Rayuela con instrumentos
No es raro que nacieran juntos, hace medio siglo, 'Rayuela' y Les Luthiers
Porque Les Luthiers dieron a luz una Rayuela con instrumentos. Del mismo modo que Julio Cort¨¢zar, argentino como ellos, puso a nivel literario la lengua que conoci¨® en los caf¨¦s de Buenos Aires, estos m¨²sicos extraordinarios le dieron instrumentos estrafalarios a lo que escucharon contar o cantar en esas mismas calles donde se concentra la cultura cosmopolita de Argentina. Esa mezcla de surrealismo y g¨ªglico que invent¨® Cort¨¢zar para poner a hablar a Oliveira y a la Maga es un trasunto del lenguaje genial que convierte en selva de imaginaci¨®n la construcci¨®n sint¨¢ctica de los mejores humoristas del Cono Sur.
Porque en ambas construcciones narrativas, Rayuela y Les Luthiers, lo que domina es el lenguaje, la capacidad compleja para traducir sue?os y melancol¨ªas con palabras cuya comprensi¨®n depende m¨¢s del sonido que transmiten que del significado propio. Cort¨¢zar se sirve de met¨¢foras disparatadas, o melanc¨®licas, como la situaci¨®n del peque?o Rocamadour, mientras que Les Luthiers podr¨ªan estar all¨¢ arriba, en silencio, mirando al p¨²blico, sin tocar ni una sola de sus estrafalarias cuerdas, s¨®lo mirando, y ser¨ªan tan eficaces como Charlot callado o como Marcel Marceau gesticulando sin mover un m¨²sculo.
Son igualmente milagrosos, en ese sentido, Les Luthiers y Julio Cort¨¢zar. En ambos creadores (uno colectivo, el otro individual) hay, por otra parte, un precipitado genial de la cultura argentina, desde Macedonio Fern¨¢ndez y Jorge Luis Borges a expresiones a¨²n m¨¢s contempor¨¢neas, como el rock de los nuevos m¨²sicos o los dibujos y los di¨¢logos creados por Quino para Mafalda. Argentina es un soberbio pa¨ªs de humoristas serios, entre los cuales cabe citar tambi¨¦n a Juan Carlos Onetti, que pas¨® a la historia como un hombre triste (o callado) y que fue, como Borges, el m¨¢s simp¨¢tico y co?¨®n de los poetas sudamericanos. A Onetti se le atribuye una frase genial, dicha a una periodista que miraba atentamente hacia su dentadura ya fracasada. Le dijo Onetti, sin mover un m¨²sculo para se?alar su iron¨ªa: ¡°Usted se fija en que s¨®lo tengo un diente; le advierto que tengo una dentadura perfecta, pero se la he prestado a Mario Vargas Llosa¡±.
As¨ª son, pues, Les Luthiers, serios que r¨ªen, personajes que interpretan a su manera una Rayuela o un Aleph, adoptando para ello los instrumentos que vienen de la cultura m¨¢s diversa y de la m¨²sica m¨¢s compleja; para deshacer la idea de que son tan cultos como verdaderamente son, inventaron maquinarias locas, que hubieran firmado al un¨ªsono Duchamp y Calder, de modo que cuando los ves aparecer en el escenario piensas de inmediato que est¨¢s a punto de contemplar un esperpento valleinclanesco o una fiesta popular china, cuando en realidad lo que ellos van a hacer es (en cada espect¨¢culo) una renovaci¨®n re¨ªda de la historia de la cultura.
Lo extraordinario de este festival Luthiers al que asistimos asombrados desde hace tantas d¨¦cadas es que siempre, lo abras por donde lo abras, refleja la misma frescura, como si lo hubieran acabado de perfilar hace un rato. La actualidad con que se han mantenido responde a esa sabidur¨ªa cortazariana para adaptar el ritmo de las palabras al tiempo que hac¨ªa en la calle. Nunca se han despegado de su ra¨ªz, el terreno porte?o del que parten; como los personajes de Los premios, su viaje ha conservado siempre una zona sagrada, en la que esconden la seriedad con la que nos hacen re¨ªr. Y, como los personajes de Rayuela, viven iluminando la noche, haci¨¦ndonos creer que cuando est¨¢n serios tambi¨¦n se r¨ªen. Ellos son la m¨¢s acabada explicaci¨®n de la legendaria frase de Lewis Carroll, el creador de Alicia en el pa¨ªs de las maravillas: ¡°Quisiera saber de qu¨¦ color es la luz de una vela cuando est¨¢ apagada¡±. Pues aun apagados o en silencio estos m¨²sicos que son Rayuela con instrumentos son capaces de trasladarnos un lenguaje en el que hemos vivido, riendo y pensando, tantos a?os como ya tiene la habitaci¨®n literaria de La Maga.
Babelia
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