Larkin est¨¢ reunido
Recordaba el otro d¨ªa John William Wilkinson en su art¨ªculo sobre Thatcher que Philip Larkin se decidi¨® a convertirse en un incondicional de la primera ministra el d¨ªa en que ¨¦sta, en el palacio de Buckingham, le dijo que admiraba su poes¨ªa y ¨¦l la ret¨® a citar de memoria un solo rengl¨®n. ¡°Su mente permaneci¨® abierta toda la tarde como un caj¨®n de cuchillos¡±, le respondi¨® Thatcher cambiando ligeramente el original, lo que encant¨® a Larkin.
¡°Todo ese lento d¨ªa?/ tu mente queda abierta como un caj¨®n de cuchillos¡±, se lee en realidad en el poema Enga?os, que por supuesto no ha quedado fuera del impecable volumen que ahora aparece casi por sorpresa y que congrega el cuerpo esencial de la obra de Larkin (traducci¨®n de Dami¨¤ Alou y Marcelo Cohen, edici¨®n de Lumen bajo el t¨ªtulo de Poes¨ªa reunida).
Me atrae la escritura de Larkin porque busca estar al l¨ªmite de las cosas y porque combina la crudeza de su lenguaje con el m¨¢s exquisito control de las palabras. A diferencia de los grandes poetas ingleses m¨¢s trascendentes, se decanta por lo corriente, desciende a ras de calle: sus temas son los hombres, el paso del tiempo, el amor y el ocaso del amor, la herencia de las neurosis familiares, las lentas tardes de copas, las decepciones, el sempiterno horror al domicilio¡
La inesperada aparici¨®n de esta poes¨ªa ¡°reunida¡±, que incluye poemas ¨²ltimos de alto voltaje fatalista (entre ellos, el sobrio Albada: ¡°Miedo al crematorio cuando nos pilla sin nadie y sin bebida. El coraje no sirve: significa no asustar a los dem¨¢s. Tener coraje?/ no te salva del ¨²ltimo viaje¡±), me dio ayer insospechados ¨¢nimos y, como si me dirigiera de Buckingham al Retiro madrile?o, fui hasta el Hotel Splendide, la instalaci¨®n de Dominique Gonz¨¢lez-Foerster en el Palacio de Cristal.
All¨ª me enfrent¨¦ al misterio de la ¨²nica habitaci¨®n del Splendide: un cuarto transparente, pero inaccesible; una habitaci¨®n inalcanzable, rodeada de 10 percheros y 31 mecedoras Thonet, sobre las que dormitan 31 libros encuadernados de tres en tres. Que no estuviera el de Larkin entre ¨¦stos no supuso un drama, porque su libro lo llevaba yo pr¨¢cticamente puesto, como si fuera un traje confeccionado con mi propia experiencia de los d¨ªas. Me puse a recordarlo sentado en una de las mecedoras, mirando de vez en cuando hacia arriba, pregunt¨¢ndome si el misterio del cuarto ¨²nico (secreto homenaje al filme ingl¨¦s Extra?o suceso) era el de la vida: ¡°?Para qu¨¦ sirven los d¨ªas??/ Los d¨ªas son donde vivimos.?/ Vienen y nos despiertan una y otra vez.?/ Est¨¢n para nuestra felicidad.?/ ?D¨®nde vivir, sino en los d¨ªas?¡±.
El d¨ªa lo ten¨ªa todo para que uno intentara ser feliz, pero tambi¨¦n para burlarse del engorro de tener que serlo. Qu¨¦ desabrido prop¨®sito, me dije al intuir la inmensidad que dejaba ver la b¨®veda de vidrio y comprobar que no andaba equivocado Larkin cuando dec¨ªa que m¨¢s que en palabras hab¨ªa que pensar en ventanas altas: el cristal donde cabe el sol y, m¨¢s all¨¢, el hondo aire azul, que nada muestra, y no est¨¢ en ninguna parte, y es interminable.
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