Gabo, aquel 7 de mayo
Un recuerdo de una noche de cumplea?os junto al Nobel colombiano

Cuando Joaqu¨ªn Sabina llam¨® a mi marido, yo estaba cocinando y apenas capt¨¦ algunos fragmentos de su conversaci¨®n. Al principio cre¨ª que quer¨ªa disculparse, pero Luis vino enseguida a la cocina para contarme que Joaqu¨ªn hab¨ªa recibido la llamada de un amigo que acababa de llegar a Madrid, y como no quer¨ªa perderse la fiesta, se lo iba a traer a casa. Aquel d¨ªa, 7 de mayo de 2005, yo cumpl¨ªa 45 a?os y hab¨ªa decidido celebrarlo. Jam¨¢s me habr¨ªa atrevido a esperar una celebraci¨®n semejante.
El amigo de Joaqu¨ªn era Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez, y al escuchar su nombre me qued¨¦ paralizada con una cuchara de madera en la mano, ante la sart¨¦n donde una bechamel herv¨ªa despreocupada, llen¨¢ndose alegremente de grumos. Cuando logr¨¦ reaccionar y empec¨¦ a batirla con energ¨ªa, Luis me advirti¨® que Joaqu¨ªn le hab¨ªa pedido que no abrum¨¢ramos a Gabo, que no nos lanz¨¢ramos a una sobre ¨¦l, que le dej¨¢ramos respirar, porque estaba cansado de ser siempre el centro de atenci¨®n en todas partes. Yo a¨²n no me lo pod¨ªa creer, pero con las manos temblorosas del susto y la emoci¨®n, fui llamando, uno por uno, a mis invitados para anunciarles que se iban a encontrar con Gabo y que ten¨ªan que dejarle en paz. Y todos, menos Benjam¨ªn Prado, que no atendi¨® al tel¨¦fono, fueron reaccionando con la misma mezcla de asombro y excitaci¨®n mientras me aseguraban, en el tono que los ni?os peque?os usan para dirigirse a su maestra, que iban a portarse bien, bien, muy bien.
Aquel fue un regalo de cumplea?os maravilloso, una historia inolvidable
Aquella noche, con la ¨²nica excepci¨®n de Benjam¨ªn, que hab¨ªa ido al Bernab¨¦u a ver jugar al Madrid, los invitados llegaron antes de la hora acordada. Joaqu¨ªn tambi¨¦n fue puntual. Con ¨¦l, en una guayabera de algod¨®n de tono crudo, lleg¨® Garc¨ªa M¨¢rquez con su mujer, Mercedes, y la familia Buend¨ªa, con ?rsula, con el Coronel, con el Patriarca, con la c¨¢ndida Er¨¦ndira y su abuela desalmada, y Fermina, y sus enamorados, y Sierva Mar¨ªa de Todos los ?ngeles. Eso fue lo que yo vi, lo que sent¨ª al verle avanzar por el pasillo de mi casa, aunque despu¨¦s todo fue muy sencillo. Gabo era un hombre extremadamente simp¨¢tico, que s¨®lo quer¨ªa tomarse una copa y pas¨¢rselo bien. Al principio, no le result¨® f¨¢cil.
Me hab¨ªa puesto tan nerviosa que volv¨ª a la cocina, mi gran refugio, y tard¨¦ unos minutos en reunirme con los dem¨¢s para contemplar una estampa asombrosa. Todos mis amigos, api?ados de pie en el sal¨®n, miraban hacia el comedor, donde Gabo estaba sentado a la mesa, completamente solo. Ahora comprendo que aquella soledad era una muestra suprema de la admiraci¨®n de unos lectores que miraban de lejos a su autor idolatrado, una presencia tan imponente que ni siquiera se atrev¨ªan a acercarse a ¨¦l, pero en aquel momento les rega?¨¦ a todos en voz baja. "Una cosa es que no le abrum¨¦is y otra que no le hag¨¢is ni caso", les dije, y mi querida Rosana Torres dio un paso al frente, se sent¨® a su lado y rompi¨® el hielo. Al rato, todos rode¨¢bamos a una distancia c¨®moda, eso s¨ª, al escritor que nos hab¨ªa marcado tantas veces, y de vez en cuando, sin que ¨¦l se diera cuenta, algunos se colocaban detr¨¢s de su silla para que Jime Coronado, la mujer de Sabina, les hiciera una foto con Gabo como si estuviera fotografiando la casa. Y entonces, lleg¨® Benjam¨ªn.
-No os lo vais a creer ¨Cnos dijo a Luis y a m¨ª, que est¨¢bamos, una vez m¨¢s, en la cocina-, pero ah¨ª fuera hay un t¨ªo que es clavado a Garc¨ªa M¨¢rquez.
-No es clavado. Es Garc¨ªa M¨¢rquez ¨Cle contestamos para ver c¨®mo se llevaba las manos a la cabeza.
-?Y a qui¨¦n vais a invitar a la pr¨®xima fiesta, al fantasma de Lorca? Porque esto no se mejora f¨¢cilmente...
Gabo, aquel 7 de mayo, fue un regalo maravilloso, una historia inolvidable, de ¨¦sas que da gusto contar. Sobre todo porque, al d¨ªa siguiente, llam¨® a mi editora, Beatriz de Moura, para decirle que hab¨ªa estado en mi cumplea?os y se hab¨ªa divertido mucho. Hac¨ªa tantos a?os, a?adi¨®, que no estaba en un sitio donde me hicieran tan poco caso... Entonces supe que hab¨ªamos hecho las cosas bien y me sent¨ª muy feliz, por ¨¦l, por m¨ª, por Luis, por Joaqu¨ªn y por todos los dem¨¢s.
Tuve la suerte de volver a ver a Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez otras veces, la ¨²ltima en Cartagena de Indias, en enero de 2010, en un restaurante peque?ito, al borde de la playa, donde un grupo tocaba en directo m¨²sica del Caribe colombiano. Aquella noche ya no se acordaba de mi cumplea?os, pero nos divertimos mucho, y salimos a bailar, y me sent¨ª de nuevo una privilegiada por estar a su lado.
Pero ning¨²n privilegio, ni entonces, ni hoy, ni en lo que me queda de vida, podr¨¢ compararse al abrumador deslumbramiento que represent¨® la lectura de Cien a?os de soledad para una adolescente que hab¨ªa cumplido diecisiete a?os un 7 de mayo.
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