Ruinas
Es grotesco que nos hayamos transformado en una humanidad p¨®stuma, de zombis
A partir del siglo XVI, una de las veces en las que Roma fue Roma con ¨¦nfasis, algo que peri¨®dicamente le ocurre a esta Ciudad Eterna para salvar el tedio de ser simplemente Roma, afluyeron a ella una indiscriminada tropa de gentes de malvivir, entre los que los artistas de la Europa occidental moderna formaban un singular regimiento. Es cierto que ven¨ªan de todas partes, pero en especial de los Pa¨ªses Bajos, cuando, por su n¨²mero, vistosidad y exuberancia, fueron all¨ª conocidos como fiamminghi (flamencos). A ellos les dedic¨® un concienzudo estudio Antonio Bertolotti, Artisti belgi e olandesi a Roma nei secoli XVI e XVII (1880-1885), primera recopilaci¨®n de sus andanzas que no han dejado de asombrarnos. Un brillante ejemplo contempor¨¢neo de esta fecunda pesquisa es la labor investigadora de la historiadora del arte belga Nicole Dacos (Etterbeck, Bruselas, 1938), uno de cuyos mejores libros, Roma quanta fuit. O la invenci¨®n del paisaje de ruinas (Acantilado), acaba de editarse en nuestra lengua. Desde luego, se trata de un exhaustivo estudio sobre la intervenci¨®n de los artistas flamencos del XVI en la remoci¨®n de las m¨ªticas antig¨¹edades romanas y, en particular, de los llamados grutescos, denominaci¨®n que compendia las pinturas antiguas encontradas en los subterr¨¢neos ¡ªlas grutas¡ª de la Domus Aureade Ner¨®n, a partir de las cuales tres artistas flamencos, el misterioso Herman Posthumus, Marten van Heemskerck (1498-1574) y Lambert Sustris (1515/20-1568), crearon un estilo e, incluso, una est¨¦tica, la de los grutescos o la de lo grotesco.
La obra de Nicole Dacos estudia estas cosas y la vida de los pintores involucrados en ellas, sin olvidar al quiz¨¢ m¨¢s singular entre los flamencos como artista y viajero, Jan van Scorel (1495-1562). Pero lo hace, sea cual sea su formidable erudici¨®n, como si se tratase de una novela de intriga, en cuyo meollo habita, sin embargo, una cuesti¨®n crucial en el momento hist¨®rico en que se produjo, el de la crisis del Renacimiento, y en el actual: el de la fascinaci¨®n ante las ruinas. El t¨¦rmino ¡°ruina¡± procede de otro latino semejante, derivados ambos del verbo ¡°ruo¡±, que significa ¡°caer¡±, ¡°precipitarse¡±, ¡°correr¡±; en fin: que alude a lo que es inestable, fr¨¢gil o perecedero por naturaleza. En este sentido, en la pasi¨®n por pintar ruinas, rescatadas en el subsuelo, por entre grutas o cuevas subterr¨¢neas, hay, desde luego, un componente elegiaco, pero tambi¨¦n una conciencia temporal por la que indefectiblemente toda ilusi¨®n de futuro se transforma en pasado. Es lo que les ocurre a todos estos avispados pintores flamencos tan innovadores, y, en particular, a ese tan curioso y enigm¨¢tico que le dio por firmar sus cuadros con el apelativo de ¡°P¨®stumo¡±, el cual, por tanto, a¨²n vivo y coleando, ya se estaba viendo a s¨ª mismo como muerto. Hay una obra suya conservada con fecha de 1536, titulada Tempus edax rerum (el voraz tiempo de las cosas), en la que el autonombrado ¡°Posthumus¡± hace un selectivo inventario visual de algunos de los arruinados monumentos entonces m¨¢s c¨¦lebres de la antigua Roma, con la peculiaridad de que, en su representaci¨®n, los avecina f¨ªsicamente de forma caprichosa; es decir; al dictado de su propia imaginaci¨®n, aunque, enseguida se adivina, como un criptograma de soterrado simbolismo, quiz¨¢ se?alando que no hay otro viaje posible para el hombre que el que le lleva al centro de la Tierra.
De esta manera, la realidad se convierte en una fant¨¢stica subrealidad surrealista, aunque Herman Posthumus y sus colegas est¨¦n clasificados acad¨¦micamente como ¡°manieristas¡±, una forma de nombrar nuestra precipitada ca¨ªda subjetiva por el agujero del tiempo.
Seg¨²n vamos progresando m¨¢s y m¨¢s en nuestra era moderna, sentimos una mayor fascinaci¨®n por las ruinas, cuyo monstruoso amontonamiento nos obliga a su reciclado. Es grotesco que hayamos convertido nuestro planeta en un basurero y, sin darnos cuenta, nos hayamos transformado en una humanidad p¨®stuma, de zombis, en la que ya no cabe m¨¢s que las novedades, de suyo irrepresentables. ?Nuestras ruinas ya no tienen pintores flamencos que las pinten porque ya no queda nada que representar!
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