Cien a?os y tres d¨ªas de soledad
Amigos de Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez reconstruyen la figura del Nobel colombiano fallecido el jueves Ciudad de M¨¦xico vive con intensidad el duelo
Gabo dorm¨ªa en alfombras ajenas, bromeaba con los ni?os y con los adultos, romp¨ªa en familia la solemnidad que se le atribu¨ªa y era t¨ªmido s¨®lo cuando le conven¨ªa escapar de las tonter¨ªas o las aglomeraciones.
Era un mexicano de Aracataca; ahora la ciudad, el pa¨ªs, lo despide. Frecuentaba cantinas y salas de conciertos, era habitual de las librer¨ªas, y estas est¨¢n empezando a despertarse del estupor de su ausencia, a reponer los libros que ahora demanda la gente como si Gabo hubiera resucitado y no se hubiera muerto.
En las calles y en las librer¨ªas era un personaje de culto; a su alrededor el silencio lo acompa?aba, los j¨®venes escritores lo ve¨ªan entrar como si estuvieran delante de una reliquia. Eso pasaba hace a?os en una librer¨ªa a la que iban Gabo y Rulfo, dos silenciosos ilustres de las estanter¨ªas mexicanas. Chicos que quer¨ªan ser como ellos esperaban, cada d¨ªa, cada semana, cada mes, a que llegaran uno y otro, a comprar m¨²sica de Bach, piezas barrocas.
Callaban y miraban. Jordi Soler, que era uno de aquellos chicos, recuerda as¨ª a Gabo: ¡°Era un t¨ªmido que se hab¨ªa dedicado a escribir para no salir de su cuarto. Verlo llegar era un espect¨¢culo. Lo ve¨ªamos llegar, cruzar la plaza; caminaba por debajo de la acera, ten¨ªa un caminar pueblerino. All¨ª todo era apacible, ¨¦l iba sorteando los coches, como si tuviera un sexto sentido¡±.
Alberto Salcedo: ¡°Antes de ¨¦l, Colombia era la patria boba de las letras¡±
Con el tiempo Soler public¨® su libro m¨¢s potente hasta ahora, Los rojos de ultramar. ¡°Pero ?c¨®mo iba a irrumpir en su ¨¢mbito cuando lo ve¨ªa?; yo caminaba al lado, junto a esa gente t¨² siempre eres un aspirante a escritor. ?l nos hab¨ªa marcado de manera permanente; su prosa nos deslumbr¨®. Ten¨ªa una m¨²sica para mi desconocida en espa?ol. Un ritmo caribe, esa era la forma que ten¨ªa de latir su literatura. Sobre m¨ª ejerci¨® un influjo m¨¢gico pero ¨¦l y todo el mundo que conozca esas selvas sabe que lo que ¨¦l hizo no fue realismo m¨¢gico sino realismo puro y duro. Quien ha estado en Aracataca y en Veracruz sabe que Gabo no inventaba¡±.
Era, dice Soler, ¡°un gran t¨ªmido saliendo a flote¡ Un t¨ªmido que se hab¨ªa dedicado a escribir para no salir de su cuarto¡±.
Los amigos de Gabo dicen que ¨¦ste sab¨ªa admirar; podr¨ªa no decirlo, pero sab¨ªa admirar. ?l acogi¨® en la Fundaci¨®n Nuevo Periodismo que dirige Jaime Abello y que fund¨® Gabo a Alma Guillermoprieto, mexicana, escritora de The New Yorker. ¡°Cuando lo conoc¨ª¡±, dec¨ªa ayer, ¡°me pareci¨® un tipo bastante pagado de s¨ª mismo, y algo solemne¡ Inmediatamente despu¨¦s me entusiasm¨® su descripci¨®n del proyecto que se tra¨ªa entre manos, que era la creaci¨®n de la Fundaci¨®n Nuevo Periodismo Iberoamericano¡±. A ella no le pareci¨® un t¨ªmido, sino alguien que sab¨ªa de d¨®nde ven¨ªa, el hijo del telegrafista de Aracataca. Era m¨¢s bien inseguro; proven¨ªa de una familia humilde en un pa¨ªs clasista. ¡°Creo que se qued¨® con la huella de ese enmascarado desprecio toda la vida¡±.
