El tranv¨ªa regresa a La Malvarrosa
Manuel Vicent compara la Valencia de mediados del siglo pasado con la ciudad actual El autor concluye: ¡°La vida ha cambiado, pero la historia es siempre la misma¡±
En aquella Valencia de los a?os cincuenta del siglo pasado, sensual, huertana, eclesi¨¢stica, reprimida bajo la bota franquista, los sentidos estaban a punto de reventar por todas las costuras del cuerpo. Sobre el color ala de mosca que envolv¨ªa todas las cosas hab¨ªa una l¨ªnea azul que abr¨ªa el horizonte. Esa l¨ªnea no solo era el mar como s¨ªmbolo de la libertad, tambi¨¦n era el destino final de todos los deseos y placeres como una forma de rebeld¨ªa. Desde entonces las cosas han cambiado sin dejar de ser las mismas bajo otra sustancia.
En verano el tranv¨ªa azul con jardinera llevaba a la playa de la Malvarrosa a una gente que todo lo que esperaba de la vida era el regalo de pasar un d¨ªa en el mar. Una ma?ana de domingo de 1956, mientras el tranv¨ªa rodaba junto al cauce del Turia hacia la avenida del Puerto iba dejando atr¨¢s un sonido de tambores y trompetas de una parada militar, que se celebraba junto al puente del Real, en la plaza de Capitan¨ªa. Sobre la alegre campana del tranv¨ªa se impon¨ªa el eco de un vozarr¨®n oscuro, que a trav¨¦s del meg¨¢fono repet¨ªa una y otra vez las consignas patri¨®ticas a una formaci¨®n de excombatientes y falangistas. La brisa llevaba hacia el tranv¨ªa las palabras gangosas: victoria, caudillo, enemigos de Espa?a, comunismo. Pero poco despu¨¦s, sobre esta soflama cargada de odio contra los rojos se impon¨ªa la l¨ªnea azul del mar y en la playa se abr¨ªa solo el rojo de las sand¨ªas.
La tragedia de 1957 se reprodujo bajo otra forma, no debida a la naturaleza sino a la miseria moral de algunos pol¨ªticos
En aquellos a?os el poblado mar¨ªtimo de El Cabanyal a¨²n guardaba una de las almas m¨¢s definidas de Valencia. Tal vez funcionaba all¨ª todav¨ªa el teatro de la Marina y se o¨ªa la pianola de un baile que se celebraba en alguna villa mesocr¨¢tica con fachada de azulejos y mirador historiado de art d¨¦co; los veraneantes burgueses en chaqueta de pijama, que pod¨ªan ser personajes de los sainetes de Escalante, tomaban el fresco y hac¨ªan tertulias en las puertas de casa en la calle de la Reina. En el aire permanec¨ªa extasiado el esp¨ªritu de Blasco Ib¨¢?ez, de Sorolla, de Benlliure, de Jos¨¦ Navarro, de Mongrell, de Cecilio Pla, del fot¨®grafo Agust¨ª Centelles. A¨²n quedaban intactas muchas casas de pescadores, la piscina del balneario de Las Arenas y su Parten¨®n pintado de azul, las termas Victoria, donde se establecieron despu¨¦s los salones de baile de Casablanca; los establos de los bueyes de tiro de las barcas; el sanatorio de San Juan de Dios, que recog¨ªa a los ni?os lisiados. Los merenderos de la explanada de Neptuno y las casetas de ba?os se alternaban en la playa desde el Grao hasta la Malvarrosa, que deb¨ªa el nombre a la f¨¢brica de esencias para perfumistas extra¨ªdas de las malvas ros¨¢ceas, propiedad del franc¨¦s Robillard.
Atr¨¢s qued¨® todo aquello. El sexo reprimido, la libertad aplastada, los sue?os rotos. M¨¢s de medio siglo ha pasado. Si los pasajeros de aquel tranv¨ªa hubieran repetido uno de estos a?os el viaje a la Malvarrosa en el nuevo tranv¨ªa de dise?o, tal vez habr¨ªan encontrado Valencia tambi¨¦n cortada al tr¨¢fico, pero no les hubiera sorprendido el sonido de una arenga militar franquista con tambores y trompetas, sino el clamor de una inmensa plegaria religiosa que se elevaba a coro con mil decibelios a la atm¨®sfera desde el puente de Monteolivete sobre el cauce del Turia.
