Los otros disparos

Prendieron velas, entonaron canciones y los soldados alemanes invitaron a los brit¨¢nicos de las trincheras enemigas a acercarse. El combate se detuvo un d¨ªa. En tierra de nadie, los adversarios intercambiaron felicitaciones y tabaco, se sacaron fotos. Esas im¨¢genes, ni heroicas ni triunfalistas, descubrieron el lado m¨¢s descorazonador y noble del conflicto: los rostros de esos j¨®venes que pasaban un buen rato juntos y que, sin embargo, estaban ah¨ª para matarse. Aquellas instant¨¢neas fueron la prueba irrefutable de que la m¨ªtica tregua de la Nochebuena de 1914 realmente se celebr¨®. Los Gobiernos no pudieron negarlo y comprendieron r¨¢pidamente que el control sobre las c¨¢maras de la tropa deb¨ªa ser a¨²n m¨¢s f¨¦rreo. ¡°Esos suvenires personales acabaron en las p¨¢ginas de la prensa internacional y el Gobierno decidi¨® estrechar la censura¡±, dice Hilary Roberts, conservadora jefe de fotograf¨ªa en el Imperial War Museum de Londres.

Aquel fue un gran momento en la historia de la fotograf¨ªa de guerra, pero ni mucho menos el ¨²nico en el conflicto de 1914. La revoluci¨®n t¨¦cnica en la captaci¨®n de im¨¢genes no hab¨ªa hecho m¨¢s que empezar y las nuevas herramientas fueron empleadas para la inteligencia militar, pero tambi¨¦n provocaron una incontrolable y fascinante explosi¨®n popular, con millones de soldados armados con objetivos, dispuestos a capturar su experiencia ¨ªntima de la Gran Guerra. Los millones de im¨¢genes que dejaron tras de s¨ª conforman una historia tan diversa, personal y compleja como la guerra misma, un relato que todav¨ªa hoy se sigue revelando e investigando. Por ejemplo, en el Art Gallery de Ontario, donde en 2004 recibieron el legado de un coleccionista que prefiere mantenerse en el anonimato y que don¨® 495 ¨¢lbumes de soldados brit¨¢nicos, franceses, alemanes, estadounidenses, rusos, polacos, checos y australianos. En total, m¨¢s de 52.000 fotos que a¨²n se est¨¢n catalogando, algunas de las cuales ser¨¢n expuestas en la muestra The Great War: The persuasive power of photography, que se celebrar¨¢ este verano en la National Gallery de Canad¨¢. ¡°La mezcla es incre¨ªble, con fotos de bases militares, cabar¨¦s, aviones o retratos tur¨ªsticos de soldados paseando entre ruinas en sus d¨ªas libres¡±, apunta Sophie Hackett, desde el Art Gallery de Ontario.

El enfoque que cada pa¨ªs dio a las regulaciones fotogr¨¢ficas a las que estaban sujetos los soldados vari¨® enormemente, pero lo que se mantuvo como una constante en ambos bandos fue la presencia de c¨¢maras entre los combatientes. Lo cierto es que la mecanizaci¨®n de la guerra en aquel brutal conflicto pasa no s¨®lo por las ametralladoras, sino tambi¨¦n por los casi dos millones de c¨¢maras de bolsillo que Kodak hab¨ªa vendido en 1918. La Vest Pocket Camera, pronto conocida como ¡°la c¨¢mara de los soldados¡±, fue el modelo que el astuto George Eastman lanz¨® al mercado? y cuyas ventas se multiplicaron por cinco en tres a?os. De tama?o reducido y con un estuche ajustable al cintur¨®n, la variante Autograph permit¨ªa escribir directamente en el negativo y se anunciaba como el ¡°mejor regalo de partida¡± que un soldado pod¨ªa recibir, una herramienta que les permitir¨ªa aliviar el tedio de la rutina y, en el futuro, ¡°tener el libro m¨¢s interesante de todos: su ¨¢lbum Kodak¡±. Otros modelos de la competencia como la Ansco Vest Pocket Camera animaban a los soldados a mantener ¡°la puerta de la memoria abierta¡±, y la Ensignette se publicitaba como ¡°fuerte, f¨¢cil de cargar y ¨²til en cualquier circunstancia¡±.