Era el solitario de las librer¨ªas, firmaba libros pero no firmaba papeles, y con el tiempo en los lugares p¨²blicos la gente empez¨® a mirarlo como el ser que exist¨ªa pero que quer¨ªa desaparecer entre la multitud. Vivir sin ser visto. Alberto Salcedo Ramos, otro de los grandes cronistas, viene de las mismas tierras, y sabe cu¨¢l puede ser la densidad de la risa de un caribe. M¨¦xico y el ¨¦xito lo ensimismaron, lo volvieron para adentro, se guardaba del ruido de la furia de la fama. Pero cuando llegaba a su tierra¡ ¡°Era caribe. Sentido del humor, expansivo, dicharachero. Me sorprendi¨® que un hombre que se hab¨ªa ido del Caribe hac¨ªa cuarenta a?os mantuviera aquella oralidad, los chistes, el humor. Fue t¨ªmido y montaraz en alg¨²n momento, no le gustaba ir a congresos ni a asambleas, no acud¨ªa a las presentaciones de sus propios libros. Era un hombre t¨ªmido, pero despu¨¦s de tanto roce lo disimulaba¡±. Y a?ade: ¡°Se forj¨® a s¨ª mismo, con una tenacidad superlativa. Antes de Gabo, Colombia era la patria boba de las letras; los escritores eran hijos de embajadores, eran biling¨¹es desde los cinco a?os, crec¨ªan en palacios dotados de grandes bibliotecas. ?l procede de los m¨¢rgenes, se construy¨® a s¨ª mismo a partir de su enorme talento. ?l ten¨ªa la derrota como destino, pero se zaf¨® y se reinvent¨®¡±.
Las librer¨ªas de M¨¦xico cambian sus escaparates para dedicarlos al escritor
Esa inseguridad que dicen que era timidez desaparec¨ªa en los ¨¢mbitos dom¨¦sticos. Durante los a?os de Barcelona, a finales de los sesenta, hasta ahora mismo, la casualidad los junt¨® con unos amigos que no sab¨ªan, como tantos entonces, que aquel largirucho bigotudo al que llamaban Gabito iba a ser el escritor m¨¢s famoso del mundo. Son Leticia y Luis Feducchi, psic¨®logos ambos, Luis tambi¨¦n ejerce de psiquiatra. Estos d¨ªas han estado pendientes de ¡°los Gabo¡±, como llaman sus ¨ªntimos de Barcelona (ellos, Carmen Balcells¡) a Mercedes Barcha y a Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez.
Cuando se conocieron, en una de las fiestas que animaron la Barcelona que se parec¨ªa a Cartagena de Indias, Gabo se hac¨ªa llamar Gabito, Cien a?os de soledad a¨²n no hab¨ªa explotado y el autor andaba escondido de s¨ª mismo. ¡°Nos lo present¨®¡±, dice Luis, ¡°Rosa Reg¨¢s. Cien a?os de soledad se hab¨ªa publicado, pero pocos lo hab¨ªan le¨ªdo. Esa noche nos ¨ªbamos de una fiesta, y los Gabos tambi¨¦n. Nos ofrecimos a llevarlos, y ah¨ª supimos que ten¨ªan dos hijos de las edades de nuestras tres hijas. No lo hab¨ªamos le¨ªdo, e intercambiamos aficiones. La poes¨ªa fue una de ellas. El cine, los boleros. Los invitamos a comer a casa. Eran dos familias que empezaban a verse. Nosotros no sab¨ªamos de ellos m¨¢s que lo que se dijo en el coche. Y as¨ª ha seguido siendo nuestra relaci¨®n, con ellos, con Carmen Balcells, con el hijo de Carmen, Luis Miguel: familias que se juntan¡±.
Una amistad que dura hasta ahora. ¡°Ellos la supieron cultivar, y nosotros la hemos practicado con ellos. Unos amigos muy firmes que s¨®lo abandonar¨ªan una amistad por causas muy especiales. Llaman, preguntan, se interesan por lo que hacemos aunque esto sea banal, una comida, una ropa, un incidente¡±.
?Y es tan t¨ªmido como dicen? ¡°No s¨¦ si Gabo ha sido t¨ªmido¡±, dice Luis Feduchi. ¡°Creo que ha sido contenido, cuidadoso. Yo creo que la timidez es otra cosa. Donde no ha de actuar aplica su capacidad para cuidar del otro, para hacer lo que el otro desea. Eso es empat¨ªa, no timidez¡ No le gustaban las conversaciones dispersas. Entonces se retiraba. Los que lo ve¨ªan en esos momentos han deducido que era un t¨ªmido. No. Era una persona que se escapaba de lo que no ten¨ªa inter¨¦s¡±.
