Contar, contar, contar hasta morir
En ¡®Lugar com¨²n la muerte¡¯, Tom¨¢s Eloy Mart¨ªnez hace de su don narrativo una perdurable lecci¨®n
Lugar com¨²n la muerte, de Tom¨¢s Eloy Mart¨ªnez, es un libro sorprendente que ustedes deber¨ªan buscar en bibliotecas y librer¨ªas para acometer as¨ª una resistencia activa contra el olvido al que se somete a autores formidables que en vida tampoco se ocuparon excesivamente de s¨ª mismos y se dedicaron, muy al contrario, a ayudar a los otros a ser quienes fueron.
El otro d¨ªa, en Buenos Aires, uno de esos escritores que fue jaleado por el autor de Lugar com¨²n la muerte, el norteamericano Paul Auster, les record¨® a quienes estaban con ¨¦l en la Fundaci¨®n Tom¨¢s Eloy Mart¨ªnez que fue gracias a este que ¨¦l empez¨® a ser conocido en el mundo fuera de Nueva York. Pas¨® con muchos otros, algunos de los cuales lo supieron y lo agradecieron, y pas¨® con otros que jam¨¢s sabr¨¢n que Tom¨¢s Eloy Mart¨ªnez, nacido en Tucum¨¢n y muerto en Buenos Aires a los 76 a?os, no era solo el que provocaba a los lectores para que supieran m¨¢s de la literatura ajena sino que ¨¦l mismo era el autor privilegiado de libros en los que sobresal¨ªan la precisi¨®n y el ritmo, la poes¨ªa y el misterio. Un novelista formidable al que le pas¨® en vida lo que le sucede despu¨¦s de muerto: cuando era periodista, apreciaban sus novelas; y cuando escrib¨ªa novelas, celebraban su periodismo.
En Lugar com¨²n la muerte est¨¢n presentes los dos; si ustedes nunca lo han le¨ªdo, empiecen por este libro; l¨¦anlo desordenadamente, como se hubiera le¨ªdo Rayuela, o un libro de T. S. Eliot o de Octavio Paz, y luego vayan a cualquiera de sus facetas, la period¨ªstica, la narrativa, y hallar¨¢n que este maestro "que ten¨ªa una bell¨ªsima pasi¨®n por el oficio" (como dijo el otro d¨ªa su alumna Mar¨ªa O¡¯Donnell en un homenaje que se le tribut¨® en la Feria del Libro de Buenos Aires) hizo de su don narrativo una perdurable lecci¨®n acerca de lo que es verdaderamente contar.
Lugar com¨²n la muerte no es un libro escrito de corrido por el novelista que fue Tom¨¢s Eloy Mart¨ªnez, de quien Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez dijo, cuando supo que su amigo hab¨ªa muerto (el 31 de enero de 2010): ¡°Era el mejor de todos nosotros¡±. Detr¨¢s de este hombre al que el Nobel defini¨® as¨ª como para un epitafio donde la admiraci¨®n y la amistad se juntaban hab¨ªa dejado novelas como Santa Evita, La novela de Per¨®n, El vuelo de la reina y Purgatorio, la ¨²ltima.
Lugar com¨²n la muerte (que ha sido reeditado por Alfaguara en Am¨¦rica) es mucho m¨¢s que una novela en el sentido de que es varias novelas en 340 p¨¢ginas. Descritas con un temblor especial, m¨¢s propio de un narrador/poeta que de un periodista acostumbrado al cinismo al que nos convoca el lugar que ocupamos en la vida (ver pasar unas cosas y ocuparnos enseguida de otras), aqu¨ª hay tantas vidas como personajes.
Es, pues, el relato sincopado de la vida de otros, mayormente escritores, desde Macedonio Fern¨¢ndez a Jos¨¦ Lezama Lima, pasando por Jorge Luis Borges y Augusto Roa Bastos. Adem¨¢s, el periodista extraordinario que fue Tom¨¢s Eloy (cre¨® peri¨®dicos en M¨¦xico, en Venezuela, en su pa¨ªs, Argentina, fue maestro de muchos j¨®venes que acud¨ªan a ¨¦l para recibir el auxilio de su ritmo y de su sabidur¨ªa) revisita devastaciones (como lo que qued¨® de Hiroshima despu¨¦s de que la bruma nuclear la aniquilara), personalidades misteriosas (como Evita y Juan Domingo Per¨®n, fantasmas a¨²n vivos)...
