"Las pantallas nos han derrotado"
Las herramientas de la escritura var¨ªan seg¨²n los casos. El lenguaje es la caja de utensilios com¨²n de la que todos sacan lo necesario. Pero siempre hay algo que diferencia a unos de otros. En el caso de Philip Roth es la rabia. Puede que ¨¦se sea el elemento m¨¢s id¨®neo para definir la obra de uno de los escritores vivos que m¨¢s han marcado en las ¨²ltimas tres d¨¦cadas a sus contempor¨¢neos. Pero no se trata de una rabia est¨¦ril, de una rabia ciega. Es una rabia que aporta, que construye, que nos ayuda a vivir; una rabia que nos afloja los nudos que llevamos atados al cuello.
En las novelas y en los libros de Roth no hay mucha esperanza: No quiero que la tengan, comenta ¨¦l mismo, sentado en una estrecha sala de reuniones de la agencia Wylie, la del hombre conocido como El Chacal, que maneja su carrera literaria desde un despacho de la calle 57, en Manhattan. Es un lugar fr¨ªo donde ni el hecho de que la calefacci¨®n funcione a tope consigue despegar el hielo de las paredes.
Tan s¨®lo Roth, a solas, con su voz un tanto rota por el paso de los a?os va camino de los 75, lo logra. Pero sin dejar que nadie se desv¨ªe de lo fundamental. Cuando observa el m¨¢s m¨ªnimo s¨ªntoma de ablandamiento y en la conversaci¨®n se le sugieren ciertas se?ales de esperanza en sus ¨²ltimas obras, Roth se muestra implacable. El escritor despiadado, contundente, genial, reacciona a las debilidades ajenas y no nos deja a mano ning¨²n ancla que pueda salvarnos del naufragio. En mis libros, no, desde luego.
Pero hay lectores que dentro de esa misma desesperaci¨®n pueden encontrar un vitalismo, una voz que se niega a rendirse. Eso es lo que ocurre al leer Sale el espectro (Mondadori), la nueva novela publicada en Espa?a, en la que Roth saca a pasear otra vez a Nathan Zuckerman, uno de sus ¨¢lter ego m¨¢s importantes, como tambi¨¦n lo han sido el profesor David Kepesh y el famoso protagonista de la desternillante El lamento de Portnoy. En su nueva obra, Roth persigue al fantasma de un escritor muerto al que alguien quiere dedicar una biograf¨ªa descubriendo aspectos escabrosos de su existencia. Si se tratara de Roth, esto no ser¨ªa necesario. El autor de Pastoral americana y El animal moribundo que Isabel Coixet acaba de adaptar al cine en Elegy, junto a Ben Kingsley y Pen¨¦lope Cruz ha compartido con sus lectores, paso a paso, su vida. Su propia experiencia ha servido de catalizador para observar el mundo, un lugar que Roth analiza con inconformismo y rebeld¨ªa, con humor histri¨®nico y piedad por la especie. De su infancia en Weequahic (barrio de la peligrosa Newark, en Nueva Jersey) a su vejez a medio camino entre su casa de campo en Connecticut y Nueva York, este autor fundamental, eterno candidato al Premio Nobel, no ha dejado indiferente a nadie. Ni a sus compadres de la comunidad jud¨ªa, que han montado en c¨®lera m¨¢s de una vez por la descarnada visi¨®n que muestra sobre su propio mundo, ni a los cristianos, que tienen que soportar en los libros de este escritor desde la blasfemia hasta el vapuleo constante de una carga alejada de la moralidad y las costumbres decentes de los m¨¢s retr¨®grados.
Pero es que a Roth no le interesan los guardianes de las esencias, sino todas aquellas criaturas que se mueven entre el dolor y la contradicci¨®n, entre el fracaso y las cunetas a las que muchos han sido arrojados despu¨¦s de no haber logrado conciliar sus vidas con el sue?o americano. Ahora, ¨¦l resiste por el mundo con la aureola de ser un cl¨¢sico en activo: uno de los escas¨ªsimos autores que han logrado ser publicados en vida por la colecci¨®n Library of America, consagrada a esos indiscutibles que suelen estar muertos.
Pero lo hace sin resignarse a nada, conservando esa rabia tan sana, esa ambici¨®n para provocar y ser testigo de su tiempo. Porque las novelas de Roth, a no ser que haga pol¨ªtica ficci¨®n como en La conjura contra Am¨¦rica, juegan en el campo de la realidad, y si Me cas¨¦ con un comunista fue la novela de la era de McCarthy y La mancha humana fue la obra maestra de la era de Clinton, Sale el espectro aparece con la ambici¨®n de convertirse en el mismo fresco de la intrahistoria para estos tiempos de infierno en la tierra que ha dejado la era de Bush, el peor presidente que hemos tenido nunca en nuestro pa¨ªs, comenta Roth.
