Una biograf¨ªa y una purga de mi coraz¨®n
Pap¨¢ Bush, comparado con su hijo, resulta una especie de Gandhi. Ciertos editores tratan de dar lecciones a la prensa cultural
A lo mejor a alguna/o de los que (por ahora) frecuentan esta p¨¢gina le preocupaba en qu¨¦ pod¨ªa estar pasando sus d¨ªas de jubilado de oro George W(alker) Bush (1946), aquel inolvidable presidente que tuvo la mala suerte de empezar mandato con 3.000 compatriotas asesinados y unas torres hechas triza; meti¨® al Imperio en dos guerras tremebundas; dio carta blanca a una nueva panoplia de "t¨¦cnicas de interrogaci¨®n" (incluyendo el nada refrescante waterboarding); populariz¨® el color butano en el uniforme de los prisioneros de guerra (algo que le han copiado ominosamente los modistos del enemigo); se le pas¨® el arroz buscando entre la arena del desierto armas de destrucci¨®n masiva y, en ese largo caminar, aprovech¨® para hacerse ¨ªntimo de uno de sus gobernadores provinciales, un Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar, al que, en un rapto de iluminaci¨®n, calific¨® de "visionario" en Decision point (2010), un libro de memorias del que, a pesar de todo, consigui¨® vender m¨¢s de tres millones de copias. Se sab¨ªa que el ¨²ltimo presidente que ha dado una dinast¨ªa familiar tan pol¨ªticamente prol¨ªfica como la de los Kennedy, divid¨ªa sus d¨ªas de retiro y perfil bajo entre su rancho de Crawford y su casa en el neighborhood de Dallas, asist¨ªa a los play off de los Texas Rangers, pintaba naturalezas muertas y retratos de perros y de l¨ªderes pol¨ªticos, y poco m¨¢s, mientras que el dinero amasado por cinco generaciones segu¨ªa trabajando a ritmo adecuado para hacerle a¨²n m¨¢s rico. Pero ahora nos enteramos de que ha pasado a?os (supongo que con ayuda de su mujer bibliotecaria) trabajando en una biograf¨ªa de su padre, George H(erbert) W(alker) Bush (1924), que Crown publicar¨¢ en noviembre con una tirada inicial ¡ªas¨ª da gusto¡ª de un mill¨®n de ejemplares. Su t¨ªtulo es 41: A portrait of my father. Lo de 41 va por el n¨²mero que ocup¨® papi en la lista de presidentes de EE?UU, y sus editores anuncian que en ¨¦l se analiza profusamente su trayectoria vital, incluyendo su (heroico) papel en las batallas del Pac¨ªfico durante la ¨²ltima gran carnicer¨ªa, su trabajo como magnate del petr¨®leo y su ascenso pol¨ªtico (incluyendo la presidencia de la CIA). En cuanto a Pap¨¢ Bush, que comparado con su hijo resulta una especie de Gandhi, tuvo la suerte de que se le derrumbaran el muro de Berl¨ªn (1989) y la Uni¨®n Sovi¨¦tica (1991), con lo que durante el tiempo de un suspiro pudo ser considerado el primer presidente del Fin de la Historia, seg¨²n el mottode Fukuyama. Gracias a eso, y a una pol¨ªtica m¨¢s compasiva en derechos civiles que la de Reagan ¡ªdel que hab¨ªa sido vicepresidente¡ª, se desdibujan parcialmente sus haza?as en pol¨ªtica exterior (incluyendo la defenestraci¨®n de Noriega y la guerra del Golfo). Supongo que al padre se le har¨¢n cruces cuando compara su suerte presidencial con la de su hijo, al que parec¨ªan haber apadrinado todos los demonios en una sucesi¨®n de sobresaltos y tragedias suficientes como para curarle cualquier rastro de frustraci¨®n emulativa y complejo de Edipo. Ya solo nos queda esperar que Mr. ?nsar, su amigo querido, reciba uno de los primeros 50 ejemplares dedicados.