Bajo un sol t¨®rrido all¨ª se hab¨ªa montado un tinglado que no desmerec¨ªa al de los Rolling Stones, y unos cientos de miles de fieles perfumados con sudor de colonia e incienso elevaban loas al Se?or junto a un apabullante engendro arquitect¨®nico semejante al esqueleto de un inmenso dinosaurio con las v¨¦rtebras, la espina dorsal y el cr¨¢neo a la intemperie, la Ciudad de las Artes, toda de cemento blanco, a modo de c¨®mic gal¨¢ctico fallero, creado con brutal despilfarro por el arquitecto Calatrava, que tambi¨¦n hab¨ªa levantado un puente nuevo de dise?o espacial. Sobre este sue?o de espuma manierista enloquecida ahora el pont¨ªfice romano se mov¨ªa dentro de un tinglado climatizado artificialmente por seis potentes ca?ones de aire acondicionado que le regalaban un clima semejante al de un centro comercial donde decenas de cardenales y obispos formaban un gran estofado lit¨²rgico.
Tal vez las calles de Valencia tambi¨¦n estar¨ªan cortadas para dar paso a los bramidos de los motores de la f¨®rmula 1; tal vez en los muelles del puerto ahora se estar¨ªan celebrando los fastos de la Copa Am¨¦rica de Vela, que sustitu¨ªan al boato de la llegada en 1954 del portaviones Coral Sea de la VI Flota cuando Franco se hizo llevar una paella a bordo para conmemorar el Pacto de las Bases y los marines desbordados por la ciudad hab¨ªan reventado los precios del comercio de la carne femenina en el barrio chino.
Todo hab¨ªa cambiado, todo era lo mismo. En aquel tiempo los huertanos acud¨ªan al barrio chino en busca de placer, ahora el barrio chino se establec¨ªa en plena huerta con una prostituta plantada cada cien metros en medio de campos de hortalizas y naranjos.
Los restaurantes de la playa con nombres de mujer, La Pepica, La Marcelina, Amparito, La Rosa, entonces sombreados con toldos y ca?izos a merced del crepitar de los arroces y mariscos a la vista del p¨²blico se hab¨ªan trasformado en establecimientos as¨¦pticos con puertas de PVC y el litoral salvaje con acequias hab¨ªa sido domesticado con un paseo mar¨ªtimo con mil farolas de dise?o hasta la entonces derruida casa de Blasco Ib¨¢?ez, hoy levantada desde los cimientos con los leones mesopot¨¢micos sosteniendo la mesa de m¨¢rmol y cari¨¢tides nuevas en la terraza. En el derruido balneario de Las Arenas se erige ahora un hotel de lujo para ejecutivos.
La vida ha cambiado, pero la historia es siempre la misma. La tragedia de la gran riada ocurrida en octubre de 1957 llen¨® de cad¨¢veres embarrados la ciudad; ahora la tragedia se hab¨ªa reproducido bajo otra forma, no debida a la naturaleza sino a la miseria moral de algunos pol¨ªticos de la democracia. En Valencia el accidente del suburbano en la estaci¨®n de Jes¨²s, ocurrido en julio de 2006, hab¨ªa generado decenas de v¨ªctimas mortales, que fueron enterradas y silenciadas como si no hubiera pasado nada, mientras sobre el tinglado del puente de Monteolivete los pol¨ªticos beatos o agn¨®sticos se extasiaban de incienso, la marihuana de los santos y unas ratas de alcantarilla elevaban la corrupci¨®n a una sagrada liturgia del poder.
De regreso de la playa los pasajeros de aquel tranv¨ªa de la Malvarrosa detenido ante este altar gal¨¢ctico ya de noche, en el viejo cauce del Turia, no oir¨ªan croar a las ranas ni ver¨ªan a prostitutas nocturnas que iluminaban con una cerilla un amor, a cinco pesetas el ¨¦xtasis. Ahora en el cauce del Turia tambi¨¦n se hab¨ªa transformado felizmente en un largo jard¨ªn lleno de campos de deportes, parques infantiles, paseantes y ciclistas que estaban ejerciendo la modernidad como una forma de rebeld¨ªa y la ciudad se hab¨ªa lavado la cara.
En el tiempo del tranv¨ªa todav¨ªa quedaba el recuerdo oscuro de los maestros de escuela y profesores republicanos que hab¨ªan sido fusilados o represaliados despu¨¦s de la guerra. Pero a partir de los a?os ochenta comenzaron a crearse institutos y universidades. En Espa?a se hab¨ªa establecido un sistema general de becas. Hijos de campesinos, de obreros, de taxistas, de peque?os tenderos pudieron ser ingenieros, abogados, cient¨ªficos, economistas, inform¨¢ticos.