Los soldados de ambos frentes se lanzaron con entusiasmo a la fotograf¨ªa, como prueban los millones de instant¨¢neas que capturaron, mandaron a casa, y en muchos casos guardaron en ¨¢lbumes. En esas p¨¢ginas se encuentra la inc¨®moda yuxtaposici¨®n entre la confraternizaci¨®n de la tropa, y la destrucci¨®n y muerte en las trincheras. ¡°Los ¨¢lbumes reun¨ªan fotos de distinta procedencia, no s¨®lo las que ellos hab¨ªan sacado, sino tambi¨¦n otras que compraban o les regalaban¡±, explica Roberts, coautora junto a Mark Holborn del libro fotogr¨¢fico sobre el conflicto elaborado con los fondos del museo, The Great War. A Photographic Narrative (Random House). El Imperial War Museum, creado en 1917 para homenajear el esfuerzo de guerra cuando el conflicto a¨²n se libraba, hizo un llamamiento a los aliados para que mandaran im¨¢genes sin importar su calidad. Lleg¨® un aluvi¨®n que no ha cesado desde entonces e incluye en la actualidad fotos desde 1850 hasta las tomadas hace apenas 24 horas en Afganist¨¢n, seg¨²n Roberts. ¡°El documento gr¨¢fico de los soldados se planteaba como una experiencia personal, ellos no pretend¨ªan crear un informe sistem¨¢tico, sino registrar la gente y los sitios que conocieron¡±, apunta.?

La experiencia b¨¦lica, entonces y ahora, incluye tambi¨¦n el horror y la brutalidad convertidos en rutina: crudas fotos posando con enemigos muertos. En las im¨¢genes de la I Guerra Mundial de ejecuciones de esp¨ªas o de cad¨¢veres rodeados de soldados sonrientes en las trincheras enemigas se encuentra un claro antecedente de las instant¨¢neas de la soldado Lynndie England en la prisi¨®n iraqu¨ª de Abu Ghraib en 2004. Todas ellas entran en la categor¨ªa de las llamadas ¡°fotos trofeo¡±, tan viejas como la presencia de c¨¢maras en el frente. En la Gran Guerra gozaron de una incre¨ªble popularidad, convirti¨¦ndose en algo parecido a lo que en el ciberespacio se conoce como un fen¨®meno viral. "La idea de sacar fotos para degradar y humillar al enemigo no es nueva", apunta Janina Struk, autora de Private pictures: Soldier¡¯s Inside View of War (I. B. Tauris, 2010). ¡°La b¨²squeda de una visi¨®n desde dentro de la guerra no es un fen¨®meno de la cultura de la realidad del siglo XXI. Pero la cruda brutalidad de la guerra, tan frecuentemente descrita en las fotos captadas por soldados, rara vez ha cruzado el umbral y ha entrado en la conciencia p¨²blica¡±.

Las llamadas "fotos trofeo", para degradar y humillar al enemigo, remiten a las tomadas en 2004 en Abu Graib

Desde el arranque de la Gran Guerra, las autoridades brit¨¢nicas no tuvieron dudas sobre el potencial peligro que implicaban tantos obturadores sueltos. Bajo amenaza de arresto, no se permit¨ªa sacar fotos, ni mandar copias a casa ni, por supuesto, carretes. Pero las c¨¢maras estaban ah¨ª y los soldados tambi¨¦n; y en casa, la prensa ¡ªsujeta a un estricto control gubernamental gracias al Official Press Bureau que fund¨® Churchill¡ª esperaba ansiosa im¨¢genes del frente. En 1915 arrancaron los concursos de fotograf¨ªa amateur de guerra en el Daily Mirror, dispuesto a pagar mil libras de entonces por la mejor foto que mandara un soldado; su nombre no se har¨ªa p¨²blico y el peri¨®dico correr¨ªa con los gastos de revelado.

La controvertida propuesta no pretend¨ªa ensalzar el arte fotogr¨¢fico sino obtener las mejores fotos posibles, y pronto fue copiada por la competencia. ¡°Nuestro esquema es simple y directo. Queremos fotos sobre el tema de la guerra y las queremos todos los d¨ªas¡±, explicaba el Daily Sketch en sus p¨¢ginas. Esta carrera por hacerse con las fotos de los protagonistas del combate no se detuvo ni siquiera con la llegada al frente de los dos fot¨®grafos oficiales, Ernest Brooks y John Warwick Brooke. Miles de instant¨¢neas inundaron las redacciones. ¡°La prohibici¨®n de sacar fotos fue ignorada, porque esas im¨¢genes eran el v¨ªnculo entre el frente y el hogar y manten¨ªan la moral alta¡±, dice Struk.

En Alemania, por el contrario, se anim¨® desde el principio tanto a soldados como a civiles a que documentaran gr¨¢ficamente el conflicto. ¡°Hab¨ªa un sentimiento euf¨®rico y entusiasta por parte de los combatientes y de sus familias. Todos coleccionaban fotos porque quer¨ªan conservar recuerdos de ese momento que pensaban que ser¨ªa ¨²nico y triunfal¡±, explica el doctor Bodo von Dewitz, coleccionista y experto en el legado fotogr¨¢fico de esta guerra. ¡°No hab¨ªa censura y hasta 1916 los alemanes ten¨ªan una actitud casi na¨ªf respecto de la fotograf¨ªa. Hab¨ªa un elemento tur¨ªstico en torno al nuevo hobby y eso se mantuvo, porque muchos soldados apenas hab¨ªan viajado y en sus diarios e instant¨¢neas resuena ese eco entusiasta. Los brit¨¢nicos, sin embargo, ten¨ªan muy presente el valor propagand¨ªstico desde el principio, y eran conscientes de que pod¨ªan ser una fuente para el espionaje enemigo¡±.

