La gabardina de Cortefiel de Colombo
Ahora que los cin¨¦filos est¨¢n transmut¨¢ndose en seri¨¦filos, les traigo la semblanza de uno de mis h¨¦roes televisivos: Colombo. Este detective desastrado, con aspecto casi de vagabundo, no tiene parang¨®n en la historia de los polic¨ªas de ficci¨®n. Con su perenne gabardina arrugada (?sab¨ªan que la compr¨® en Cortefiel?), su traje rapicorto, dejando asomar unos zapatos moteados de polvo, encarna una virtud inalcanzable: la sabidur¨ªa disimulada en un envoltorio de falsa humildad.
Colombo no es, ni por asomo, un triunfador. Nada que ver con los detectives tipo Philip Marlowe, seductores tras su trago de whisky y que usan el cinismo como parapeto frente a los sospechosos y como anzuelo para la pesca de sospechosas. No se le conoce al italoamericano ning¨²n ligue extramatrimonial en los 69 episodios que protagoniz¨® durante toda la d¨¦cada de los setenta.
En realidad, no conocemos apenas nada de este hombrecillo menudo, cargado de hombros, que siempre mira con una ceja en alto desde su perpetua bizquera (el actor que lo encarnaba, Peter Falk, ten¨ªa un ojo de cristal). En los diez a?os que estuvo en las pantallas, solo se nos informa de que su vida gira en torno a tres personajes: su esposa (cuyo nombre desconocemos y que nunca aparece en la serie); su jefe, un capit¨¢n exigente (sin nombre tambi¨¦n y a quien tampoco vemos) y un perro perezoso, llamado consecuentemente Perro.
Pero Colombo tampoco es un perdedor impostado, como el estereotipo de detective que repiten machaconamente la mayor¨ªa de las series actuales, del pelaje de Jimmy McNulty de The wire, que se pasan el tiempo despreciando su destino mientras acumulan amor¨ªos y juergas, bajo el hilo musical de un buen blues. Mi h¨¦roe es un simple teniente de polic¨ªa, sin pretensiones ni pistola, que nunca se l¨ªa a guantazos, al que no le gusta trasnochar y que viaja en un Peugeot 403 destartalado.
Utiliza esa apariencia de bobo despistado de la que todos se mofan para envolver en ella a los criminales, la mayor¨ªa de ellos poderosos (pol¨ªticos, empresarios o famosos), que no dudan en humillarle, en tratarle como a un sirviente molesto y pregunt¨®n, mir¨¢ndole siempre por encima del hombro. Hasta que se dan cuenta de que les ha acorralado, de que ha desmontado una por una todas sus coartadas con su implacable l¨®gica. La misma que emplea Sherlock Holmes en sus casos, pero sin la altivez del detective de Baker Street. Al contrario, aplicando sus deducciones casi desde el servilismo, sabi¨¦ndose superior frente a los que se creen superiores, y no son sino imb¨¦ciles pagados de s¨ª mismos.
Entonces, al final del cap¨ªtulo, tras ser pisoteado y escarnecido por el delincuente potentado de turno, sale el Colombo ¨ªntegro, el que no teme las amenazas ni las influencias que mueven los criminales de alcurnia para acabar con su carrera. Implacable, no hay perd¨®n para el malhechor, aunque sea un financiero. Todos a la c¨¢rcel. En Espa?a, Colombo no llegar¨ªa ni a inspector, pero es mi h¨¦roe de cabecera. Alguien que usa una gabardina de Cortefiel no puede ser un mal tipo. Esos visten de Armani.
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