
Dice bien de un pa¨ªs que el personaje m¨¢s importante sea contador de cuentos
Salvo un breve per¨ªodo en la d¨¦cada de 1980 (que culmin¨® con una abrupta salida del pa¨ªs), Garc¨ªa M¨¢rquez dej¨® de vivir en Colombia desde 1955. Sus principales compa?eros de ruta en la iniciaci¨®n literaria fueron, primero, en la Cartagena de 1948 el periodista Clemente Manuel Zabala y los poetas Gustavo Ibarra y H¨¦ctor Rojas Herazo y, luego, en Barranquilla, ¡°el sabio catal¨¢n¡± y los tres amigos que, junto a Gabriel, aparecen al final de Cien a?os de soledad, a saber, Ram¨®n Vinyes, Germ¨¢n Vargas, ?lvaro Cepeda y Alfonso Fuenmayor. Despu¨¦s, fuera de Colombia y en los primeros a?os de ausencia, conoci¨® en Par¨ªs a Plinio Apuleyo Mendoza y en M¨¦xico al poeta ?lvaro Mutis. Estos son sus primeros compa?eros de descubrimientos literarios.
De Mutis cuenta que fue quien le llev¨® su ¡°primer ejemplar de Pedro P¨¢ramo¡± y le dijo: ¡°Ah¨ª tiene, para que aprenda¡¯. Nunca se imagin¨® en la que se hab¨ªa metido. Pues con la lectura de Juan Rulfo aprend¨ª no s¨®lo a escribir de otro modo, sino a tener siempre listo un cuento distinto para no contar el que estoy escribiendo. Mi v¨ªctima absoluta de ese sistema salvador ha sido ?lvaro Mutis desde que escrib¨ª Cien a?os de soledad. Casi todas las noches fue a mi casa durante 18 meses para que le contara los cap¨ªtulos terminados, y de ese modo captaba sus reacciones aunque no fuera el mismo cuento. ?l los escuchaba con tanto entusiasmo que segu¨ªa repiti¨¦ndolos por todas partes, corregidos y aumentados por ¨¦l. Sus amigos me los contaban despu¨¦s tal como ?lvaro se los contaba, y muchas veces me apropi¨¦ de sus aportes. Terminado el primer borrador se lo mand¨¦ a su casa. Al d¨ªa siguiente me llam¨® indignado: ¡®Usted me ha hecho quedar como un perro con mis amigos¡¯, me grit¨®. ¡®Esta vaina no tiene nada que ver con lo que me hab¨ªa contado¡¯. Desde entonces ha sido el primer lector de mis originales. Sus juicios son tan crudos, pero tambi¨¦n tan razonados, que por lo menos tres cuentos m¨ªos murieron en el caj¨®n de la basura porque ¨¦l ten¨ªa raz¨®n contra ellos. Yo mismo no podr¨ªa decir qu¨¦ tanto hay de ¨¦l en casi todos mis libros, pero hay mucho¡±.
El m¨¢s duro, acaso ¡ªen su momento¡ª el m¨¢s acertado diagn¨®stico sobre la literatura colombiana, lo hizo en 1962 Garc¨ªa M¨¢rquez en un art¨ªculo que se llamaba ¡ªy todo est¨¢ dicho en el t¨ªtulo¡ª La literatura colombiana: un fraude a la naci¨®n donde sentencia: ¡°Basta ser lector exigente para comprobar que la historia de la literatura colombiana, desde los tiempos de la Colonia, se reduce a tres o cuatro aciertos individuales, a trav¨¦s de una mara?a de falsos prestigios¡±.
Dos p¨¢rrafos m¨¢s adelante, los ¡°tres o cuatro aciertos individuales¡± se convierten en ¡°seis grandes puntos de referencia¡± que en realidad son siete, a saber, tres textos narrativos (El carnero, de Rodr¨ªguez Freyle; Mar¨ªa, de Jorge Isaacs y La vor¨¢gine, de Jos¨¦ Eustasio Rivera) y cuatro poetas: Hernando Dom¨ªnguez Camargo, Rafael Pombo, Jos¨¦ Asunci¨®n Silva y Porfirio Barba Jacob. Y a?ad¨ªa: ¡°Sin duda, uno de los factores de nuestro retraso literario ha sido esa megaloman¨ªa nacional, ¡ªla forma m¨¢s est¨¦ril del conformismo¡ª que nos ha echado a dormir sobre un colch¨®n de laureles que nosotros mismos nos encargamos de inventar¡±.
Muchos a?os despu¨¦s, los laureles, esos s¨ª verdaderos, que ha obtenido Garc¨ªa M¨¢rquez han ayudado a demoler ese conformismo nacional, a subir los raseros y a volvernos lectores m¨¢s exigentes, cuesti¨®n que redunda en que los escritores tambi¨¦n sean m¨¢s exigentes consigo mismos. Y todo se debe a este macondiano universal: dice bien de un pa¨ªs que el personaje m¨¢s importante de su historia, y el m¨¢s querido, sea un contador de cuentos.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.