El pastiche de Lana del Rey
El gran acierto de Lana del Rey fue su misma creaci¨®n. Lizzy Grant, una neoyorquina de buena familia nacida en 1986, se transform¨® en 2011 en lo contrario a su origen, un pastiche posmoderno que ella misma defini¨® como ¡°una Nancy Sinatra gangsta¡±. Algo as¨ª como la Juani en versi¨®n gueto blanco de Los ?ngeles. El impacto viral de ese personaje la propuls¨® en cuesti¨®n de meses, con tan solo un par de canciones y v¨ªdeos caseros colgados en YouTube, de curiosidad a prometedora estrella mundial del pop.
?Su debut, Born to die, en 2012, fue un ¨¦xito comercial y desde entonces no gestiona con soltura a su personaje. Solicitada para aparecer en acontecimientos tan diferentes como S¨®nar, Glastonbury, la boda de Kanye West o una campa?a de H&M, se presta a todo y parece arrepentirse de inmediato de haberlo hecho. En cada entrevista, Lizzy Grant cuenta lo desbordada que est¨¢ por el ¨¦xito de Lana del Rey. Admira a figuras tr¨¢gicas como Amy Winehouse o Kurt Cobain y hace unas semanas remat¨® la jugada con un ¡°desear¨ªa estar muerta¡± que le perseguir¨¢.
Amag¨® con matar a Lana del Rey. Durante un tiempo afirm¨® que no habr¨ªa otro ¨¢lbum. Aseguraba haber dicho todo lo que ten¨ªa que contar. La mera existencia de una continuaci¨®n le resultaba inconcebible y casi hubiera sido lo mejor visto el contenido de su segundo disco.
El reci¨¦n editado Ultraviolence es un muy poco sutil intento de demostrar que Lana del Rey es algo m¨¢s que una fachada, que hay una mente, un alma, y un peso art¨ªstico detr¨¢s del personaje. Para que quede claro Lizzy no ha ahorrado esfuerzos. Ni sonoros ni visuales. Desde la portada: Si en Born to die era rubia, ahora es morena. Si las fotos del primer disco eran a todo color y su nombre, escrito en enormes letras, acaparaba la atenci¨®n, en Ultraviolence el retrato, en blanco y negro, est¨¢ difuminado, su alias no aparece en la cubierta y el t¨ªtulo es la ¨²nica mancha gr¨¢fica. El metamensaje de garraf¨®n es claro: olvidad al personaje, lo importante es el contenido.
Y el contenido es decepcionante. En un intento por desmarcarse de la producci¨®n contempor¨¢nea de su debut ha buscado ayuda en el extremo contrario. El productor, tras varios descartes, fue Dan Auerbach y se ha registrado en el mismo estudio anal¨®gico de Nashville en el que el l¨ªder de Black Keys ha grabado a Doctor John o al tuareg Bombino.
Quiz¨¢s hubiera sido m¨¢s acertado encargar el trabajo a Danger Mouse, el art¨ªfice de la conversi¨®n de Black Keys de un crudo d¨²o de garaje rock en un amable grupo de soul rock radiable, porque Auerbach parece perdido. Tal vez porque sus producciones m¨¢s exitosas han consistido en modernizar a m¨²sicos de ra¨ªz y aqu¨ª se le ped¨ªa exactamente lo contrario. La producci¨®n suena anticuada, como quit¨¢ndose de encima este asunto lo m¨¢s limpiamente posible, dando cuerpo a base de capas y m¨¢s capas de instrumentos a un material que no se sostiene por s¨ª mismo.
Falla la materia prima. Lana del rey no compone las m¨²sicas, solo las letras, y crea las canciones con colaboradores que han tejido alfombras para su lucimiento vocal. Una la firma su novio, Barrie O¡¯Neill, cantante de Kassidy, una ignota banda de Glasgow y tres Blake Stranathan, su guitarrista en directo. El resto se las dividen entre Greg Kurstin y Rick Nowels, dos mercenarios que han compuesto para un ampl¨ªsimo rango de interpretes, que van de Lykke Li a Sabrina Salerno. De Kylie a Lily Allen.
Con todo este aparataje Lana del Rey pretende convencer de la sinceridad de sus sentimientos. Pero sus modos son tan forzados y la voz est¨¢ tan impostada que no funciona. Cuando pretende sufrir en vez de transmitir dolor parece una cantante de vodevil gimoteando. No ayuda que Auerbach haya doblado una y otra vez su voz hasta que suena como un coro m¨¢s que como una solista.
Aunque dice componer desde sus experiencias autobiogr¨¢ficas lo que se escucha es a una serie de personajes t¨®picos que van de la mujer despechada a la jovencita enamorada. Especialmente sonrojante, por lo sobreactuado, es el momento en que encarna a una especie de Lolita seductora. La culminaci¨®n del desastre llega con la versi¨®n que cierra el ¨¢lbum: The other woman, un tema que populariz¨® Nina Simone. Si es un mensaje entre l¨ªneas estar¨ªa comunicando que es una cantante con personalidad, no un producto de usar y tirar. La realidad es que apenas tiene el el nivel de una imitadora cualquiera.
Y a pesar de esto el disco se ha colado en todas las listas de ventas que importan, El ¨¦xito la avala, lo que no parece augurar que en un futuro las cosas mejoren
Lana del Rey, Ultraviolence (Universal)
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