No es usted un escritor que deje indiferente. Un c¨®digo Roth circula por el mundo. Llevar un libro suyo es todo un se?uelo. El otro d¨ªa, en un avi¨®n, un se?or me felicit¨® porque iba leyendo Sale el espectro. Al volar a Nueva York, la se?ora que iba sentada a mi lado lo iba disfrutando tambi¨¦n
?De verdad?
As¨ª es. Y justo antes de llegar aqu¨ª, una artista australiana, al ver que yo ten¨ªa un libro suyo, me dijo que al venir a Estados Unidos lo primero que hizo fue comprar El lamento de Portnoy, ya que en su pa¨ªs estuvo prohibido por pornogr¨¢fico. ?Qu¨¦ les da? Tiene una fuerza sobrenatural con sus lectores. No s¨¦. No lo s¨¦. Para empezar, llevo mucho tiempo en esto. Soy un superviviente. Simplemente es que usted parece haber ca¨ªdo en los lugares ideales en el momento preciso.
No es casualidad. No puede ser tanta casualidad. Se nota que usted cuida a sus lectores. Tiene buenos, fieles lectores, y eso que en Sale el espectro se lamenta de que ya no existen. ?Por qu¨¦? ?No pasa eso en otras partes? ?No ocurre en Espa?a?
Le dir¨ªa que todav¨ªa quedan por ah¨ª buenos lectores. Aqu¨ª, en EE UU, no.
?D¨®nde est¨¢n? ?D¨®nde? Mirando las pantallas de sus ordenadores, las pantallas de televisi¨®n, de los cines, de los DVD. Distra¨ªdos por formatos m¨¢s divertidos. Las pantallas nos han derrotado.
Ah¨ª est¨¢ la competencia, la dura competencia. La de las pantallas. ?C¨®mo deben combatir contra eso los escritores? No lo s¨¦. No me lo planteo seriamente. S¨®lo le puedo decir lo que ha ocurrido: que han ganado la batalla sobre las p¨¢ginas.
?Tampoco conf¨ªa en el tan alabado Kindle, el libro electr¨®nico que acaba de aparecer en Estados Unidos? No lo he visto todav¨ªa, s¨¦ que anda por ah¨ª, pero dudo que reemplace un artefacto como el libro. La clave no es trasladar libros a pantallas electr¨®nicas. No es eso. No. El problema es que el h¨¢bito de la lectura se ha esfumado. Como si para leer necesit¨¢ramos una antena y la hubieran cortado. No llega la se?al. La concentraci¨®n, la soledad, la imaginaci¨®n que requiere el h¨¢bito de la lectura. Hemos perdido la guerra. En veinte a?os, la lectura ser¨¢ un culto.
?Y los lectores ser¨¢n una especie de gente rara, de espectros? No, no, tampoco. Ser¨¢ un hobby minoritario. Unos criar¨¢n perros y peces tropicales, otros leer¨¢n. Como lo que es hoy leer poes¨ªa. Existen poetas, se les publica, pero los lectores de poes¨ªa son una minor¨ªa. Eso ocurrir¨¢.
?Los escritores tampoco ser¨¢n esas voces que cualquier sociedad necesita? ?Perder¨¢n pedigr¨ª? Existir¨¢n. Pocos se ganar¨¢n la vida con ello. Pero no hablo del final de ning¨²n g¨¦nero, como la novela, eso que se habla tanto hoy en d¨ªa. Hablo de la muerte del lector, algo que en este pa¨ªs ya es un hecho. No s¨¦ si en Europa tambi¨¦n.
En su nuevo libro vuelve a sacar a su ¨¢lter ego Nathan Zuckerman de paseo. Llevaba a?os lejos de todo, solo, en el campo, trabajando. ?Usted tambi¨¦n ha renunciado a muchas cosas? Zuckerman est¨¢ retirado, lleva una vida de reclusi¨®n. Leyendo, escribiendo. Ha dejado el mundo por varias razones, se ha ido de Nueva York tras recibir amenazas y le ha cogido gusto a vivir en el campo.
Esas amenazas son fuertes. Hace usted hincapi¨¦ en ello. ?Se ha recrudecido el racismo contra los jud¨ªos en Estados Unidos estos ¨²ltimos a?os? No. Es una constante. No nos libramos en este pa¨ªs de sujetos rencorosos y rabiosos. Con una persona que lo haga ya resulta suficientemente desagradable.