El conjunto no es una novela, pues, pero la densidad sentimental con que Tom¨¢s Eloy Mart¨ªnez aborda esos retratos y esas fotos fijas en las que la muerte es el lugar com¨²n le dan la categor¨ªa de monumento period¨ªstico que deber¨ªa estudiarse en las escuelas y de poema raro en la pluma de un periodista. En aquel homenaje que le tributaron en la feria porte?a, cerca de un retrato en el que se le ve¨ªa de cuerpo entero, en cart¨®n, con su rostro sonriente y perplejo, su disc¨ªpulo y amigo Jorge Fern¨¢ndez D¨ªaz (el autor de Mam¨¢) cont¨® que unas semanas antes de morir Tom¨¢s lo convoc¨® a su casa. Ah¨ª estaba, ya al final, agarrado con dos dedos a¨²n servibles a la vida de periodista y escritor; cada ma?ana se arrastraba literalmente hasta el ordenador y segu¨ªa tecleando l¨ªnea a l¨ªnea una novela que jam¨¢s termin¨® y que se titulaba El olimpo; esa imagen del maestro ara?ando a¨²n el aliento que le permitiera seguir haciendo sus oficios no fue la ¨²nica emoci¨®n de aquel t¨¦ con Tom¨¢s Eloy, cont¨® all¨ª Fern¨¢ndez D¨ªaz. ¡°?l me entreg¨® un paquete, era su regalo p¨®stumo, no quer¨ªa que me fuera sin ¨¦l, y desde entonces ese paquete, cuyo contenido es un misterio para m¨ª, sigue en un caj¨®n de mi escritorio en La Naci¨®n, donde trabajo¡±. A Tom¨¢s Eloy le segu¨ªa funcionando el cerebro, la voz, las palabras eran l¨²cidas como ya lo hab¨ªan sido, en el periodismo, en la narrativa y en la vida, pero, como ocurri¨® con otro gran argentino, Roberto Fontanarrosa, el autor de Santa Evita luchaba por obligar al cuerpo a que se moviera. En torno a ¨¦l, se?alaba en ese encuentro elegiaco quien fue su joven amigo, hab¨ªa como un aura, una luz que no se hab¨ªa apagado.
No era dif¨ªcil trasladar, para quien hubiera le¨ªdo Lugar com¨²n la muerte, una resonancia de la propia escritura de Tom¨¢s Eloy Mart¨ªnez cuando describe en ese libro que estoy recomendando su propia visita a Saint-John Perse. Fue uno de esos reportajes literarios que en torno a 1975, su ¨¦poca de mayor fertilidad period¨ªstica, fue publicando en diversos medios. Ah¨ª, como si estuviera iluminado por el propio poeta, Tom¨¢s Eloy Mart¨ªnez parece que narra lo que muchos a?os m¨¢s tarde ver¨ªa en su propia apariencia Jorge Fern¨¢ndez D¨ªaz. Escribe Tom¨¢s Eloy sobre el propio semblante de Saint-John Perse, echado en su cama, en la Riviera francesa, alumbrado por la dudosa luz de sus d¨ªas finales: ¡°S¨¦ que algo ocurri¨® entonces en el dormitorio: alg¨²n desplazamiento de luz, el fortuito paso de otro velero que se reflej¨® en la ventana, el t¨¦ que volvi¨® a verterse en las tazas. No reconozco el orden en que ocurrieron las cosas aquella tarde. Solo s¨¦ que de pronto, como en el interior de un rel¨¢mpago, vi a Saint-John Perse envuelto en luz sobre la cama, inm¨®vil, con esa paz perfecta que solo fluye de las estatuas; vi tambi¨¦n su voz levitando sobre la vajilla de porcelana; o¨ª el aliento de una sangre que estaba m¨¢s viva que la m¨ªa. Y sent¨ª que deb¨ªa callar, que el estr¨¦pito de cualquier palabra pod¨ªa convertirse en polvo¡±.
Cuenta lo que hac¨ªan los escritores cuando estaban solos, sus indecisiones y egos, man¨ªas y exabruptos
En una escena parecida, pero mucho despu¨¦s y con el propio narrador como protagonista de esa despedida, Jorge Fern¨¢ndez D¨ªaz record¨® que el maestro y ¨¦l ¡°nos miramos a los ojos, mientras ¨¦l contaba por primera vez un libro que no iba a escribir¡±. Ellos ten¨ªan ese rito: contarse los libros que iban a escribir, y aun ah¨ª, ya con un paso en la otra luz indecisa de la nada, Tom¨¢s Eloy Mart¨ªnez cumpli¨® la pasi¨®n por contar, contar, contar, contar hasta morir.
El libro tiene episodios as¨ª, y tambi¨¦n tiene episodios que cumplen con otra de las pasiones de Tom¨¢s Eloy: contar lo que hac¨ªan los escritores cuando estaban solos, sus indecisiones y sus egos, sus man¨ªas y sus exabruptos, y tambi¨¦n sus ocurrencias. En la historia que escribe sobre Felisberto Hern¨¢ndez, en la descripci¨®n de la respiraci¨®n dif¨ªcil y barroca de Jos¨¦ Lezama Lima, en la construcci¨®n del personaje que fue Manuel Puig, en la fuga que el poeta Ramos Sucre emprende para asesinar a su insomnio, en las lacrim¨®genas dudas de su amigo Augusto Roa Bastos..., en lo que escribe de Macedonio Fern¨¢ndez y en lo que le hace decir a Borges sobre el anarquista literario m¨¢s fecundo (y m¨¢s parco de la literatura latinoamericana)..., en todo lo que hay en este libro est¨¢ la figura de Tom¨¢s Eloy Mart¨ªnez dejando memoria de una luz con la que vio a otros como si estuviera adivinando personajes de una gran novela. Y como si se estuviera contando a s¨ª mismo.
Entre esos sucesos hay uno que le relat¨® Borges en un texto que le dict¨® y que ¨¦l arregl¨® con el consentimiento del inolvidable ciego. Ah¨ª cuenta Borges lo que Macedonio dec¨ªa ("una broma bondadosa") sobre Leopoldo Lugones, que hab¨ªa sido su amigo y que hab¨ªa escrito ya muchos libros: "Qu¨¦ raro, Lugones: un hombre tan inteligente, de tantas lecturas, ?c¨®mo nunca pens¨® en escribir un libro?".
No es un libro de perlas, tan solo: es un mar entero. L¨¦anlo.
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