En aquel tiempo los huertanos acud¨ªan al barrio chino, ahora el barrio chino se establec¨ªa en plena huerta
En los tiempos del tranv¨ªa hubo un ni?o, hijo de jornaleros, que todos los d¨ªas atravesaba la huerta a pie o en bicicleta camino de Valencia para recibir la clase particular gratuita que le hab¨ªa ofrecido uno de aquellos maestros represaliados. En alg¨²n paso a nivel se deten¨ªa para ver cruzar el tren el¨¦ctrico que iba a la Malvarrosa. En aquel espacio se levant¨® luego la Polit¨¦cnica, entre cultivos de hortalizas. Aquel ni?o se hizo bachiller, luego estudi¨® ciencias y tuvo que seguir sacando matr¨ªculas de honor en la universidad porque era la ¨²nica forma de matricularse sin pagar las tasas. A?os despu¨¦s, cuando el joven destinado a ser jornalero obtuvo la c¨¢tedra de Ciencias Exactas, en la lecci¨®n magistral, que dio en el aula magna, cit¨® con honor el nombre de aquel profesor que acababa de morir sin haber sido rehabilitado. Tambi¨¦n record¨® a sus compa?eros de escuela, tan despiertos y ¨¢vidos de aprender, que no hab¨ªan podido estudiar y ahora eran jornaleros. Hoy los recortes en la ense?anza amenazan con devolver el rostro de aquella miseria de la educaci¨®n destinada solo a los privilegiados.
Tambi¨¦n El Cabanyal est¨¢ a punto de perder el alma. Si el Ayuntamiento de Valencia, en lugar de ser una empresa constructora al servicio de la codicia de los tiburones, hubiera sido una empresa realmente ciudadana estos poblados marineros habr¨ªan sido cuidados, respetados, restaurados y asumidos desde el principio como un verdadero tesoro urbano; El Cabanyal declarado conjunto hist¨®rico protegido, patrimonio de inter¨¦s cultural est¨¢ a punto de ser destruido con un plan maquiav¨¦lico tramado por el Ayuntamiento.
Primero lo dej¨® abandonado a su aire; luego propici¨® que lo ocuparan tribus marginales; compr¨® viviendas a medida que las hac¨ªa inhabitables; las llen¨® de ratas y, finalmente, ha tentado con el se?uelo de la revalorizaci¨®n a sus habitantes m¨¢s d¨¦biles o desmoralizados mientras las palas y las hormigoneras avanzaban hacia el mar como si las guiara una fuerza l¨®gica, moderna e imparable, cuando solo se trata de codicia unida al mal gusto que es la gracia urban¨ªstica, herencia del franquismo. Un hotel de lujo hortera devor¨® el esp¨ªritu del balneario de Las Arenas; los chal¨¦s en ruinas de la calle de Eugenia Vives pronto ser¨¢n sustituidos por una fachada impersonal de muchas alturas y as¨ª sucesivamente va a caer bajo la piqueta un barrio que pudo haber sido un modelo de amor a la historia por parte de ediles cultos y conscientes de que la ciudad es una empresa de los ciudadanos y no de los especuladores.
El texto de este libro que escrib¨ª hace veinte a?os es una memoria sentimental de un aprendizaje. El subconsciente de aquel tiempo y de aquel espacio literario est¨¢ atravesado por un tranv¨ªa azul con jardinera que iba al mar. Los a?os cincuenta del siglo pasado no se han sumergido por completo en la historia ni han ca¨ªdo totalmente bajo la piqueta; siguen todav¨ªa fermentando los nuevos mitos, los nuevos ritos y nuestros sue?os bajo el aluvi¨®n del cemento armado, del oleaje de pl¨¢stico y metacrilato.
Este libro tiene ya muchas p¨¢ginas amarillas. La melancol¨ªa es una fuente literaria, la quintaesencia de la imaginaci¨®n. Aquellas viejas canciones, visiones y placeres sencillos y ef¨ªmeros, siempre conquistados contra la represi¨®n, est¨¢n unidos a unas calles, esquinas, paisajes y playas que fueron en un tiempo lugares inici¨¢ticos para varias generaciones. Esos espacios constituyen todav¨ªa la prolongaci¨®n de sentimientos que han conformado los estratos m¨¢s ¨ªntimos de un alma colectiva.
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