Al poco tiempo de regresar a Nueva York, Zuckerman ya quiere largarse. No puede soportarlo.
Le amenazan muchas cosas, entre ellas, la belleza. Bueno, se rinde ante ella, pero tambi¨¦n le asusta. Como el c¨¢ncer que padece y el pasado, la nostalgia.
La artista australiana que me encontr¨¦ hoy me preguntaba si este nuevo libro era tan deprimente como Eleg¨ªa. Le dije que s¨ª era tan deprimente, pero al tiempo muy vital, porque se le ven a usted tantas ganas de escapar al dolor que provoca una extra?a resistencia. Vaya.
Como dice usted en el libro, envejecer nos enfrenta a m¨¢s contradicciones. No s¨¦.
Lo dice usted en el libro. Bueno, la vitalidad que usted encuentra tiene que ver m¨¢s con la manera de contar la historia. No con la historia misma, que es oscura y triste. Es la manera de contarlo.
Siempre ocurre con sus personajes, esa fuerza narrativa agarra al lector desde el principio por el est¨®mago. ?Lo hace a prop¨®sito? ?Ir a las entra?as m¨¢s que al cerebro, para empezar? No s¨¦ qu¨¦ parte del cuerpo engancho. Lo que quiero es ser directo y se?alar el camino m¨¢s recto para meterse en el libro. Mis comienzos son r¨¢pidos, la clave est¨¢ en captar la atenci¨®n para desarrollar profundidad.
Mete usted demasiado de s¨ª mismo. Su propia experiencia. Una tendencia que ha calado en la literatura contempor¨¢nea de todas partes. Historias con voces poderosas. Bueno, una voz es la que nos distingue a unos de otros. No creo que sea un fen¨®meno de los ¨²ltimos a?os, sino una caracter¨ªstica de la literatura en s¨ª. La voz no es una t¨¦cnica. La voz es lo que marca la diferencia.
Pero la suya ha creado escuela. ?Le incomoda? No sabr¨ªa decirle hasta qu¨¦ punto eso es as¨ª. No me incomoda porque no me doy cuenta de ello. Si me planteara esas cosas, me sentir¨ªa terrible.
No muchos autores pueden presumir de haber sido publicados en vida en la colecci¨®n Library of America. Usted ahora es el ¨²nico. Debo conservar ese privilegio. Eso espero. Es mi ilusi¨®n.
Como autor que refleja el tiempo en el que vive, si La mancha humana fue su libro de la era de Clinton, Sale el espectro es el de la era de Bush. ?C¨®mo ser¨¢ el de la Am¨¦rica de Obama? Qui¨¦n sabe. No podemos predecir nada. En nuestras vidas podemos programar los pr¨®ximos cuatro a?os. En pol¨ªtica es un misterio. ?Qui¨¦n se habr¨ªa imaginado hace poco el desastre de Irak?
?Qu¨¦ quedar¨¢ de Bush? Mucho da?o. Mucho da?o. Tan s¨®lo si lo miramos en cifras, ha llevado al pa¨ªs a la bancarrota. Ha destruido en el mundo nuestra reputaci¨®n moral. Ha matado cientos de miles de iraqu¨ªes sin raz¨®n. Ha sido un desastre, el peor presidente de nuestra historia.
?Peor de lo que habr¨ªa sido Lindbergh, ese presidente ficci¨®n que usted describi¨® para La conjura contra Am¨¦rica? Mucho peor. Lindbergh habr¨ªa sido mejor que Bush. Ahora que lo pienso, podr¨ªa haber hecho ese ejercicio con Bush, pero no ser¨ªa ficci¨®n. Siguiendo en ese terreno, no s¨¦ qu¨¦ ocurrir¨¢ con Hillary y Obama.
Quiz¨¢ la respuesta de la gente contra la era de Bush haya provocado esta necesidad tan radical de cambio. La primera vez que un negro y una mujer compiten por la presidencia con posibilidades. Esta avalancha de gente que quiere votar en las primarias y de entusiasmo por sus respectivos candidatos es una reacci¨®n clara a la era de Bush. La necesidad de hacer algo, de arreglar las cosas.
Eso hace 10 a?os s¨ª que habr¨ªa sido pol¨ªtica ficci¨®n, lo de Obama. S¨ª, claro. Fue Bobby Kennedy hace 40 a?os quien dijo que en 50 tendr¨ªamos un presidente negro. M¨¢s o menos se acerc¨®. Una de las ventajas de c¨®mo se desarrollan estas primarias es que est¨¢n despertando ilusi¨®n en todo el pa¨ªs hacia los dem¨®cratas. Est¨¢n convenciendo a mucha gente. Pero si Obama gana esta etapa, todav¨ªa, para la elecci¨®n final, debe vencer muchos prejuicios y barreras.
