Stalin, el hombre de acero
Con el Muro de Berl¨ªn cay¨® el bloque sovi¨¦tico que el l¨ªder comunista levant¨® sirvi¨¦ndose del terror
El 9 de noviembre de 1989 se derrumb¨® el muro de Berl¨ªn. Con cada uno de los adoquines que ca¨ªa se iba yendo tambi¨¦n a pique el monumental r¨¦gimen de la Uni¨®n Sovi¨¦tica. El proyecto comunista, que estaba ya tocado desde hace mucho, se hizo trizas entonces. Fue en los estertores de la I Guerra Mundial cuando todo hab¨ªa empezado. El historiador Robert Gellately lo resume as¨ª: ¡°La reacci¨®n antib¨¦lica abri¨® las compuertas de una revoluci¨®n social elemental que, en febrero de 1917, arrastr¨® consigo al zar Nicol¨¢s II y posibilit¨® que los bolcheviques regresaran a lo que Lenin denomin¨® como ¡®el pa¨ªs m¨¢s libre del mundo¡¯. Despu¨¦s de que el gobierno provisional continuara en la guerra, pero sin m¨¢s ¨¦xito que el zar, la revoluci¨®n golpe¨® de nuevo en octubre, esta vez con Lenin a la cabeza¡±. Y triunf¨®.
Gellately se refiere enseguida al que ser¨ªa en los a?os siguientes el gran hacedor de los destinos de ese pa¨ªs m¨¢s libre del mundo: en el flamante ejecutivo que surgi¨® de los escombros del zarismo, ocup¨® un puesto de extraordinaria importancia para aquel inmenso imperio, el de "comisario de las nacionalidades". Se trataba de Stalin, el sobrenombre que Yoseb Dzhugashvili se puso en 1912 y que significa ¡°hombre de acero¡±. Tambi¨¦n lo llamaban Koba, como el protagonista de La parricida, una novela de Alexandre Qazbegui: un monta?¨¦s salvaje de la tierra que lo vio nacer, Georgia, un fugitivo caballeresco que se enfrenta a los rusos y los derrota.
Llevaba ¡°barba, pelo largo peinado hacia atr¨¢s. Ten¨ªa una peque?a cojera y andaba a pasos cortos. Jam¨¢s se re¨ªa abiertamente¡±. La descripci¨®n la recoge en su libro Stalin y los verdugos Donald Rayfield, profesor de Lengua y Literatura en la Universidad de Londres. La hizo un socialdem¨®crata georgiano que conoci¨® a Stalin hacia 1906. Era una ¨¦poca en la que iba de un lado a otro, ejerciendo ya una fren¨¦tica actividad de revolucionario hasta el punto de que lo conoc¨ªan como el ¡°Lenin del C¨¢ucaso¡±. Aquel georgiano apunta adem¨¢s: ¡°Era absolutamente imperturbable¡±.
Stalin hizo una carrera fulgurante. Se faj¨® como organizador de huelgas en aquellos primeros a?os del siglo XX y pronto conoci¨® las c¨¢rceles de Siberia, de las que supo escaparse con tanta facilidad que llegaron a pensar que era un esbirro de la polic¨ªa. Frecuent¨® a marxistas autodidactos, hizo buenas migas con asesinos, se vio implicado en turbios atentados, consigui¨® salir siempre adelante. Rayfield cuenta que en su juventud llegaba a ventilarse 500 p¨¢ginas al d¨ªa y que llenaba sus libros de anotaciones. Era un lector voraz, ¡°formidable y peligroso¡±, para el que tuvo una importancia capital Los demonios de Dostoievski.
Donald Rayfield es autor de una de las grandes biograf¨ªa de Ch¨¦jov, as¨ª que conoce muy bien aquella ¨¦poca. ¡°El Estado ruso de 1908 hac¨ªa por sus ciudadanos casi tanto como los Gobiernos de Europa occidental y m¨¢s que la Rusia de cien a?os despu¨¦s", escribe. "Hab¨ªa juicios con jurado e igualdad ante la ley, un tratamiento de las minor¨ªas ¨¦tnicas que hac¨ªa que brit¨¢nicos, alemanes y franceses parecieran b¨¢rbaros en comparaci¨®n, tolerancia religiosa, cr¨¦ditos blandos para los granjeros, un servicio postal eficaz, buenos ferrocarriles, una prensa libre, universidades florecientes con cient¨ªficos, m¨¦dicos y eruditos de primera l¨ªnea, educaci¨®n primaria ¡ªaunque con pocos medios¡ª y atenci¨®n m¨¦dica b¨¢sica universales, el estallido de creatividad m¨¢s poderoso que las artes de Europa hab¨ªan conocido desde el renacimiento italiano, etc¨¦tera¡±. Todo esto conviv¨ªa, apunta, con alcoholismo, s¨ªfilis, indolencia y sobornos de todo tipo, malas carreteras, una burocracia perezosa y una pobreza generalizada.
