Un insomnio gozoso y un adi¨®s
He estado enfrascado en la lectura compulsiva de la novela 'As¨ª empieza lo malo' de Javier Mar¨ªas
A solo una cincuentena de p¨¢ginas de la ¨²ltima, el narrador de As¨ª empieza lo malo (Alfaguara) resume el marco argumental de la historia que nos ha ido desgranando: ¡°Uno mete a alguien en su casa y, al hacerlo, lo obliga a ser su testigo¡±. Como casi siempre en Javier Mar¨ªas, ese testigo no se limita a contarnos lo que ve ¡°como un criado antiguo, de los que asist¨ªan a todo¡±, sino que interviene y (quiz¨¢) modifica el curso de los acontecimientos. ?Los temas?: los de siempre en Mar¨ªas, uno de esos escritores que siempre dan vueltas en torno a un libro que ser¨¢ la suma de todos los suyos; como Faulkner, de quien he cre¨ªdo rastrear ecos (el de Quentin Compson, principalmente) en una digresi¨®n sobre el tiempo de los suicidas. Mar¨ªas vuelve a construir una historia mesmerizante y adictiva en torno a sus obsesiones: la verdad y la apariencia, el perd¨®n y el castigo, la culpabilidad y la (improbable) inocencia, el deseo y el olvido. Y el matrimonio, un asunto que preocupa cada vez m¨¢s a un autor que (salvo sorpresa) nunca se ha casado. Y lo hace vehiculando las ideas en un relato que pone de manifiesto su dominio de los m¨²ltiples recursos de los g¨¦neros populares novel¨ªsticos y cinematogr¨¢ficos: el lector encontrar¨¢ pasadizos y habitaciones disimuladas, coincidencias, tremendos secretos largo tiempo guardados, espionajes, enigmas, cartas sin contestar, conversaciones que no deb¨ªan escucharse, improbables encuentros, santuarios misteriosos (y de extrema derecha). Y mediante interminables subtramas y multitud de cameos (directos o indirectos), que son algunos de los modos que tiene Mar¨ªas de resultar cervantino. Y todo ello haciendo vivir a un pu?ado de personajes (algunos viejos conocidos) presididos por dos inolvidables y antol¨®gicos: el director de cine Eduardo Muriel y su esposa, la rotunda y deseable Beatriz Noguera, quiz¨¢ la mujer m¨¢s carnal, enamorable y verdadera de todas las creadas por Mar¨ªas. La novela, que, como la anterior, se alarga un punto en su primera parte ¡ªlo que, por otro lado, permite a Mar¨ªas presentar el ¡°exterior¡± de sus protagonistas y desplegar su talento para la comedia social con escenas hilarantes como la de Cecilia Alemany y su chicle¡ª, crece prodigiosamente y se complejiza a partir de su mitad (con el combustible del suspense y las resonancias narrativas, especialidades de Mar¨ªas), obligando al lector a no tomarse un respiro. Y eso es lo que me ha forzado a pasar todo un d¨ªa y una noche de gozoso insomnio pegado a este sill¨®n de orejas y enfrascado en una lectura compulsiva que, simult¨¢neamente, quer¨ªa y no quer¨ªa que acabara. Algo que, a estas alturas de mi vida, consiguen cada vez menos novelas.
