John Turturro se hace ¡®play boy¡¯

Las primeras im¨¢genes de Aprendiz de gigol¨®, en formato cuadrado 1.37:1 y traza de 16 mil¨ªmetros con grano duro, ya dan una idea del tono retro y la base nost¨¢lgica de la pel¨ªcula de John Turturro. Pasados los t¨ªtulos de cr¨¦dito, el formato y la fotograf¨ªa se normalizan, pero el esp¨ªritu sigue ah¨ª: de cine a contracorriente en todos los sentidos, en la historia y en el aderezo formal, de pel¨ªcula de las que ya no se ven. Y gracias. Porque al actor y director neoyorquino le ha salido un trabajo rar¨ªsimo, m¨¢s bobo que disparatado (lo que hubiera tenido m¨¢s encanto), con alg¨²n momento de gracia c¨®mplice, pero muy inane.

Componer una pel¨ªcula sobre un gigol¨® en la que apenas se le ve en acci¨®n es, como m¨ªnimo, peculiar. Aunque siendo Turturro tambi¨¦n el protagonista, tampoco es de extra?ar, y casi de agradecer, lo que lleva a que haya que tragarse que a se?oras como Sharon Stone y Sof¨ªa Vergara les tiemblen m¨¢s las piernas que el bolsillo a la hora de tener sexo con ¨¦l. Las virtudes del fuera de campo, que hacen cre¨ªble cualquier cosa.

As¨ª que lo importante en su relato no es el c¨®mo sino el porqu¨¦, sus antecedentes y sus consecuencias en el terreno del amor y de los cambios experimentados. Pero ni siquiera ah¨ª es claro. En principio, se podr¨ªa decir que le falta locura para convertirse en un estrambote perecedero, pero la teor¨ªa tampoco encaja, porque cuando suelta las riendas (el b¨¦isbol de los ni?os) es casi peor. Sus conversaciones con Woody Allen, el chulo del negocio, tienen el ritmo, la gracia y la simpat¨ªa que solo puede desprenderse del trabajo de dos estupendos actores (y quiz¨¢ amigos), pero m¨¢s all¨¢ de eso y de alg¨²n chiste de jud¨ªos con cierta sorna, Aprendiz de gigol¨® queda en tierra de nadie, lejos de Mac (1992) y, sobre todo, Illuminata (1998), notables trabajos del Turturro director.