Lo que ocurre es que se est¨¢ convirtiendo en un aut¨¦ntico fen¨®meno de masas. Es muy listo, es brillante. Tiene un discurso articulado, posee esa energ¨ªa contagiosa, joven y poderosa. Es muy esperanzador para la gente. Los dem¨®cratas parecen encantados de votar por alguien as¨ª. Cuando era ni?o, recuerdo que elegimos delegado de clase al ¨²nico ni?o negro que ten¨ªamos y todos nos sentimos tan bien con nuestras conciencias...
Su infancia en Newark, Nueva Jersey. Ese territorio m¨ªtico. S¨ª. ?Lo conoce?
No, pero me gustar¨ªa. Pues tenga cuidado.
?En serio? ?Va mucho? No, no voy a menudo. Me doy una vuelta de vez en cuando, sobre todo si voy a escribir algo en lo que aparece el barrio. Voy a ver a viejos amigos, pero hay que andar con cuidado por ah¨ª, hay traficantes, droga.
?Es m¨¢s un escenario de Los Soprano que de las novelas de Philip Roth? Los Soprano parece un cuento para ni?os peque?os comparado con lo que hay. Es tr¨¢gico, persecuciones con disparos, secuestros, robos de coches hasta con los ni?os dentro Son el pan nuestro de cada d¨ªa. As¨ª que, le digo: no vaya.
?D¨®nde vive ahora? En mi casa de Connecticut, aunque los inviernos los paso aqu¨ª, en Nueva York, porque no puedo soportar el fr¨ªo, me hago viejo, me afecta.
A vueltas con la vejez, es su obsesi¨®n de las ¨²ltimas novelas y memorias. ?No lo lleva bien? Escribo sobre ello. Lo exorcizo. Me viene bien hacerlo. Hacerse viejo es un cambio bastante duro en la vida, no hay nada comparable. Ni te lo imaginas. Ni a los treinta, ni a los cuarenta, ni a los cincuenta. ?Y qu¨¦ es lo que no se te puede pasar por la cabeza? Que el tiempo se acaba, que ya no sabes cu¨¢ntos a?os te quedan, si cinco, si seis. Sabes que ya no van a ser m¨¢s de 20. Has llegado al fondo. Y luego est¨¢n las p¨¦rdidas. Un amigo m¨ªo muri¨® ayer. Primero has perdido a tus abuelos; despu¨¦s, a tus padres. Ahora pierdes a los amigos. Es duro, es fuerte. Aparte de todo eso, cuando el tiempo se acaba, vas perdiendo las facultades. La memoria, me aterra perder la memoria.
Aun as¨ª, en Sale el espectro le encuentra ventajas cuando dice que ?Ventajas? No, en mi libro no le saco ninguna ventaja a la vejez.
Bueno, cuando se refiere a que las ¨²ltimas grandes respuestas esperan al final. Ya, pero eso no es una ventaja. Es la vida. No se haga ilusiones con eso.
?Por qu¨¦ no? Porque no quiero que tenga ninguna esperanza.
Vale, no. Lo intentar¨¦, pero no ley¨¦ndole, entonces. Quiz¨¢ no haya esperanza en esa manera de ver la vejez, pero le da usted un sentido. Eso s¨ª. Pero porque no nos queda m¨¢s remedio. Es el destino irrenunciable para todos nosotros, excepto para quienes no lo alcanzan. Despu¨¦s nos llega el hecho de la muerte. Tienes que hacerte a esa idea. A los treinta me planteaba mucho la muerte hasta que un d¨ªa me dije: ?Olv¨ªdate! ?Preoc¨²pate cuando tengas 75!. Cre¨ª que nunca llegar¨ªa. Bueno pues he llegado.
Uno de sus personajes quer¨ªa estar limpio para cuando se le presentara la muerte. Qu¨¦ extra?o, ?no?
Y el sexo, ?d¨®nde le queda el sexo a Philip Roth en la vejez, ese motor de toda su literatura? Bueno, para mucha gente, el sexo pierde inter¨¦s, para otros es tan interesante como siempre y algunos aceptan que est¨¢n fuera de juego
?Y usted? ?Yo? Ja Yo soy de los que todav¨ªa le encuentran inter¨¦s.
?No se pasan los impulsos? No tienen por qu¨¦.
