Drama y simulacro
Es un enga?oso drama familiar donde continente y contenido resultan prefabricados
Tras una secuencia pr¨®logo tan espectacular como peligrosamente gruesa, que ejerce de presentaci¨®n del personaje de Robert Downey Jr., un abogado sacacuartos que siempre resuelve sus pleitos antes del juicio, con acuerdos, a la manera del Tom Cruise de Algunos hombres buenos, El juez dirige su acci¨®n hacia el regreso a los or¨ªgenes. El letrado debe volver a la casa donde se cri¨® y en donde hace tiempo que no es bien recibido, y David Dobkin decide ofrecer lo que da de s¨ª su cat¨¢logo de estilo como director de cine: coloca su objetivo en la ventanilla del coche para, mediante un movimiento de c¨¢mara imposible, un travelling realizado con trucos digitales, ir subiendo r¨¢pidamente hasta el cielo y remarcar los campos a ambos lados de la carretera, cuyas plantaciones se mueven a un ritmo de viento y colores que no marca el estado natural de las cosas, sino una m¨¢quina de efectos especiales. Un simulacro de estilo, una mentira digital que ejerce de paradigma formal de la dramaturgia de toda la pel¨ªcula, un enga?oso drama familiar donde continente y contenido resultan prefabricados y predigeridos, salvo la presencia de sus enormes actores: Robert Duvall y un Downey Jr. al que s¨®lo le pierden sus sobreactuados movimientos de cabeza a uno y otro lado, entre altaneros y c¨®micos.
EL JUEZ
G¨¦nero: drama. EE UU, 2014.
Duraci¨®n: 141 minutos.
Unos trabajos interpretativos que, de todos modos, a punto est¨¢ de empeque?ecer Dobkin en m¨¢s de una ocasi¨®n por no saber callar en ciertos momentos la m¨²sica de Thomas Newman, que se copia a s¨ª mismo una vez m¨¢s con otra partitura demasiado semejante a American beauty: esas secuencias donde la emoci¨®n verdadera pide silencio y actuaci¨®n, sobre todo en una pel¨ªcula de caracter¨ªsticas intimistas. Y aunque el guion contenga subtextos a los que se les pod¨ªa haber sacado buen partido (el legado, la fachada honorable y el interior gangrenado, la apostas¨ªa de los or¨ªgenes), Dobkin nunca sabe unir texturas gen¨¦ricas, y siempre lo hace compartimentando sus tonalidades. Ahora toca comedia, ahora drama, ahora... Para que nadie se desconcierte ante los verdaderos efectos de la tragicomedia de la vida.
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