No actu¨® con ellos como ¡°el escritor m¨¢s famoso del mundo¡±. ¡°?l escrib¨ªa El oto?o del patriarca, agotado, ven¨ªa a comer. Se echaba en el suelo, despu¨¦s del postre, la alfombra ol¨ªa a perro, dec¨ªa, y dormitaba. De vez en cuando gritaba: ¡®?No cambien de conversaci¨®n!¡±. El cambio de conversaci¨®n lo desvelaba. ¡°En los ¨²ltimos tiempos, cuando le fallaba la cabeza¡±, cuenta Luis Feduchi, ¡°volv¨ªamos a las poes¨ªas que nos sab¨ªamos, y ¨¦l las segu¨ªa. Lorca, Jorge Manrique¡ Una historia entera de nuestras vidas. Es una p¨¦rdida muy importante. Ahora en M¨¦xico sentiremos ese vac¨ªo, pero hay tantos amigos que lo llenan: Mercedes, Carmen Mutis¡¡±. ¡°Es una pena con mucha ternura. Gabo ha sido siempre muy tierno; cuando ya ten¨ªa la cabeza as¨ª nos cog¨ªamos la mano, ese afecto de Gabo nunca se perdi¨®. No se perder¨¢¡±, cuenta Leticia Feduchi.
Bel¨¦n, hija de los Feducchi, ten¨ªa cuatro a?os cuando los Gabo fueron a comer por primera vez a su casa. ¡°Yo era gordita. ?l me dijo, nada m¨¢s: ¡®Qu¨¦ ni?a tan gordita. Puede comer encima de su falda¡¯. Pero este se?or qu¨¦ se cree, me dije¡ Luego fue como un t¨ªo m¨ªo. Le consult¨¢bamos crisis sentimentales, matrimoniales. Cuando yo ten¨ªa doce a?os le pregunt¨¦ si val¨ªa la pena estudiar mecanograf¨ªa. ¡®Por supuesto¡¯, me dijo, ¡®es como aprender a montar en bicicleta, nunca se te olvida¡¯. Yo nunca lo tuve a ¨¦l como a un escritor. Un d¨ªa me empez¨® a contar El amor y otros demonios, que estaba escribiendo, y yo me qued¨¦ espantada, no me atrev¨ª a preguntar. No era t¨ªmido. Era callado. Y cuando se callaba quer¨ªa decir que estaba pensando¡±.
Tampoco era t¨ªmido, sino simp¨¢tico, para Malcolm Barral, el editor nieto de Carlos Barral, sobre quien circula la leyenda de que dej¨® escapar Cien a?os de soledad. ¡°Se lo pregunt¨¦ a Gabo, abruptamente, cuando yo era un chiquillo. ?l se ri¨® a carcajadas. ¡®Eso es una pendejada¡¯, me dijo, y me aclar¨® que mi abuelo nunca lo hab¨ªa le¨ªdo. Y luego dijo: ¡®La gente cre¨ªa que ¨¦l quer¨ªa ser Andr¨¦ Gide [que hizo que Galllimard rechazara En busca del tiempo perdido de Proust], pero ¨¦l nunca ley¨® el manuscrito¡±.
T¨ªmido o no, en el Caribe era pura carcajada, en Barcelona dorm¨ªa las siestas en el suelo de las casas de los amigos, y cuando iba a comprar m¨²sica de Bach no sab¨ªa que alrededor hab¨ªa muchachos, como Jordi Soler, que hac¨ªan cola en Coyoac¨¢n para o¨ªrle pedir boleros. Ahora, en las librer¨ªas de M¨¦xico, est¨¢n cambiando los escaparates para inundarlos de Gabo. La ciudad se prepara para decirle adi¨®s como si fuera de aqu¨ª y no solo el hijo t¨ªmido y audaz del telegrafista de Aracataca. Se escond¨ªa de las multitudes, se refugiaba en las casas ajenas. Ahora M¨¦xico y Colombia le preparan la despedida de un h¨¦roe. Mercedes Barcha, su mujer, est¨¢ serena, en casa, con sus hijos, a la espera de que tambi¨¦n lleguen todos los amigos de Barcelona en cuyas moquetas dorm¨ªa la siesta Gabo en el tiempo en que escrib¨ªa como un mec¨¢nico El oto?o del patriarca.
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