Pulcritud y c¨¦lulas grises
En uno de sus agudos Pensamientos despeinados (Pre-textos), el escritor polaco Stanislaw Jerzy Lec afirma: ¡°Se est¨¢ perdiendo el gusto por lo artesanal. Hasta en el crimen". Lo dijo a mediados del siglo pasado, por atroces razones bien conocidas, pero sigue siendo cierto hoy y tambi¨¦n en la novela polic¨ªaca. Actualmente s¨®lo se aprecia al serial killer, es decir la cadena de montaje an¨®nima y cuantitativa aplicada a la matanza, pero ya no el crimen particular, detallista y bien acabado, cosido a mano. Por supuesto, ahora es de rigor el despanzurramiento rebuscado de la v¨ªctima, no la copita emponzo?ada ofrecida con una sonrisa entre las pastas y los emparedados de pepino. De modo que cualquier cosa era esperable, menos el regreso a la mesa de novedades de H¨¦rcules Poirot, el m¨¢s vintage de los detectives, tan peripuesto que es dif¨ªcil imaginarle sacando conclusiones de una autopsia o del estudio de unos huesos calcinados, como ahora tanto se lleva.
Aunque los primeros detectives de la historia de ese g¨¦nero literario suelen ser bastante exc¨¦ntricos, como Auguste Dupin, Sherlock Holmes, Philo Vance (o el Max Carrados de Ernest Bramah, que para colmo es ciego), todos ellos guardan un halo heroico. Poirot, en cambio, no s¨®lo es un tipo algo raro sino tambi¨¦n risible. Y eso es muy infrecuente, sobre todo en los investigadores creados por mujeres: el lord Peter Wimsey de Dorothy L. Sayers, el Albert Campion de Margery Allingham, el inspector Roderick Alleyn de Ngaio Marsh, el Adam Dalgliesh de P. D. James (que adem¨¢s es poeta) o el comisario Adamsberg de Fred Vargas, son figuras masculinas especialmente idealizadas, algo as¨ª como los novios ideales que so?aron sus autoras o los apetecibles amigovios, como ahora autoriza a decir el campechano diccionario de la RAE. En cambio Agatha Christie no dota a Poirot del m¨ªnimo atractivo er¨®tico: es viejuno (casi m¨¢s de car¨¢cter que de edad), pulcro hasta la afectaci¨®n, mani¨¢tico del orden y de las rutinas, bajito, con cabeza de huevo y bigote engominado, adem¨¢s de vanidoso (?a veces habla de s¨ª mismo en tercera persona!) y algo pedante. La autora es cruel con su criatura, que caricaturiza la visi¨®n brit¨¢nica de los franceses (aunque Poirot sea belga), con ese punto xen¨®fobo que tambi¨¦n roza al chino Charlie Chan de E.D. Biggers y al padre Brown de Chesterton, un cura cat¨®lico que encarna otro tipo de exotismo.
Ha sido la joven autora inglesa Sophie Hannah la encargada por el nieto de Agatha Christie de resucitar a H¨¦rcules Poirot, en Los cr¨ªmenes del monograma (Espasa). Aunque la novela respeta al g¨¦nero y al personaje, adem¨¢s de leerse con inter¨¦s, sirve tambi¨¦n para demostrar que no es tan f¨¢cil imitar a la vieja Gran Dama. Hasta sus tramas menos logradas exhiben una especie de ligereza sublime, ¨¢gil, como si la pasta de que est¨¢n hechas fuese ¡°la misma urdimbre de los sue?os¡±, seg¨²n el dictamen de Shakespeare aplicable a la vida humana. La narraci¨®n de Hannah se esfuerza y resuella para resultar compleja, inteligentemente digna de mentes adultas, que no est¨¢n para ni?er¨ªas. Consigue su objetivo, ay. Pero su Poirot es demasiado enf¨¢ticamente Poirot, como si reapareciera arrepentido de no haberlo sido suficientemente antes. En fin, nada de reproches: gracias, Sophie, y bendita seas, Agatha.
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