Conviene tener esas referencias como tel¨®n de fondo para contemplar las profundas transformaciones que el r¨¦gimen de Lenin puso en marcha y que Stalin condujo posteriormente con mano de hierro. En La maldici¨®n de Stalin, Gellately pone el acento en ¡°las convicciones ideol¨®gicas del l¨ªder sovi¨¦tico¡±. ¡°Las ense?anzas del marxismo-leninismo dieron forma a todos los elementos de su vida, desde la pol¨ªtica a la estrategia militar, pasando por los valores personales¡±, observa. Rayfield, en cambio, se ocup¨® de reconstruir la historia del estalinismo siguiendo de cerca las peripecias de los responsables de sus temibles aparatos de seguridad.
Stalin estuvo al frente del gran proyecto de levantar una econom¨ªa planificada, se vio despu¨¦s envuelto en una guerra devastadora, de la que sali¨® vencedor, y termin¨® levantando un inmenso imperio que se enfrent¨® durante d¨¦cadas a su poderoso enemigo, los Estados Unidos. Las estaciones del recorrido son conocidas. Tras el triunfo bolchevique, se desencaden¨® la guerra civil. ¡°El holocausto que tuvo lugar entre los a?os 1918 y 1922¡±, escribe Rayfield, ¡°pareci¨® menos horrible que el de Hitler o el de Stalin ¨²nicamente porque estaba m¨¢s dirigido a una clase que a una raza, porque la mayor¨ªa de los supervivientes permanecieron aislados del mundo occidental, porque las pruebas han sido destruidas y porque, como a Stalin le gustaba decir, ¡®no se juzga a los vencedores¡±.
Luego, entre 1924 y 1928, se produjo el ascenso de Stalin, que ya hab¨ªa tomado las riendas del partido como secretario general en 1922. Ese mismo a?o, el 6 de febrero, la Cheka se convirti¨® en el GPU (Directorio Pol¨ªtico del Estado). ¡°La Cheka no es s¨®lo un ¨®rgano de investigaci¨®n: es el ¨®rgano de batalla del Partido del futuro¡±, escribi¨® uno de sus esbirros m¨¢s temibles en un panfleto. ¡°Aniquila sin juicio o a¨ªsla de la sociedad mediante el internamiento en campos de concentraci¨®n. Su palabra es ley. El trabajo de la Cheka debe abarcar todos los ¨¢mbitos de la vida p¨²blica¡±. Y terminaba: ¡°?se es el sentido y la esencia del Terror Rojo¡±.
Al frente de esa singular maquinaria del horror estuvo F¨¦lix Dzierzynski, que proced¨ªa de una familia polaca de origen noble que hab¨ªa ido perdiendo sus propiedades. El camino de la Revoluci¨®n est¨¢ lleno de cad¨¢veres, y no es f¨¢cil entender c¨®mo los hombres que la defendieron pudieron convertirse en unos asesinos desalmados. ¡°Si alguna vez lleg¨® a la conclusi¨®n de que Dios no existe, me meter¨¦ un tiro en la cabeza¡±, escribi¨® Dzierzynski cuando era joven. Y m¨¢s tarde, cuando se vio obligado a justificar tantos desmanes, en una carta a su hermana le dijo ¡°yo veo el futuro¡±; tambi¨¦n: ¡°Y t¨² no puedes entenderme a m¨ª, un soldado de la Revoluci¨®n¡±. La fe juvenil en un Dios salvador se hab¨ªa desplazado de sitio, pero la intensidad era incluso mayor. ¡°Mi pensamiento me ordena ser terrible y tengo el prop¨®sito de seguir mi pensamiento hasta el final¡±, confes¨® en otra ocasi¨®n. ¡°Cuando reflexiono sobre lo que est¨¢ ocurriendo, sobre el aplastamiento universal de todas las esperanzas, lleg¨® a la conclusi¨®n de que, cuanto peor sea ese aplastamiento, con mayor fuerza y prontitud florecer¨¢ la vida¡±. Confiaba en que se produjera el apocalipsis para que de sus ruinas surgiera el hombre nuevo.