?Vienen m¨¢s o menos? ?En qu¨¦ lugar de sus prioridades quedan ahora los impulsos sexuales? ?Le hacen sentirse m¨¢s vivo que otras cosas? Bueno, se van adecuando a la edad. He escrito sobre esto en El animal moribundo, en Eleg¨ªa y en este libro ¨²ltimo. Creo que queda todo claro.
?C¨®mo cuadra un escritor tan expl¨ªcito en lo sexual como usted en un pa¨ªs con dirigentes tan puritanos? Este pa¨ªs es muy grande y tiene muchas caras. La puritana es una, pero si te fijas en c¨®mo las chicas visten en verano, no lo definir¨ªamos as¨ª. Los chicos acceden al sexo a los 14 o 15 a?os y la libertad es enorme. El puritanismo es un espejismo en Estados Unidos. Este pa¨ªs es tan hedonista como cualquiera en el mundo.
?M¨¢s que en su juventud? Desde luego. El gran cambio se produjo en los sesenta. El nivel de frustraci¨®n en ese aspecto era alt¨ªsimo, y el acceso al sexo, muy reducido. No hab¨ªa leyes del aborto, hab¨ªa que casarse o tener hijos y afrontar la vida. Se las arreglaban para dominar nuestra sexualidad en todos los aspectos, y eso ya no ocurre, se acab¨®. Completamente. Son dos pa¨ªses diferentes: el de entonces y el de ahora. Y todo ese cambio se produjo en los sesenta. Fue una revoluci¨®n social y aut¨¦ntica de la que vemos hoy los resultados.
S¨ª, pero toda esa libertad, ?no est¨¢ de alguna manera amenazada ahora? Uno de sus personajes dice en su nuevo libro, ni m¨¢s ni menos: Abortemos mientras podamos. Provoca. Le gusta provocar. Tiene una manera de ver la vida radical. ?Se definir¨ªa as¨ª? ?En qu¨¦ sentido?
Como alguien que lleva a sus criaturas al l¨ªmite. Hasta Zuckerman sue?a con tener un incesto, en fin. Parece usted haber alcanzado un grado lib¨¦rrimo de expresi¨®n. Sin miedo. ?Soy un radical?
No pasa nada. Es dif¨ªcil encontrar cosas similares. Yo no tengo esa sensaci¨®n. No es que sea yo. Es que los temas que elijo conducen a esa l¨®gica. No me planteo cuando escribo si es radical, no deseo provocar a nadie. Me enfrento a los problemas que surgen en la escritura. No me planteo lo que les pueda o no gustar a los lectores, si se van a escandalizar o no.
Si el sexo define el comportamiento humano, un pa¨ªs puede quedar definido por los deportes. Usted retrata Estados Unidos a trav¨¦s del deporte tambi¨¦n. Me interesa el deporte, como aficionado. Cuando era ni?o me gustaba mucho m¨¢s. Jugaba constantemente al b¨¦isbol. En Pastoral americana hay un h¨¦roe deportivo. En Una novela americana hablo de b¨¦isbol, pero los deportes no dominan mi vida. Tampoco creo que podamos definir un pa¨ªs por medio del deporte.
Hay otros asuntos en su escritura que no desaparecen. El juda¨ªsmo. Tuvo sus m¨¢s y sus menos con los miembros de su comunidad cuando escribi¨® Adi¨®s, Columbus. No sentaron bien sus planteamientos. ?Qu¨¦ representa ser jud¨ªo en Estados Unidos hoy? No me preocupa. Es como ser diestro o zurdo. Yo soy zurdo y de izquierdas. Jud¨ªo, ciudadano, amigo de mis amigos, es tan s¨®lo un aspecto de la vida.
Pero que influye mucho. Hace tiempo s¨ª, pero ahora me preocupa m¨¢s c¨®mo ser americano que jud¨ªo. Pasa como en Espa?a, me imagino. No afecta tanto. Mi familia lleva aqu¨ª m¨¢s de 100 a?os, as¨ª que ya es hora de que nos sintamos m¨¢s parte de este pa¨ªs que otra cosa. Ser de este pa¨ªs implica conocerlo a fondo. Aqu¨ª crec¨ª, conozco sus defectos mejor que los de fuera. Siempre sabes odiar mejor tu propio pa¨ªs que otros. As¨ª que cuando los antiamericanos empiezan con sus cuentos, me gusta mandarles callar. Odian mi pa¨ªs de forma est¨²pida, nosotros sabemos odiarlo de una manera m¨¢s inteligente. Tu propio pa¨ªs te puede volver loco, como tu familia, como tu mujer, pero lo quieres y lo odias al tiempo.
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