Un retrato interesante (y alargado) del pintor William Turner
Trat¨¢ndose de Mike Leigh sabemos que no habr¨¢ ning¨²n tipo de maquillaje tratando de embellecer o hacer c¨¢lida la historia
Toda la filmograf¨ªa del director ingl¨¦s Mike Leigh posee su inconfundible sello y la seguridad de que no obedece a proyectos alimenticios. Hace las pel¨ªculas que desea hacer (tal vez por ello su obra no es extensa) y su lenguaje para contar historias de gente com¨²n aquejada por sobresaltos o tragedias es tan personal como reconocible. Admitiendo su permanente autor¨ªa hay veces en las que me ha conmovido, como en Secretos y mentiras, Todo o nada, El secreto de Vera Drake y Another year y otras en las que tiene un don especial para alterarme los nervios, habitadas por personajes que me resultan insoportables y que solo deben de tener inter¨¦s para su creador, como en el caso de Topsy-Turvy y Happy, un cuento sobre la felicidad.
En Mr. Turner, Mike Leigh permanece fiel al tono de su obra pero en esta ins¨®lita ocasi¨®n no hace un retrato de gente an¨®nima sino que se centra en J. M. W. Turner, aquel pintor extraordinario del siglo XIX cuyos paisajes mantienen intacta su maestr¨ªa y su capacidad de fascinaci¨®n. Trat¨¢ndose de este director sabemos que su homenaje no ser¨¢ acad¨¦mico ni convencional, que Turner y su ¨¦poca ser¨¢n tratados con realismo extenuante, que no habr¨¢ ning¨²n tipo de maquillaje tratando de embellecer o hacer c¨¢lida la historia. Turner es un hombre gordo que parece gru?ir en vez de hablar, se desentendi¨® hace tiempo de su esposa y de sus hijas, tiene una sirvienta contrahecha a la que trata desde?osamente y que tambi¨¦n es su amante, mantiene una relaci¨®n extra?a con las putas de los burdeles, solo parece amar a su ex¨®tico padre que le cocina cabezas de cerdo y le sirve de ayudante. Turner tambi¨¦n est¨¢ convencido de que el ¨²nico dios que existe para ¨¦l es el Sol, al que persigue incesantemente en todo tipo de paisajes y de geograf¨ªas para captar con sus pinceles su nacimiento y su crep¨²sculo. Igualmente es capaz de exponerse a pillar la peor bronquitis al empe?arse en ser atado en la popa de un barco en medio de la tormenta para que su mirada y sus sentidos capten con absoluta intensidad y fidelidad ese paisaje que despu¨¦s recrear¨¢ en sus cuadros. Es pudiente, es famoso, su maestr¨ªa es reconocida, pero en alg¨²n momento perder¨¢ el favor de los reyes. Los ¨²ltimos a?os de este hombre extra?o y mis¨®gino ser¨¢n bendecidos por su mutuo amor hacia una viuda sesentona con la que no se siente asfixiado, que otorga paz al perpetuo torturado.
Durante gran parte del metraje Mike Leigh sabe mantener el inter¨¦s del espectador hacia un personaje que crea curiosidad y desasosiego, pero como ya le ha ocurrido en otras ocasiones alarga innecesariamente lo que pretende contar. Nadie parece haberle convencido en el montaje de que conviene aligerar. A esta pel¨ªcula le sobra m¨¢s de media hora. Y es una pena. La desmesura de Leigh tampoco me sirve de consuelo psicol¨®gico para prepararme adecuadamente ante los 200 minutos que dura la pel¨ªcula turca que veremos ma?ana. Aunque los metrajes muy largos tambi¨¦n pueden hacerse cortos cuando te apasiona lo que est¨¢s viendo. En mi caso, entr¨¦ con temores y prejuicios en la pasada edici¨®n de Cannes ante las tres horas intimistas que duraba La vida de Ad¨¨le y sal¨ª emocionado.
Cualquier persona con un m¨ªnimo de racionalidad y de coraz¨®n se siente horrorizada ante el rapto de cientos de ni?as en Nigeria que ha perpetrado un fundamentalista tan b¨¢rbaro como zumbado. La pel¨ªcula Timbuktu, dirigida por el mauritano Abderrahmane Sissako, describe las salvajadas que impone el nuevo poder de los integristas religiosos a los habitantes de un convulsionado pueblo. Jugar al f¨²tbol, o¨ªr m¨²sica o fumar un cigarrillo son causas suficientes para ser lapidados. Parece tenebrosamente surrealista pero es lamentablemente real. Lo que cuenta Timbuktu puede erizarte el cabello pero su lenguaje no posee la misma fuerza que la atrocidad que denuncia. Es una pel¨ªcula en la que valoras m¨¢s sus intenciones que su arte.
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