En 1918 se hab¨ªan vendido casi dos millones de c¨¢maras del modelo port¨¢til comercializado por George Eastman

Von Dewitz comenz¨® su incre¨ªble colecci¨®n en los a?os setenta rebuscando en mercadillos y escribi¨® su tesis sobre el tema. Cuenta que cerca de doscientas instituciones oficiales en Alemania tienen estas instant¨¢neas en sus fondos, muchas de ellas desde poco despu¨¦s de que terminara la guerra. Y fue en esos a?os inmediatamente posteriores cuando las im¨¢genes adquirieron un nuevo significado. ¡°En la d¨¦cada de los a?os veinte, tanto la derecha como la izquierda echaron mano de las fotos sacadas por los soldados para explicar por qu¨¦ se perdi¨® la guerra¡±, dice el especialista. Los nazis difund¨ªan las im¨¢genes heroicas; la izquierda mostraba las atrocidades y la destrucci¨®n.

En el frente alem¨¢n, la mayor¨ªa de las instant¨¢neas se hicieron en placas de cristal y hab¨ªa una gran infraestructura en el mismo frente para poder imprimirlas, hacer postales y mandarlas a casa. Los cuartos oscuros estaban mucho m¨¢s controlados en el bando aliado, y as¨ª, el uso del que se mont¨® en el buque Queen Elizabeth, por ejemplo, estaba circunscrito a las fotos oficiales. De las cl¨¢sicas fotos posadas se pas¨® a las trincheras, al enfrentamiento cara a cara con la muerte. En ellas encuentra Von Dewitz un tono voyerista muy acorde con los valores victorianos que marcaban la moral de la ¨¦poca. Tambi¨¦n una funesta premonici¨®n de las im¨¢genes de cuerpos apilados que llegar¨ªan con la Segunda Guerra Mundial. Cuando ese conflicto estall¨® ya estaban en el mercado las c¨¢maras de 35 mil¨ªmetros y las revistas ilustradas. La fotograf¨ªa hab¨ªa avanzado y tambi¨¦n la forma en que se contaban las historias a trav¨¦s de ella.

Aunque fue en la guerra de los b¨®ers la primera vez que los soldados llevaron c¨¢maras al frente, la Gran Guerra fue ¡°la primera gran guerra fotogr¨¢fica¡±, como apunta Janina Struk. La conservadora del Museum of Fine Arts de Houston, Anne Wilkes Tucker, que rescat¨® varios ¨¢lbumes para la enorme muestra War/Photograhy el a?o pasado, a?ade que aquel fue el primer conflicto con una dimensi¨®n global. ¡°En aquella guerra hab¨ªa soldados profesionales, se hizo una cobertura extensa del conflicto. Las im¨¢genes llegaban con celeridad a los medios. Las fotos no tardaban tres semanas como ocurri¨® con las de James Fenton en Crimea¡±. Las instant¨¢neas adem¨¢s muestran la vida normal de los soldados, no la de los oficiales como era costumbre en el siglo XIX, cuando los cuerpos y cad¨¢veres eran retirados antes de retratar el campo de batalla. La experiencia real de lo que es una guerra iba col¨¢ndose en las im¨¢genes de quienes la combat¨ªan. ¡°Aquella fue la primera guerra de medios de comunicaci¨®n de masas, y aunque la t¨¦cnica era rudimentaria, en ese momento quedaron establecidos los principios y las dificultades a los que los fot¨®grafos de guerra han hecho frente desde entonces¡±, a?ade Hilary Roberts.

Por encima de las diferencias entre un paisaje y otro, entre un tiempo y el siguiente, Janina Struk se?ala en su libro los temas recurrentes a los que apuntan las c¨¢maras de los soldados, las narrativas extremadamente personales que construyen en sus ¨¢lbumes, que, como los familiares, no est¨¢n pensados para el escrutinio p¨²blico. En el transcurso de su investigaci¨®n, un t¨ªo suyo rescat¨® su ¨¢lbum de la I Guerra del fondo de un armario, y esas fotos le cortaron el aliento. M¨¢s all¨¢ de la imagen idealizada de la guerra que a menudo nos llega, en las instant¨¢neas de los soldados se encuentra una cara cruda, real, ins¨®lita y humana de una guerra. Concluye Struk que si fueran vistas, podr¨ªan poner en tela de juicio la visi¨®n autorizada y aceptada que se tiene de las guerras.