La prosa que no se nota
Al pensar en Ramiro Pinilla compruebo con agrado la coherencia del hombre y su obra. Hay quienes prefieren componer, cincelar, embellecer, ejercicios sin duda leg¨ªtimos; que gustan de llevar a cabo cierto extra?amiento de s¨ª mismos a fin de reencarnarse en otras vidas. Pinilla, no. Pinilla era como su escritura: claro y directo. Profesaba una desconfianza instintiva por los estilos ornamentales. ?Su especialidad? Los hombres tozudos y esforzados que, a fuerza de perseverancia, alcanzan dimensi¨®n de h¨¦roes, aunque a ellos esta ¨²ltima circunstancia les traiga al pairo.
El que aguanta o la que aguanta, ya que no pocos de sus personajes femeninos son de a¨²pa. He ah¨ª la virtud, la de la tenacidad ante las dificultades y los sinsabores, que merece atenci¨®n primordial en sus novelas. En Las ciegas hormigas, por ejemplo, con la que gan¨® el Premio Nadal en 1960. Su protagonista, Sabas J¨¢uregui, trata a toda costa de ocultar a la Guardia Civil una carga de carb¨®n que ha reunido con gran esfuerzo, en una noche desapacible, de un barco encallado, arrastrando en su obcecado designio a la cat¨¢strofe a toda su familia. De ah¨ª el t¨ªtulo, que alude a la condena de los seres humildes que viven por y para el trabajo, maldici¨®n de corte b¨ªblico que Pinilla hall¨® en el escritor que mayor influjo ejerci¨® en ¨¦l, William Faulkner.
Acaso la Guerra Civil no le dej¨® una huella tan profunda como los a?os de represi¨®n que vinieron despu¨¦s. Al menos es lo que se desprend¨ªa de su conversaci¨®n, cuajada de recuerdos precisos, y de alg¨²n que otro pasaje de sus libros. El comienzo de la guerra lo pill¨® de adolescente, y en su pueblo, Getxo, dur¨® poco. M¨¢s vivos estaban en su memoria los registros domiciliarios de los falangistas que iban por los pueblos y caser¨ªos de la zona buscando gente a quien fusilar. Habla de ello en La higuera, uno de sus textos m¨¢s estremecedores.
De sus a?os de militancia comunista le qued¨® una firme convicci¨®n en el compromiso hist¨®rico del escritor. Con dicho est¨ªmulo escribi¨® algunos de sus libros. Pienso en el crudo Antonio B. el Ruso, que ¨¦l consideraba menor y yo lo contrario. Era como un tributo que pagaba por la Literatura con may¨²scula. A los amigos nos confesaba que disfrutaba m¨¢s escribiendo novelas policiacas. Y a ellas se dedic¨® hasta el final de su larga vida no bien hubo despachado la descomunal empresa de escribir Verdes valles, colinas rojas, una cima de la literatura espa?ola, dicho sea ahora que el autor no me oye, ya que era por dem¨¢s reacio a los halagos.
Veinte a?os dedic¨® a escribir con bol¨ªgrafo esta voluminosa par¨¢bola de la historia del Pa¨ªs Vasco, comprimida en el escenario habitual de sus novelas, Getxo. Un esfuerzo tit¨¢nico, rebosante de humor y de imaginaci¨®n, con una base par¨®dica de nula utilidad para el nacionalismo. En el libro se suceden las generaciones. Asistimos al nacimiento del primer vasco, a la fundaci¨®n de la primera taberna, a amores y desamores, a batallas y cr¨ªmenes, todo ello y mucho m¨¢s interpretado por un elenco de personajes al alcance de pocas inventivas.
Pinilla postulaba el llamado estilo transparente. Gustaba de la prosa que no se nota. Fue, por as¨ª decir, un escritor que ya ten¨ªa su forma, su manera, desde el principio. Estuvo activo hasta el final. Me contaba recientemente su editor, Juan Cerezo, que fue a visitarlo al hospital y Pinilla le dijo que, estando en la UVI, hab¨ªa dise?ado mentalmente una novela. Estaba deseando volver a casa para escribirla. La muerte ten¨ªa por desgracia otros planes.
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