El se?or Philip Roth se despide, el m¨¢s ejemplar de los narradores

En los a?os cincuenta y sesenta, un nuevo grupo de novelistas norteamericanos tom¨® el relevo de la famosa "generaci¨®n perdida". Sus nombres: Saul Bellow, Bernard Malamud, Norman Mailer, todos ellos de procedencia jud¨ªa. El m¨¢s joven era un tal Philip Roth. El ¨²nico no-jud¨ªo a la altura de ellos era John Updike, un genuino wasp. Los cuatro primeros proced¨ªan de un autor formidable, considerado el padre de la narrativa jud¨ªa estadounidense, un escritor de origen ucraniano al que el reconocimiento le fue negado durante veinte a?os: Henry Roth. Todo lo contrario que a sus continuadores. El lamento de Portnoy, cuya audacia sexual llam¨® inmediatamente la atenci¨®n. Ese arranque tan notable pareci¨® debilitarse a continuaci¨®n, quiz¨¢ porque con el ¨¦xito arrastraba una figura de provocador a lo enfant terrible. Sin embargo, en las novelas que siguieron, se fueron dibujando dos personajes bien definidos: Nathan Zuckerman y David Kepesh. Sobre todo el primero se consider¨® como un "alter ego" del autor y el propio Roth jug¨® con esa imagen. Las novelas de Zuckerman parecieron apagar un tanto el brillo de sus esplendorosos principios, pero entre ellas hay dos realmente extraordinarias: La visita al maestro (The ghost writer), en la que establece una conflictiva relaci¨®n con su mentor E. I. Lonoff, al que acabar¨¢ arrebatando a su amante Amy Bellette y Sale el espectro, donde muchos a?os m¨¢s tarde, Zuckerman encontrar¨¢ a una envejecida Amy Bellette, cerrar¨¢ esa historia, su constante reflexi¨®n sobre la literatura y la vida, y despedir¨¢ a Zuckerman como referente.

En cuanto a Kepesh, se trata de un personaje en tono menor y ni siquiera cuando lo recupera en El animal moribundo consigue crear un relato de altura.

Philip Roth debut¨® a los veintis¨¦is a?os con un libro de relatos que obtuvo uno de los m¨¢s prestigiosos premios americanos: el National Book Award, pero el ¨¦xito le lleg¨® a la publicaci¨®n de El lamento de Portnoy

Conoc¨ª a Roth en los a?os noventa, acompa?ado por su editor, el legendario Roger Straus y por la entonces esposa de Roth, la actriz Claire Bloom, de la que se separ¨® en 1994. Ella public¨® posteriormente un libro bastante negativo sobre Roth, pero siempre he pensado que no fue casualidad que justo al a?o siguiente, tras haber anunciado un cambio de direcci¨®n en Operaci¨®n Shylock, Philip Roth iniciase una serie de novelas que se cuentan por obras maestras. La primera de ellas, un juego er¨®tico titulado El teatro de Sabbath, de tono grangui?olesco y fondo algo rabelesiano, que obtuvo del National Book Award de nuevo y que, bien distinto de los juegos sexuales de sus primeros libros de ¨¦xito, abre una etapa que podr¨ªamos denominar universalista donde el mundo m¨¢s bien cerrado de los jud¨ªos americanos de los primeros tiempos se abre y expande y pasa a convertirse definitivamente en un inter¨¦s por el sentido profundo de la existencia humana en general. Ah¨ª se inicia la llamada Trilog¨ªa americana con una novela portentosa, acaso la mejor de las suyas, Pastoral americana. El retrato de ese personaje, el Sueco, netamente american way of life, de vida satisfactoriamente ordenada gracias a su voluntad de trabajo y esfuerzo personal, que se enfrenta al desconcierto absoluto ante la actitud de la siguiente generaci¨®n representada por su provocadora hija es un monumento al amor y el dolor y a la incomprensi¨®n del mundo. Y en el resto de novelas que siguen a partir de ese momento no hay un s¨®lo desmayo: es un escritor en plenitud de facultades haci¨¦ndose las grandes preguntas de la existencia.

Como escritor es un hombre ejemplar; por eso mismo el anuncio de su despedida es tan emocionante. Philip Roth ha llegado al tramo final y entrega la pluma. Quiz¨¢ sea tambi¨¦n el ¨²ltimo de los grandes, el m¨¢s ejemplar de los narradores

Hasta que llegamos a la serie de novelas cortas que tienen su origen emocional en un libro anterior: Patrimonio, un texto impresionante sobre el fin de su padre y, sobre todo, un texto sobra la muerte. Desde Sale el espectro, la muerte adquiere una importancia capital en el escritor; no porque se dedique a escribir espec¨ªficamente sobre ella sino porque empieza a reconocer su propia extinci¨®n. A partir de ahora, no volver¨¢ a escribir una novela larga, como si el cansancio hiciera mella en ¨¦l, como si ya no pudiera disponer del aliento que le llev¨® a firmar sus ¨²ltimas obras maestras. Entonces se dedica a la novela corta, pero el genio es el genio. Salvo un par de ellas, vuelven a ser obras maestras: Indignaci¨®n, La humillaci¨®n o N¨¦mesis poseen la maravillosa fuerza expresiva de sus mejores obras y prolongan ese fascinante bucear en la condici¨®n y la dignidad humana. A partir de estas ¨²ltimas nouvelles, Philip Roth parece escribir contra el tiempo, parece escribir para no morir, para alejar a la muerte, en un esfuerzo final que le hace dar lo m¨¢s depurado y decantado de su escritura. Por ello, como escritor es un hombre ejemplar; por eso mismo el anuncio de su despedida es tan emocionante. Philip Roth ha llegado al tramo final y entrega la pluma. Quiz¨¢ sea tambi¨¦n el ¨²ltimo de los grandes, el m¨¢s ejemplar de los narradores.