El fot¨®grafo del M¨¦xico ¡®gore¡¯
Enrique Metinides, retratista de asesinatos, suicidios y atracos en el DF, se ha convertido en un autor de culto que expone en galer¨ªas de todo el mundo
Enrique Metinides, de 80 a?os, vive en un patio de vecinos junto a la avenida de la Revoluci¨®n, una ruidosa v¨ªa de la Ciudad de M¨¦xico donde los camiones de alto tonelaje se tragan a las vespinos. El fot¨®grafo retrat¨® durante cinco d¨¦cadas los cr¨ªmenes, suicidios y atracos que coparon las portadas de la prensa sensacionalista mexicana. En su apartamento recibe a legiones de periodistas j¨®venes interesados en su magn¨ªfica obra, despreciada durante muchos a?os y ahora convertida en objeto de culto. En los r¨ªos de locura de esta gran urbe, Metinides encontr¨® pepitas de oro.
¡ª?Vive aqu¨ª con su mujer¡
¡ª?No, solo.
¡ª?Pero ella me contest¨® el tel¨¦fono.
¡ª?S¨ª, a veces contesta, pero llevamos separados m¨¢s de 40 a?os.
¡ª?Me dijo que usted estuvo toda la semana en el extranjero.
¡ª?Nunca he salido fuera de M¨¦xico, me da p¨¢nico volar. Ella me dijo que usted estaba en Espa?a. Creo que solo quiere chingarme.
Metinides es hijo de unos griegos que montaron un restaurante en el centro de la ciudad, all¨¢ en la d¨¦cada de los a?os cuarenta. Tortas y tacos en el men¨², al lado de ensaladas de queso feta y picadillo mediterr¨¢neo. La clientela la compon¨ªan jueces, abogados e investigadores que trabajaban en la fiscal¨ªa que hab¨ªa enfrente. A los funcionarios les cay¨® bien aquel ni?o que iba siempre con una c¨¢mara al cuello y comenzaron a invitarlo a ruedas de reconocimiento y accidentes de tr¨¢fico. Entonces, un periodista era m¨¢s un notario de la realidad que un intruso en una comisar¨ªa.
Recuerda que en esa ¨¦poca, cuando ten¨ªa unos 10 a?os, vio su primer cad¨¢ver. Un hombre hab¨ªa sido arrollado por el ferrocarril. ¡°Alguien lo hab¨ªa golpeado hasta dejarlo inconsciente. Le colocaron el cuello en las v¨ªas y lo degollaron. Le tom¨¦ fotos y sal¨ª corriendo del miedo. ?Pues era un ni?o!¡±, cuenta. Aquel miedo, en vez de paralizarlo, lo espole¨®. Un fot¨®grafo de La Prensa, un peri¨®dico de nota roja (sucesos), lo apadrin¨®. Empotrado en camiones de bomberos, conectado d¨ªa y noche a la emisora policial, comenz¨® a presentarse el primero en la escena del crimen, a veces cuando todav¨ªa ol¨ªa a p¨®lvora.
Metinides, una vez jubilado, se acerca a su obra con la sencillez de un zapatero que arregla el tac¨®n de una bota. Sin mayores pretensiones. ?l no ha reivindicado en exceso su trabajo, m¨¢s bien lo han reivindicado otros. The New York Times coloc¨® en portada una fotograf¨ªa suya del atraco a un supermercado y en p¨¢ginas interiores le dedic¨® una p¨¢gina a explicar su trabajo. El escritor Carlos Monsiv¨¢is fue a verlo a su casa, fascinado por su t¨¦cnica para captar la tragedia. Enrique ha expuesto en galer¨ªas de Nueva York, Madrid, Tokio y Los ?ngeles, entre otras ciudades. Una cineasta brit¨¢nica prepara un documental sobre su vida. ¡°Me dicen que son fotos art¨ªsticas, pero yo solo quer¨ªa ser los ojos de todos. Llevar a la gente conmigo al accidente¡±.
Una de sus im¨¢genes m¨¢s ic¨®nicas es la de una se?ora, Guadalupe Guzm¨¢n, viuda y con tres hijos, que amenazaba con lanzarse desde la Torre Latino, uno los edificios m¨¢s altos del continente. ¡°Uno de los oficinistas que la agarr¨® de la mano para que no se cayera muri¨® a los 20 d¨ªas de diabetes, del susto que tuvo¡±, rememora.
A veces parece que de tanto acercarse a la realidad ha acabado alej¨¢ndose de ella.
¡ª?Se estrell¨® un cami¨®n de pasajeros y el brazo de una mujer qued¨® salido por la ventanilla. La rama de un ¨¢rbol, como si fuera un brazo, le agarra la mano a la muerta. Est¨¢ examinado el negativo. ?Qu¨¦ es?
¡ª??Una coincidencia?
¡ª?No creo. En otra foto del incendio de una f¨¢brica se ve entre las llamas lo que parece ser un diablo con rabo y todo.
¡ª??Cree realmente que el diablo estaba all¨ª?
¡ª?Est¨¢ en la foto, no lo digo yo. Las fotos hablan.
Algunas de las mejores fotograf¨ªas de Metinides las protagoniza el mir¨®n, como le gusta llamar a esos transe¨²ntes que se quedan a observar los restos de un naufragio, lo que es en realidad cualquier tragedia que termin¨®. Dos tipos observando a una adolescente muerta en el asiento trasero de un coche. Decanas de ni?os alrededor de un cad¨¢ver que yace en un charco de sangre. Un tren descarrilado y la muchedumbre encima del convoy volcado. Esa mirada del espectador morboso une la obra del fot¨®grafo mexicano con la de Weegee, un autor que retrat¨® los cr¨ªmenes de la ciudad de Nueva York. Entre unas fotograf¨ªas y otras, en ocasiones, hay un parecido asombroso.
Aunque est¨¢ retirado, Metinides escucha el ruido de un accidente en la avenida Revoluci¨®n y se sube a la azotea con una c¨¢mara. Lo ¨²ltimo que vio fue al due?o de una vespino que hab¨ªa salido disparado tras chocar con un cami¨®n.
¡ª?Alguien se percat¨® de que estaba usted retratando la escena?
¡ª?No, solo pod¨ªa verme el motorista que estaba tirado bocarriba en el asfalto. Pero creo que estaba muerto.
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