Nuevos
Cada d¨ªa surgen nuevas colecciones que se esfuerzan en inventar nichos de lectura para j¨®venes (y no tanto) cansados de lo que les suministra el mainstream. S¨ª, literatura dirigida a esas gentes de las que se predica que no leen, s¨®lo porque no leen lo que otros quieren que lean. Hay colecciones directamente pensadas para que quepan en ellas exclusivamente ¡°narrativa del siglo XXI¡±, como La Caja de Laca, de Ediciones Sd, en la que acabo de leer ?pera seria, una estupenda y oulipiana novela de R¨¦gine Detambel (1963). Otros sellos, como La Micro, se proponen editar otro tipo de libros de arte, como demuestra (dise?o, texto e ilustraciones) el peque?o volumen de Escritos 1909-1918, de Egon Schiele. Por ¨²ltimo, Turner, tradicionalmente centrada en el libro de no-ficci¨®n, publica los primeros t¨ªtulos de una serie miscel¨¢nea en la que cabe casi todo con tal de que no sea previsible. Su nombre: El Cuarto de las Maravillas. De los tres primeros, todos novelas de autores de menos de 40 a?os, s¨®lo he tenido ocasi¨®n de leer el ¨²ltimo, La comemadre, del argentino Roque Larraquy, una historia repleta de electricidad narrativa y compuesta por dos relatos paralelos vagamente relacionados y separados entre s¨ª un siglo. En el primero, un homenaje a los relatos de terror cient¨ªfico del XIX, unos psiquiatras del sanatorio de Temperley decapitan a enfermos terminales para que sus cabezas les digan (durante los nueve segundos en que siguen ¡°vivas¡±) lo que han experimentado; en el segundo se nos cuenta la evoluci¨®n de un artista: dos historias que, en conjunto, sustentan una c¨¢ustica y desasosegante met¨¢fora de la creaci¨®n. La editora de la colecci¨®n, por cierto, es la torrencial Diana Hern¨¢ndez Aldana, que se fogue¨® en Blackie Books y hoy sigue buscando inspiraci¨®n y cat¨¢logo con cada pie en un continente y el coraz¨®n ¡ªay¡ª qui¨¦n sabe d¨®nde.
Trivia
La llamada Biblia del Rey Jacobo consta de unas 670.000 palabras. Y la tediosa y epistolar Clarissa (1748), de Samuel Richardson (nunca pas¨¦ del primer volumen de los tres que componen la edici¨®n de Everyman¡¯s), tiene algo m¨¢s de 900.000, y supongo que ostenta el dudoso galard¨®n de ser la m¨¢s extensa novela (c¨¦lebre) escrita nunca en esa lengua, muy por delante de las 645.000 palabras del co?azo ¡°objetivista¡± y pre-thatcheriano de Ayn Rand La rebeli¨®n de Atlas (1957) o de las 544.000 de la referencial y muy finisecular (del XX) La broma infinita (Mondadori), de David Foster Wallace (1996). Nuestros editores suelen calcular entre el 18% y el 22% de aumento en extensi¨®n cuando los libros ingleses vierten al castellano, de modo que ¨¦chenle p¨¢ginas extras a la traducci¨®n espa?ola. Para que se hagan una idea m¨¢s cabal, As¨ª empieza lo malo tiene unas 147.000 (en 534 p¨¢ginas), casi un relato al lado de las mencionadas. Bueno, pues todas esas cifras han sido pulverizadas por Alan Moore (Northampton, 1953), el c¨¦lebre e iconoclasta (adem¨¢s de anarquista, ocultista y vegetariano) autor de algunas de las novelas gr¨¢ficas m¨¢s le¨ªdas de nuestro tiempo (entre ellas, V de vendetta o La liga de los hombres extraordinarios), con Jerusalem, su segunda novela ¡°s¨®lo de letras¡±, cuyo mecanoescrito ha terminado estos d¨ªas y cuya monstruosa extensi¨®n (1.000.000 de palabras) ha sido inmediatamente aventada por los medios brit¨¢nicos, que han visto en ella un ejercicio poco menos que circense. La novela, a la que (seg¨²n la hija del autor) s¨®lo le faltar¨ªa un ¡°poquillo de editing¡±, no tiene a¨²n editor, pero los que dicen haberla le¨ªdo (algo tan dif¨ªcil de creer como que Carlos Fabra se lleve al trullo para entretenerse Sa¨²l ante Samuel, de Juan Benet) afirman que en ella hay de todo: realismo, subtextos joyceanos, neog¨®ticas subtramas, y hasta algunos cap¨ªtulos de homenaje a Enid Blyton, una autora que, sin duda, fascin¨® a muchos de mis improbables. A los meritorios editores de una posible versi¨®n castellana s¨®lo me resta recordarles que calculen presupuesto para 1.200.000 palabras, casi tantas como En busca del tiempo perdido. Fin del sill¨®n-trivial, ?uf!
349
Pero tambi¨¦n en este oficio se hacen amigos: lectores que uno cree (y teme) improbables, pero no lo son; colegas periodistas y colaboradores esforzados y precarios; autores y traductores generosos, libreros y editores agradecidos. Y Max, el gran Max, con el que este sill¨®n se ha iluminado 349 veces desde enero de 2008, y que ahora migra a otro rinc¨®n babeliano para seguir deleitando a sus seguidores, entre los que me cuento el primero. Suerte, Max. Y abrazo.
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