Amarga postal
La serie 'Olive Kitteridge'.establece un recorrido por el concepto americano de la felicidad y los malestares adyacentes
El verso de John Berryman que en su Dream Song 235 nos desea estar a salvo de las escopetas y el suicidio de los padres planea sobre el tono de la serie de HBO Olive Kitteridge. Emitidos sus cuatro episodios en Canal +, est¨¢ basada en los cuentos de Elizabeth Strout, publicados por El Aleph, alrededor de un personaje femenino arisco y contundente, que interpreta Frances McDormand. Rodeada de los mejores colaboradores de su marido, el director Joel Coen, como el m¨²sico Carter Burwell y el fot¨®grafo Frederick Elms, logran enlazar unos textos cargados de sugerencia y angustia y establecer con ellos un recorrido por el concepto americano de la felicidad y los malestares adyacentes. Bajo esa amenazante promesa se dejan ver las frustraciones vitales y en su mejor episodio, el segundo, la miniserie sugiere que los locos son los ¨²nicos cuerdos en este mundo, detalle con el que el poeta Berryman pudiera estar de acuerdo hasta el d¨ªa de 1972 en que se quit¨® la vida.
Quiz¨¢ la peor decisi¨®n de la serie es comenzar con los preparativos de suicidio del personaje principal y luego viajar 25 a?os atr¨¢s. No era necesario trampear as¨ª para disfrutar de un despliegue de personajes en el que hay dos que roban la funci¨®n, con permiso de una coda final del gran Bill Murray. El primero es Richard Jenkins, que interpreta al marido feliz, en un ag¨®nico ejercicio por vivir la vida al lado de esa mujer irreprimible. Y la segunda es Zoe Kazan, nieta del director Elia Kazan y formada en el teatro, que ya hab¨ªa destacado en pel¨ªculas como Ruby Sparks, Happythankyoumoreplease y, sobre todo, la comedia rom¨¢ntica salvada por sus espaldas What If, aqu¨ª llamada Amigos de m¨¢s.
Su personaje representa la vertiente opuesta al protagonista. Feliz, resuelto, imp¨²dico, es sacudido por el destino con tal fiereza que acabas dando la raz¨®n a Olive Kitteridge y su intransigencia. Frances McDormand brilla con su habitual econom¨ªa gestual de obcecada paleta de Minnesota. Los paisajes de Nueva Inglaterra ofrecen claustrofobia al aire libre, presa del depresivo estado y la insatisfacci¨®n de los personajes m¨¢s queribles. Costumbrismo de calidad sobre lo que se esconde bajo el modelo de felicidad m¨¢s vendido en las postales de San Valent¨ªn.
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