Purga
En este improbable oficio m¨ªo con fecha de caducidad aplazada, cada s¨¢bado se pierden amigos involuntariamente y se gana alg¨²n odio m¨¢s o menos furibundo. Los primeros (escritores, por ejemplo, que se sienten ninguneados o desatendidos por este Sill¨®n) me causan desgarro, pero he aprendido que el disgusto va en el sueldo. Los segundos provienen casi todos de ciertos editores (o mejor: de ciertos managers) que siguen d¨¢ndonos lecciones de comunicaci¨®n y consideran que los que escribimos sobre libros en la prensa deber¨ªamos limitarnos a lo que ellos llaman cr¨ªtica, y a ser posible, a la favorable, algo que, en todo caso, las agencias de mercadotecnia a sueldo de los grupos contabilizan como publicidad gratuita del producto y cuyos informes emiten puntualmente: en ellos (tengo varios en mi codiciado archivo) se indica no s¨®lo el medio en que se public¨®, la secci¨®n del peri¨®dico, el autor y el tama?o (en cent¨ªmetros cuadrados) que ocupa en la p¨¢gina, sino tambi¨¦n una estimaci¨®n del n¨²mero posible de lectores. Y, lo que me llama m¨¢s la atenci¨®n, una valoraci¨®n exacta del precio que les hubiera costado un anuncio que tuviera la misma extensi¨®n que la rese?a o noticia (y que los editores se han ahorrado). Eso, afirman algunos con facundia no exenta de cinismo, es lo que contribuye a mejorar los h¨¢bitos de lectura (y el negocio). Por supuesto, la labor del comentarista debe limitarse al producto y no a criticar las acciones o decisiones de quienes lo fabrican, venden o distribuyen: vade retro. A esos editores no les agrada que se hable, por ejemplo, de los tejemanejes de los grupos y de su representaci¨®n sectorial, de los premios (mayoritariamente) ama?ados, de los "productos" mal fabricados y de su precio excesivo, de los salarios que pagan, de sus contratos a menudo leoninos o de sus formas de censura. Y si uno lo hace, le "castigan". Uno de los castigos m¨¢s habituales (y pat¨¦ticos) es el de borrar el nombre del culpable de la lista de env¨ªos, una actitud que me recuerda a la de los ni?os que se autolesionan o patalean para "castigar" a quienes les afearon la conducta. Hubo un editor, por ejemplo, que se enfad¨® conmigo cuando se me ocurri¨® comentar negativamente una nueva colecci¨®n de "cl¨¢sicos universales" que pretend¨ªa alimentar con traducciones censuradas y antiguas de pr¨®ceres literarios (don Marcelino o Gald¨®s, por ejemplo), con lo que se ahorraban pagar a traductores nuevos y competentes. Otra se me cabre¨® por ponerle peros sin alevos¨ªa a una nueva colecci¨®n que, en mi opini¨®n, ni redundaba favorablemente en la historia del sello ni posiblemente servir¨ªa para levantar hasta la estratosfera la cuenta de resultados. A otra le molest¨® que anunciara la compra de su sello (all¨ª lo siguen llamando "asociaci¨®n") o que dijera que me hab¨ªa parecido empalagoso y co?azo un superventas (en EE?UU est¨¢ hoy en el primer puesto) protagonizado por un muchacho bastante incoloro. Hubo al que no le gust¨® nada un comentario acerca de la sobreexplotaci¨®n de los textos introductorios de la colecci¨®n de cl¨¢sicos que su grupo de tres letras hab¨ªa adquirido unos a?os antes. Y otro que en una feria del libro lleg¨® a interpelarme acerca de mi derecho a criticar el trabajo de los editores (quiz¨¢s ignoraba que yo lo fui antes que fraile). De ellos no recibo libros, pero no importa: sigo leyendo (y comentando) los que me interesan. Y sigo al tanto de las vicisitudes de sus sellos. Lo que s¨ª me llama la atenci¨®n es que queden todav¨ªa editores ¡ªy managers¡ª que no comprendan la labor de la prensa de cultura. Y que contin¨²en castig¨¢ndose de modo tan masoca.
Coda
Menudo quilombo (segunda acepci¨®n en el DRAE) est¨¢ creando entre alumnos, padres, editores y libreros lo de los textos escolares correspondientes a la ¨²ltima reforma educativa. Los colegios privados ¡ªun 10% del total¡ª los est¨¢n recomendando; los concertados se muestran desconcertados y a la espera; y los p¨²blicos no quieren ni o¨ªr hablar de comprar los nuevos. Las pr¨®ximas semanas ser¨¢n clave. Como dice el maestro Miguel ?ngel Aguilar, atentos.
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