Alberto M¨¦ndez, el luminoso destello del escritor furtivo
Un congreso en la Universidad de Z¨²rich rescata, diez a?os despu¨¦s de la muerte del autor de 'Los girasoles ciegos', la magia del libro que gan¨® el Premio de la Cr¨ªtica

En el amable oto?o neoyorquino de 2005 estaba con un grupo de amigos, muy relevantes en el mundo de la edici¨®n, cuando son¨® mi tel¨¦fono m¨®vil: acababan de premiar con el Nacional de Narrativa a Alberto M¨¦ndez, por Los girasoles ciegos(Anagrama). Hac¨ªa un a?o que M¨¦ndez hab¨ªa muerto. No pudo, ni siquiera, atisbar el un¨¢nime reconocimiento a un escritor descomunal. Nunca el Premio Nacional de Narrativa, el m¨¢s importante galard¨®n, se hab¨ªa concedido a un autor fallecido. Nunca al autor de una sola obra. Nunca a un escritor absolutamente desconocido. Ante mis balbuceos lacrimosos preguntaron con delicadeza qui¨¦n era Alberto M¨¦ndez. El m¨¢s importante escritor desconocido, sigue si¨¦ndolo diez a?os despu¨¦s de su muerte, con un libro que no solo es un continuo ¨¦xito editorial en Europa, sino que adem¨¢s es un texto de culto, traducido y reeditado en m¨¢s de 11 idiomas.
Hacer libros fue la pasi¨®n compartida que teji¨® la profunda relaci¨®n entre Alberto y yo. Alberto se ganaba la vida en agotadoras jornadas de traductor. Nos hab¨ªamos conocido fundando la editorial Ciencia Nueva. Cuando la dictadura nos oblig¨® a cerrarla, creamos COMUNICACI?N con el sello Alberto Coraz¨®n editor. Sostenida por los adelantos financieros de nuestro socio y distribuidor Miguel Garc¨ªa S¨¢nchez, la editorial nunca dio beneficios. Alberto ten¨ªa que seguir traduciendo.
La oportunidad apareci¨® al cabo de unos meses. En Barcelona se acababa de instalar el gran editor Grijalbo, que contrat¨® a Alberto para la gesti¨®n de distribuci¨®n. Profesionalmente se consolid¨® como un gran experto en la edici¨®n y distribuci¨®n editorial. Un perfil profesional que ya no abandon¨® hasta crear, veinte a?os despu¨¦s, su propia Compa?¨ªa, como le gustaba nombrar pomposamente a la peque?a oficina de Marketing Editorial.
Regreso a ¡®Los girasoles ciegos¡¯
Diez a?os ya de la muerte de Alberto M¨¦ndez (Madrid, 1941-2004), un se?or que fumaba, beb¨ªa, hablaba y escrib¨ªa¡ diez a?os ya de aquellas 155 p¨¢ginas de Los girasoles ciegos, principio y fin de la vida m¨¢s literaria que quepa imaginar, la de quienes por un lado persiguen con la furia serena de un cham¨¢n el ideal de la escritura y sus flujos y mareas y, por otro, escapan como del diablo de toda frecuentaci¨®n de camarillas, cen¨¢culos, familias y corifeos. En suma, esos repelentes lobbiestan queridos por las letras espa?olas de hoy y de siempre.
Electrones libres se les llama a espec¨ªmenes como Alberto M¨¦ndez y otros pocos, otros tristemente pocos. Probablemente s¨®lo desde esos balcones de la indiferencia en el mejor de los casos o del desprecio en el peor de ellos ante cualquier ejercicio tendente a la mafia cultural se puede, probablemente, dar a imprenta escritos inclasificables como Los girasoles ciegos en el caso de M¨¦ndez, La buena letra en el caso de Rafael Chirbes, o, pongamos por caso, la magistral novelita Estrella distante en el caso de Roberto Bola?o. Libros sin marchamo ni etiqueta, casualmente (para quien crea en las casualidades) convertidos en pasta de papel por el mismo editor, a saber Jorge Herralde (Anagrama). A d¨ªa de hoy Los girasoles ha hecho vender a Herralde cosa de 300.000 libros. La cifra de ventas en Espa?a, entre Anagrama y C¨ªrculo de Lectores, que tambi¨¦n la edit¨®, se acerca al medio mill¨®n de ejemplares. Los cuatro relatos bajo los que corre, pegajoso y magistral, el fantasma de la Guerra Civil y que vertebran el volumen fueron merecedores del Premio de la Cr¨ªtica y el Nacional de Narrativa. Sin sospecharlo, sin quererlo¡ sin saberlo: M¨¦ndez muri¨® antes de tanto laurel, apenas tuvo tiempo para ver su poderosa escritura convertida en carne de ¨¦xito.
Familiares y amigos del autor (entre ellos Alberto Coraz¨®n, que firma el art¨ªculo) y estudiosos de este libro celebran hoy en la Universidad de Z¨²rich, un seminario en torno a esta obra de culto. ?Para cu¨¢ndo algo similar en Espa?a?
