Cantes del Albaic¨ªn para la Giralda
Marina Heredia rescata las voces de su tierra en una noche familiar en el Alc¨¢zar
Le hab¨ªan dicho a Marina Heredia el d¨ªa antes que c¨®mo se atrev¨ªa a cantar una petenera como apertura de su recital, sabiendo que llamaba al agua. A¨²n as¨ª, la granadina no cambi¨® ni una coma del programa y su Garnata, estreno absoluto para el patio de la Monter¨ªa del Real Alc¨¢zar, arranc¨® con un desaf¨ªo al cielo encapotado. Descalza, conmovida y seria por el respeto de cantar ante ¡°esa se?ora¡±, como llama a la Giralda, la cantaora llev¨® el Albaic¨ªn a la Bienal de Sevilla con un acompa?ante muy especial.
Con los focos a¨²n apagados, en la penumbra de una noche h¨²meda, una figura de hombre se perfilaba en el escenario. Con las primeras luces, Jaime el Parr¨®n, padre de Marina, comenzaba a desgranar los sones antiguos de un romance tornado petenera que rasgaba la noche. Tintes alhambristas para unas letras sentidas y solemnes que su hija escuchaba desde un metro m¨¢s atr¨¢s, mirando a su padre emocionada por encima de su hombro. Minutos despu¨¦s, daba un paso adelante para agarrarse del brazo de su progenitor y cantar con ¨¦l las ¨²ltimas frases como si no hubiera m¨¢s nadie en el patio abarrotado, que escuchaba en silencio como el que escucha un secreto.
Garnata es un tributo a una ciudad de ensue?o ara?ada en los montes de la colina roja pero, como dice Heredia, no trata de nada. No hay que buscar en ella hilos conductores, porque solo es cante, toque y palmas. Y Granada. Granada de grana¨ªna desolada y potente, m¨²sica para escuchar que no para la danza, acompa?ada de las guitarras privilegiadas de El Bola y Miguel ?ngel Cort¨¦s; que cambian al toque severo por tientos mientras Marina va uniendo las manos como en un rezo antiguo y va esperando con los ojos cerrados que la guitarra le de una tregua que la permita arrancarse.
¡°Qu¨¦ clara se queda la tarde, cuando pasa la tormenta¡±, canta por alegr¨ªas festivas la cantaora mientras abre los brazos y sonr¨ªe, porque lleva toda la tarde temiendo que la lluvia provoque la cancelaci¨®n de su concierto. Y cuando le canta a la Alhambra, ese palacio que dice que le recuerda tanto a la fachada del Alc¨¢zar ante la que est¨¢ sentada, no escatima en voz ni en embrujo.
Garnata es en s¨ª un repaso por los cantes de Granada, pero tambi¨¦n por las m¨²sicas que fueron dejando en ella aquellos que se quedaron un tiempo a vivir entre sus calles. Y por ello hay seguiriyas en el programa, y dos canciones con trompeta y piano en tributo a los m¨²sicos que desfilaron por el cabaret El rey chico, a los pies de la fortaleza roja y hoy desaparecido. ¡°Os preguntar¨¦is a qu¨¦ viene esto¡±, dice Marina durante esas dos canciones, y lo cierto es que el p¨²blico se queda algo fr¨ªo. Sobre todo porque justo antes acaba de ver c¨®mo el padre de los Heredia le ha dado un ¡°ba?o por sole¨¢s¡± a su hija sobre el escenario, que por algo son el santo y se?a de El Parr¨®n.
¡°No os preocup¨¦is, que ya vuelve la fiesta¡±, dice la cantaora para tranquilizar al p¨²blico y se lanza con la belleza de los Fandangos del Albaic¨ªn, cuando se gusta hablando de su tierra y desgrana una voz limpia en un momento en el que nos parece estar en una fiesta flamenca ¨ªntima. Y con esa idea contin¨²a Heredia con La Mosca, un cante propio de Granada para el baile que se hac¨ªa dentro de la zambra y que pertenece ¡°a las gitanas viejas¡±. Ritmos desconcertantes e inusuales que dan paso a unos tanguillos que traen la fiesta de vuelta y dan paso a los tangos. Aqu¨ª Heredia recurre a la estrategia de comenzar con casi un susurro, como hace Arc¨¢ngel cuando afronta sus alegr¨ªas, e hila un tango con otro recordando cada rinc¨®n de Granada para culminar con los de su Salve de los Peroles.
Y cuando ya parece que todo est¨¢ dicho y cantado, llega la buler¨ªa que pone el broche de oro a la fiesta. Y se levanta brava para dedic¨¢rsela a los toreros de su vida, mientras homenajea con la letra reci¨¦n estrenada a Curro Romero, que dicen que se esconde entre las butacas. Mientras va terminando, capote imaginario en mano, se le va dibujando en la cara la sensaci¨®n de que el miedo se va disipando, que ya ha terminado la prueba ante el tribunal del imponente Alc¨¢zar. Y las campanas a los pies de la Giralda le tocan por peteneras tambi¨¦n al dar las once en el reloj, y a Marina le suenan como las de casa, las que rasgan la noche desde la espada?a de la Torre de la Vela.
Babelia
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