La colectivizaci¨®n agraria, que condujo a la aniquilaci¨®n de diez millones de campesinos entre 1928 y 1933 tras la puesta en marcha del primer plan quinquenal para industrializar el pa¨ªs a marchas forzadas, y las purgas y el Gran Terror, que tuvieron lugar entre 1934 y 1938, fueron otras dos terribles estaciones del gran desaf¨ªo comunista, que al mismo tiempo consegu¨ªa seducir a millones de j¨®venes, trabajadores e intelectuales del mundo occidental. Mientras tanto, los verdugos de Stalin hab¨ªan ido cambiando. Viacheslaw Menzhinski fue el sucesor de Dzierzynski. Ven¨ªa tambi¨¦n de una familia polaca y, en 1917, mientras al fondo los revolucionarios se ocupaban de tumbar al zarismo ¨¦l prefer¨ªa dedicarse a tocar valses en el piano de su casa. Dominaba varios idiomas y era, explica Rayfield, ¡°arrogante, c¨ªnico y decadente¡±. Mantuvo el puesto hasta 1934, y nunca le tembl¨® el pulso en el minucioso proceso de aniquilaci¨®n de los kulaks. Lo sucedi¨® Gu¨¦nrij Yagoda (¡°un perro guardi¨¢n atado a una cadena¡±), un tipo brutote, un verdugo sol¨ªcito y sin escr¨²pulos que terminar¨ªa entregado a una vida de lujo y voluptuosidad y que se especializ¨® en reprimir a los intelectuales. Lo hizo con tal sa?a y aplicaci¨®n que Rayfield escribe que, ¡°bajo el Gobierno de Stalin, las erratas fueron declaradas ¡®incursiones de la clase enemiga¡±.
Nikol¨¢i Yezhov (¡°un alcoh¨®lico propenso a estallidos de violencia contra sus compa?eros de borrachera; un voraz depredador sexual; un bisexual activo y pasivo...¡±) fue el responsable del Gran Terror. Desde la primavera de 1937 al oto?o de 1938 se produjeron 750.000 ejecuciones sumar¨ªsimas y el doble de condenas a una muerte lenta en los campos de concentraci¨®n. Hubo purgas en la NKVD, en el partido, en el ej¨¦rcito, en el Komintern, cayeron algunos de los mayores poetas y novelistas. Ajustes de cuentas, eliminaci¨®n arbitraria de la poblaci¨®n urbana. En abril de 1938, Rayfield cuenta que Stalin se enter¨® por una carta ¡°de que entre las miles de mujeres a quienes el NKVD rapt¨® en plena calle, en Mosc¨², y que murieron en los campos, estaba su propia hija, Pasha Mijail¨®vskaia, la primera de sus hijos ileg¨ªtimos¡±. Nadie ten¨ªa garantizada la vida. Todos eran, en principio, culpables. Conviene, sin embargo, apuntar otra lectura de aquella barbarie que Rayfield resume as¨ª: ¡°Los neoestalinistas sostienen, en primer lugar, que dos millones de personas reprimidas, apenas el 1,5 por ciento de la poblaci¨®n, era una cantidad tan escasa que no sembr¨® el abatimiento en la sociedad, con la salvedad de sus familiares y colegas m¨¢s pr¨®ximos; en segundo lugar, sostienen que fue un precio que vali¨® la pena pagar a cambio de una victoria en la II Guerra Mundial¡±.
