Joseph Roth y Stefan Zweig : Cartas desde el mundo de ayer
La correspondencia entre los dos intelectuales, que se edita ¨ªntegra por vez primera, ofrece un revelador retrato de la sinraz¨®n que llev¨® a la II Guerra Mundial
Hay historias que conviene empezar por el final. La de Ser amigo m¨ªo es funesto (Acantilado), volumen con la correspondencia entre Joseph Roth (Brody, Imperio austroh¨²ngaro, 1894-Par¨ªs, 1939) y Stefan Zweig (Viena, 1881-Petr¨®polis, 1942), es una de esas historias.
El d¨ªa anterior al suicidio por envenenamiento de Zweig en Brasil, donde se hab¨ªa exiliado del mundo de ayer junto a Lotte Altmann, su segunda mujer, el autor de Momentos estelares de la humanidad, de 60 a?os, escribi¨® a su primera compa?era, Friderike: ¡°¡recuerda siempre al bueno de Joseph Roth y a Rieger, c¨®mo me alegr¨¦ por ellos porque supieron evitar estos sufrimientos¡±. En efecto, Roth, muerto en una taberna de Par¨ªs tres meses antes del estallido de la II Guerra Mundial, se ahorr¨® los a?os m¨¢s ciegos que le tocaron en desgracia a Zweig. Un ataque al coraz¨®n termin¨® con la vida y las penurias del santo bebedor, uno de los narradores m¨¢s vigorosos del tormentoso siglo XX, brillante periodista y cronista de la disoluci¨®n moral del Imperio Austroh¨²ngaro. Tambi¨¦n puso fin a 12 a?os de profunda amistad entre dos colosos de la literatura, as¨ª como a su relaci¨®n epistolar, que llega el mi¨¦rcoles a las librer¨ªas en la traducci¨®n del alem¨¢n de J. Fontcuberta y Eduardo Gil Bera.
El gran bi¨®grafo del siglo
Stefan Zweig destac¨® en el terreno de la biograf¨ªa de hombres y mujeres ilustres gracias a su magistral conocimiento de la condici¨®n humana. Entre ellas, destacan: Mar¨ªa Antonieta, Mar¨ªa Estuardo, Montaigne, Fouch¨¦ o Tres maestros (Balzac, Dickens y Dostoievski).
Novelista notable (La novela del ajedrez, Carta de una desconocida o Amok) y autor de enorme ¨¦xito comercial, sobre todo tras la Primera Guerra Mundial, quiz¨¢ sus libros m¨¢s perdurables sean Momentos estelares de la humanidad (estudio de instantes cruciales, desde el descubrimiento del tel¨¦grafo hasta la composici¨®n de La Marsellesa), y sus memorias El mundo de ayer, que escribi¨® cuando ya se hab¨ªa exiliado.
Todas las obras citadas en est¨¢n publicadas en castellano en la editorial Acantilado.
La edici¨®n, aparecida en Tubinga en 2011, reproduce 268 misivas entre ambos, completas y sin cortes por primera vez, adem¨¢s de cartas relacionadas enviadas a otros. Predominan las escritas por Roth a Zweig (que firma solo 45), no porque el primero fuese mejor corresponsal, sino porque su vida disoluta y errante, empeorada con el ingreso de su mujer en un sanatorio mental en 1930, no permiti¨® que sobreviviera m¨¢s material.
¡°La invitaci¨®n de la editorial a los medios interesados a aportar documentos desconocidos¡± y paliar ¡°la evidente desproporci¨®n¡± no dio resultado, se lee en el ap¨¦ndice del libro. Con todo, el conjunto aporta un valioso retrato ¨ªntimo de ambos. ¡°Roth aparece como un hombre inteligent¨ªsimo, desconfiado, divertido, obsesivo y fatalmente alcoholizado. Zweig es mucho m¨¢s generoso y centrado¡±, opina Sandra Ollo, viuda y sucesora al frente de Acantilado de Jaume Vallcorba.
¡°Rothiana militante¡±, ve en esta publicaci¨®n, que parte del trabajo hecho con Cartas (1911-1939), correspondencia de Roth reunida por Herman Kesten, la feliz confluencia de dos de los autores que han marcado el cat¨¢logo de la casa, sobre todo en el caso de Zweig. El escritor a¨²n es un valor de ventas seguro, como lo fue sobre todo tras la I Guerra Mundial, y su rescate es una de las historias de ¨¦xito editorial m¨¢s ejemplares de los ¨²ltimos a?os en Espa?a, con la autobiograf¨ªa El mundo de ayer a la cabeza.
Frente al autor al que reconocen los revisores de trenes y los botones (en ese tiempo que afectuosamente caricaturiz¨® Wes Anderson en El gran hotel Budapest), Roth, m¨¢s admirado que le¨ªdo, se presenta ¡°esquivado por el ¨¦xito¡± y siempre necesitado de una ayuda econ¨®mica o un buen contacto en el mundo editorial.
El fin de un imperio
Dos novelas de Joseph Roth relatan inmejorablemente el ocaso de los Habsburgo: La marcha Radetzky y La cripta de los capuchinos. