La artista y su doble
El MOMA de Nueva York dedica una muestra deslumbrante a la brasile?a Lygia Clark
Quiz¨¢ sea cierto que hay al menos dos recorridos para cada exposici¨®n: el que comienza por el supuesto inicio, el recorrido ideal, y el que uno decide asumir desde la ¨²ltima sala, ese espacio donde deber¨ªa terminar la muestra. A veces, si se toma la iniciativa de empezar por el final, los modos de leer se trastocan, y otras, sencillamente, se desentra?a el desenlace antes de tiempo porque la coherencia del relato es innegable de principio a fin. Ocurre con la extraordinaria muestra de la artista brasile?a conocida por sus filiaciones neoconcretas, Lygia Clark, inaugurada en el MOMA neoyorquino, Lygia Clark: el abandono del arte. 1948-1988, en cuyo ¨²ltimo espacio se pueden ver algunas de las piezas para usar, las que implican al espectador en una propuesta en su origen con mucho de terap¨¦utico, y que la artista empieza a desarrollar a mediados de los a?os sesenta del siglo XX. Se trata a veces de f¨®rmulas tan sencillas como la obra Caminando, ir cortando con una tijera un papel en forma de camino de cuento; una mu?equera con la cual dos personas pueden jugar a mover las manos unidas por el artefacto; m¨¢scaras de tela que hacen percibir la realidad de forma inusitada, o una bolsa de pl¨¢stico transparente llena de aire y una piedra que se mueve entre la estructura como si de un elemento ligero se tratara.
Unas horas al d¨ªa, los mediadores del museo animan al visitante a entrar en el juego que propone Clark y, con cierta timidez, todo hay que decirlo, se aproximan a las propuestas sensoriales ¡ªprobarse la m¨¢scara de fieltro, jugar con la bolsa, ponerse las gafas¡¡ª. A un lado, sentados en una mesa alta con taburetes, los m¨¢s concienzudos siguen recortando los papeles que se van acumulando en el suelo como restos de una performance o de una obra de arte relacional, que en el fondo es lo que propone Clark.
En todo caso, por parte del p¨²blico hay casi cierto recelo a usar las obras, se dec¨ªa, a interactuar con unos elementos que tal vez parecen extra?os en este museo de arte contempor¨¢neo tan cl¨¢sico y tan solvente, sin duda el mejor del mundo en cuanto a su colecci¨®n de las vanguardias, y que en los ¨²ltimos a?os est¨¢ apostando de forma clara por el arte producido en Am¨¦rica Latina. No s¨®lo ha creado un puesto espec¨ªfico de conservador de Am¨¦rica Latina y ocupado por Luis Enrique P¨¦rez Oramas, junto con Connie Butler, el comisario de esta exposici¨®n, sino que ha optado por un programa que dedica al menos una muestra importante al a?o a esta ¨¢rea geogr¨¢fica. No s¨®lo. Tambi¨¦n las compras de Am¨¦rica Latina han aumentado notablemente, en parte gracias al impulso del director de la instituci¨®n, Glenn Lowry, si bien habr¨ªa que ser precisos y recordar c¨®mo desde su fundaci¨®n el MOMA ha tenido un claro inter¨¦s ¡ªy una colecci¨®n¡ª de arte producido en Am¨¦rica Latina y que ahora aflora en las salas, entre los m¨¢s visitados. Ocurre con el famoso Broadway Boogie-Woogie, de Mondrian, donde aparece una pieza de su propietaria primera y la persona que lo don¨® al museo, la artista brasile?a ligada a formas surrealizante Maria Martins. Y ocurre con la delicad¨ªsima sala de obras abstractas realizadas por latinoamericanos entre 1951 y 1980, una selecci¨®n de l¨ªneas y anudamientos con trabajos de Lidy Prati, Gego, Lygia Pape, H¨¦lio Oiticica o Alejandro Otero.
En esta ocasi¨®n la apuesta por una gran retrospectiva de Clark es innegable¡ Y apabullante. La calidad y abundancia de las piezas deslumbran, un aut¨¦ntico esfuerzo por reunir todo lo que debe estar en una gran retrospectiva donde la coherencia del trabajo de la artista es conmovedora, haciendo patente a cada instante una inteligencia luminosa y un compromiso s¨®lido con la creaci¨®n. El inicio, en ese recorrido ideal del cual se hablaba, muestra ciertas obras figurativas; entre otras, sus famosas escaleras de los ¨²ltimos cuarenta que se van modulando hacia ciertas composiciones abstractizantes del a?o 1952. Aqu¨ª se conforma la esencia de una de las dos partes que, adem¨¢s de la obra relacional, conforman la muestra del MOMA: la abstracci¨®n de los cincuenta. La tercera termina por ser el punto de partida y encuentro de las dos Lygia Clark: la abstracta y la relacional. Me refiero a su obra neoconcreta protagonizada por los Bichos, esculturas que retan el pensamiento dual occidental en una serie de seres vivos constituidos por partes geometrizantes. Est¨¢n casi todos y expuestos encima de un gran pedestal, sin la protecci¨®n del cristal de una vitrina, dejando al espectador la posibilidad de ver de cerca esa fabulosa enciclopedia borgeana de animales inesperados.
No muy lejos aparecen los trabajos preparatorios en papel ¡ªa partir de lo cual se evidencian las relaciones con la pintura de los Planos de superficies moduladas de 1958¡ª o ciertos prototipos de esos Bichos que permiten, una vez m¨¢s, que los espectadores experimenten el placer de tocar. En una sensaci¨®n extra?a y emocionante, casi como hallarse frente a la estrategia de Giacometti y sus reiteraciones: volver a empezar una vez tras otra para alcanzar la esencia, abocada sin embargo a tangibilizarse s¨®lo en una reducci¨®n martilleante que a menudo causa cierto malestar, comenta el artista suizo. El montaje, brillante, jugando con la abundancia de piezas de un modo certero, enfatizando piezas raras como las maquetas, las cajas de cerillas, los trabajos preparatorios; jugando sobre todo a correr tras la l¨ªnea de Clark que lo llena todo, somete al espectador a una asombrosa tensi¨®n dram¨¢tica, la de un espacio a ratos muy abierto que permite hacer los recorridos mentales tambi¨¦n.
Tal vez por esa consciencia de la inutilidad del esfuerzo para hallar la respuesta ¨²ltima, la que Clark cuenta en su carta de amor a Mondrian ¡ªya muerto¡ª, y no s¨®lo por la experimentaci¨®n de los sesenta entre ciertos sectores brasile?os, como prueba el uso del lenguaje de la escritora Clarice Lispector, entre 1966 y 1988 Clark abandona el arte como lo conoce hasta entonces. Pone en marcha las comentadas propuestas ¡°terap¨¦uticas¡± que acaban por tener m¨¢s de relacional, otro signo de c¨®mo Clark se adelantaba a los tiempos, y subvierte la propia esencia de un museo con cuadros tan emblem¨¢ticos como Las se?oritas o La danza ¡ªde ah¨ª la timidez de los espectadores en la ¨²ltima sala¡ª. Nunca como en esta muestra, a pesar de las propuestas de uso en la celebrada en el MACBA en 1997, se ha podido reconocer esa l¨ªnea que recorre obsesiva las formas de Clark de principio a fin, cambiando s¨®lo los medios de buscar, nunca la b¨²squeda a la cual aspira.
Lygia Clark: el abandono del arte. 1948-1988. Museum of Modern Art (MOMA). Nueva York. Hasta el 24 de agosto.
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