El 7 de noviembre de 1938, el ¨²ltimo de los verdugos de Stalin, Lavrenti Beria, sustituy¨® a Yezhov. Rayfield: ¡°El azote que Yezhov hab¨ªa desatado sobre los ciudadanos sovi¨¦ticos lo aplic¨® Beria con id¨¦ntico rigor a los polacos, rutenios (ciudadanos de Ucrania occidental), moldavos, lituanos, letones y estonios, por no hablar de los alemanes y jud¨ªos refugiados en la URSS de las persecuciones hitlerianas¡±. Fue el jefe de la NKVD durante la guerra, el hombre inteligente y pragm¨¢tico que orden¨® las masacres de los oficiales polacos en los bosques de Katyn, el tipo que, despu¨¦s del final de la guerra, puso en marcha la construcci¨®n de la bomba at¨®mica y traslad¨® la industria sovi¨¦tica a los Urales. Fue quien tom¨® las riendas del poder cuando muri¨® Stalin. Iba demasiado r¨¢pido en las reformas. Un d¨ªa, sus camaradas programaron su ca¨ªda. El 26 de junio de 1953, el marsical Zh¨²kov junto a otros cuatro oficiales entr¨® donde estaban reunidos los l¨ªderes del Partido. ¡°Se plantaron a espaldas de Beria y lo enca?onaron con las armas apunt¨¢ndole a la cabeza¡å. En diciembre, tras ser condenado a morir, se visti¨® con su mejor traje negro. Le pegaron un tiro en la frente.
¡°?Qu¨¦ gener¨® (...) tantos millones de detenciones y condenas?¡±, se pregunta Gellately al final de su libro. ¡°El motor fue la ideolog¨ªa de Stalin¡±, responde, ¡°parte de la cual aseveraba que ¡®el pa¨ªs estaba repleto de enemigos encubiertos que se hac¨ªan pasar por ciudadanos leales: asesinos, saboteadores y traidores que conspiraban para destruir el sistema sovi¨¦tico y entregar traidoramente a la naci¨®n a las potencias extranjeras¡±. El 7 de noviembre de 1937, durante la celebraci¨®n del vig¨¦simo aniversario de la Revoluci¨®n, Stalin y ¡°dos docenas de compinches¡± se reunieron a comer en casa de Kliment Vorosh¨ªlov. Stalin levant¨® una copa para referirse a quienes pretend¨ªan destruir el Estado socialista: ¡°Y exterminaremos a todos y cada uno de estos enemigos, sean antiguos bolcheviques o no. Exterminaremos a sus parientes y a toda su familia. Exterminaremos sin misericordia a todo aquel que, con hechos o ideas, amenace la unidad del estado socialista. ?Brindo por el exterminio de todos los enemigos, de ellos y de sus parientes!¡±.
[En el coraz¨®n del terror habit¨®, en esa larga historia del comunismo sovi¨¦tico, tambi¨¦n la utop¨ªa. En un libro que est¨¢ a punto de llegar a las librer¨ªas, Karl Schl?gel se mete de lleno en el Mosc¨² de 1937 y procura levantar un fresco de todas las historias que se entrecruzan alrededor del vertiginoso maelstr?m del horror. ¡°Muchos de lo que parec¨ªa deberse al poder de un omnipotente Estado ha pasado ahora a verse como la acci¨®n desesperada de un poder impotente; lo que aparece como temeraria utop¨ªa es puro pensamiento de estado de emergencia, sin el cual un poder con una legitimidad tan incre¨ªblemente d¨¦bil no hubiera podido sobrevivir un d¨ªa. Lo que parec¨ªa un plan se revela, tras una mirada m¨¢s detallada, como un acto de emergencia, de improvisaci¨®n, reacci¨®n y rodeo, un vivir al d¨ªa¡±. Habr¨¢ que leerlo con extrema atenci¨®n. Empiezo a afilar el l¨¢piz].
Stalin y los verdugos. Donald Rayfield. Traducci¨®n de Amado Di¨¦guez Rodr¨ªguez y Miguel Mart¨ªnez-Lage. Taurus. Madrid, 2003. 618 p¨¢ginas.?24,80 euros.
La maldici¨®n de Stalin. La lucha por el comunismo en la Guerra Mundial y en la Guerra Fr¨ªa. Robert Gellately. Traducci¨®n de Cecilia Belza y Gonzalo Garc¨ªa. Pasado & Presente. Barcelona, 2013. 622 p¨¢ginas. 39 euros.
Terror y utop¨ªa. Mosc¨², 1937. Karl Schl?gel. Traducci¨®n de Jos¨¦ An¨ªbal Campos. El Acantilado. Barcelona, 2014. 1008 p¨¢ginas. 45 euros.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.