El partido
El televisor nos ha acostumbrado a ver el f¨²tbol de otra manera: en el campo se te escapan las jugadas, el televisor ara?a hasta el ¨²ltimo gesto
Mientras miraba hacia la pantalla de su televisor ante la playa grande de Gij¨®n, Juan Cueto, que reinvent¨® el f¨²tbol televisado, dijo que aquel recinto encerrado en el aparato estaba hecho para retransmitir partidos. ¡°Ah¨ª lo ves, un rect¨¢ngulo verde como el campo¡±, dijo, ¡°est¨¢ hecho para que veamos f¨²tbol¡±.
Hoy ese rect¨¢ngulo se expone a millones de ojos, que no estar¨¢n en Lisboa para ver el partido del siglo de estos ¨²ltimos a?os y que lo seguir¨¢n por la pantalla del rey de la casa, el televisor. El televisor nos ha acostumbrado a ver el f¨²tbol de otra manera: en el campo se te escapan las jugadas, el televisor ara?a hasta el ¨²ltimo gesto; as¨ª que por la tele ves dos partidos: el que se juega y el que te ofrecen las c¨¢maras. Los que est¨¦n en el campo sabr¨¢n de la emoci¨®n inmediata, del sonido del bal¨®n; en casa tendremos la ventaja de ver en primer plano la alegr¨ªa de la victoria, o el sudor de la derrota. Prefiero la tele.
Es m¨¢s que un partido. Que dos equipos de una misma ciudad se disputen el cetro europeo es tan poco com¨²n que el encuentro trasciende lo que dijo Boskov (¡°F¨²tbol es f¨²tbol¡±) para alcanzar una enorme dimensi¨®n sociol¨®gica y medi¨¢tica. Los informativos se han dedicado estos d¨ªas a alternar la contienda de ma?ana, las elecciones europeas, con lo que se juegan el Madrid y el Atl¨¦tico en este encuentro que solo tiene de fraternal la capital de la que provienen los dos clubes.
Adem¨¢s, se juega en Lisboa, que es como otra capital nuestra, por ib¨¦rica y por pr¨®xima. Lisboa tiene, por el mar, por sus atardeceres, por Pessoa y Saramago, el aire de la melancol¨ªa pegada a su piel po¨¦tica; que albergue ahora semejante evento espa?ol, protagonizado por aficiones acostumbradas a la celebraci¨®n m¨¢s ruidosa posible, es para la propia capital del Tajo una especie de convulsi¨®n sentimental que girar¨¢, adem¨¢s, en torno a dos futbolistas que hablan portugu¨¦s. Que los l¨ªderes espirituales de este partido sean Cristiano Ronaldo, portugu¨¦s de Madeira, y Diego Costa, brasile?o como Neymar o como Vinicius de Morais, reclama met¨¢foras suplementarias. Pero estas surgir¨¢n en cuanto acabe el partido y para unos Lisboa ser¨¢ la capital de la gloria y para otros ser¨¢ el infierno en el que perdieron un partido que creyeron que iba a ser el m¨¢s grande de sus vidas. El televisor relativizar¨¢ esas grandezas.
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