Plutoecologismo
El ecologismo no es moda sino necesidad. Lo necesita el planeta. Pero solo el de los ricos
El ecologismo no es una moda sino una necesidad. Lo necesita el planeta. Pero, al parecer, solo la parte del planeta que visitan los ricos. Cada vez m¨¢s reservas naturales son cercadas por grandes cadenas hoteleras de lujo y clausuradas para siempre para el p¨²blico general. Selvas tropicales, sabanas, islas remotas, playas coralinas, cataratas, cumbres monta?osas¡ Nada con cierto encanto silvestre se libra del exclusivo alambre de estos ecoresort de lujo.
Les basta acogerse alguna ley medioambiental ad hoc, previa donaci¨®n al pol¨ªtico de turno que la redacte, para plantar en medio del ed¨¦n natural unas decenas de bungalows o caba?as ¡°respetando el esp¨ªritu de las viviendas nativas¡±. Con ligeros a?adidos, por supuesto: wifi ultrarr¨¢pido, spa, ducha arom¨¢tica, piscina privada, televisor 3D de 50 pulgadas¡. A partir de 600 euros la noche ¡°la naturaleza est¨¢ al alcance de la mano¡±, dice el folleto; y a diez a?os-luz de la mayor¨ªa de los bolsillos medios, a?ado yo.
La ventaja de estas cadenas respecto a los tradicionales hoteles de lujo es que cuentan con una coartada ecol¨®gica que las libera de dar explicaciones sobre su exclusividad. Gracias a su labor filantropical, se conservan intactas estas maravillas naturales que, de otra forma, ser¨ªan mancilladas por los pisotones groseros, los picnic grasientos, y los pl¨¢sticos y hojalatas del turismo populachero, argumentan.
No les falta raz¨®n. Yo, que por origen pertenezco a esa chusma y por mi mala fortuna no he conseguido escapar de ella, no tengo conciencia medioambiental alguna. Miren a qu¨¦ extremos llega mi insensibilidad verde que en los hoteles en los que me ponen un cartel en la habitaci¨®n sugiriendo que reutilice las toallas para ahorrar agua, les pido que me hagan a cambio una rebaja en el precio o, en su defecto, que no vuelvan a llenar la piscina ni rieguen los campos de golf porque seguro que economizan mucho m¨¢s agua.
En una ocasi¨®n, en un viaje de prensa, la oficina de turismo de Tailandia me invit¨® a visitar uno de estos ecoresort de lujo para un reportaje. Cuando llevaba varias horas en el recinto, me di cuenta de que algo me sonaba extra?o. No eran las piscinas en cascada alimentadas con agua de manantial, ni las caba?as de madera noble construidas en la copa de los ¨¢rboles ni las salas de masaje atendidas por bellezas de Shangri-La. Contaba con ello. Me llam¨® la atenci¨®n que no hab¨ªa visto a ninguna bata blanca o mono azul acarreando s¨¢banas o reponiendo bombillas. Le pregunt¨¦ a la relaciones p¨²blicas que d¨®nde estaban los empleados que hac¨ªan funcionar el para¨ªso. Se sonri¨® y se vanaglori¨® de que los trabajadores eran invisibles para los clientes. Usaban caminos paralelos y camuflados por los que se mov¨ªan silenciosamente en bicicletas o carros de golf. ¡°As¨ª nuestros clientes pueden disfrutar de su estancia sin interferencia alguna¡±, me dijo.
Comprend¨ª entonces que en la nueva ecolog¨ªa sobran los curritos, la gente corriente, porque no solo manchan con sus pisadas sino que su sola presencia contamina visualmente los jardines tem¨¢ticos de los ricoecologetas.
Babelia
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