Los personajes, las historias y la escritura de Los girasoles ciegos son los propios de un genial escritor, de un en¨¦rgico fabulador. Pero esa energ¨ªa solo pudo ser trasvasada a su escritura en el tramo final de su vida. Malgastaba sus esfuerzos fantaseando con que su Compa?¨ªa le dar¨ªa recursos econ¨®micos para retirarse a escribir.
Afortunadamente, en los ¨²ltimos ocho a?os de su vida pudo entregarse a una escritura intensa, cuando encontr¨®, al fin, Las Bra?as. Rematando una colina desde la que pod¨ªa verse el mar, reconstruy¨® una casona con una sensibilidad, delicadeza y elegante confortabilidad que la hac¨ªan inolvidable. Desde primeras horas de la ma?ana se entregaba a la escritura. Un cigarrillo y un caf¨¦ era todo lo que necesitaba para dejar el sue?o y encontrarse l¨²cido. Nuestras conversaciones pod¨ªan prolongarse hasta altas y alcoh¨®licas horas de la noche, pero casi con el amanecer Alberto ya estaba trabajando. Escrib¨ªa, correg¨ªa, desechaba, volv¨ªa de nuevo. Su instinto de escritor era tan vers¨¢til como exacto.
El mar, el ozono marino le daba una serenidad especial. Era un buen nadador y un excelente pescador submarino. Durante los a?os que veraneamos en una peque?a ensenada asturiana cen¨¢bamos los peces que cobraba por las ma?anas. A los dos nos gustaba cocinar. Yo le llamaba M¨¦ndez y ¨¦l me llamaba Cuore, as¨ª evit¨¢bamos el repiqueteo de Albertos. Compr¨® una peque?a barca de pesca de bajura con el motor diesel del r¨ªtmico paf, paf, paf, pausado y tranquilizador. Coste¨¢bamos hasta dos r¨ªas pr¨®ximas cercadas por acantilados sobrecogedores. All¨ª, en Tina Mayor y Tina Menor, con la excusa indolente de pescar al arrastre, M¨¦ndez iba desmenuzando a los personajes de sus cuentos. Cre¨ªa que la literatura deb¨ªa hablar de la condici¨®n humana y del esplendor, tantas veces oculto, de la vida. Necesitaba que las historias fuesen reales para dar esa consistencia y fragilidad ¨²nica a sus personajes. Toda su literatura est¨¢ envuelta por una enigm¨¢tica compasi¨®n. A m¨ª me parece que esa es la clave de una escritura que al cabo de los a?os sigue atrapando con una atracci¨®n abisal a lectores de diferentes generaciones y culturas.
El ¨²ltimo viaje largo que hicimos juntos fue explorando las villas de Palladio entre los canales del V¨¦neto. El hermetismo f¨¦rreo con el que Alberto llevaba los avances de Los Girasoles, comenz¨® a abrirse tumbados los dos en una pradera de la Villa Rotonda. Ya no hablaba de personajes y relatos sino de un libro en el que estos se mezclar¨ªan como en un retablo, en el que las escenas, las figuras, el propio estilo pict¨®rico ser¨ªa necesario para que conformasen un todo. Me confes¨® que el relato uno y el tres estaban terminados, el dos a falta de una ¨²ltima correcci¨®n y el cuatro muy avanzado. Todo su arrojo en cualquier tema, se transformaba en timidez celosamente defensiva con su escritura. Por fin me dej¨® leer un mont¨®n de folios. Aquellas p¨¢ginas eran escritura con may¨²sculas, gran, gran literatura.
No me cansaba de pedirle un ¨²ltimo esfuerzo, el cuarto relato, el final de Los Girasoles. Urgencia porque estaba ante la obra maestra del amigo hermano ya seriamente enfermo. A comienzos de 2003 la enfermedad avanzaba, Los Girasoles finalizados, pero ¨¦l se resist¨ªa a dar el ¨²ltimo paso. Cre¨ªa que nadie le recordaba, que su escritura era marginal para los cen¨¢culos cr¨ªticos y adem¨¢s, estaba agotado por su d¨ªa a d¨ªa y su noche a noche tan dolorosas. Entreg¨® el manuscrito a Herralde, que a las 48 horas hab¨ªa le¨ªdo Los Girasoles, quer¨ªa firmar el contrato para editar inmediatamente. Alberto revivi¨® durante unos meses. Hac¨ªa planes de futuro pero ya solo pod¨ªa dar peque?os paseos.
El libro estaba en las librer¨ªas a comienzos de 2004. El boca a o¨ªdo comenz¨® a funcionar. Cada lector de Los Girasoles no pod¨ªa dejar de recomendarlo con una convicci¨®n emocionada. Solo firmar ejemplares en la Feria del Libro era ya un trabajo agotador.
Muri¨® a finales de diciembre de 2004, menos de un a?o tras la edici¨®n del libro. ¡°Los l¨ªmites de mi lenguaje son los l¨ªmites de mi mundo¡± afirmaba Wittgenstein. Ahora el mundo de Alberto M¨¦ndez, inabarcable y luminoso, es el que est¨¢ en sus Girasoles Ciegos.
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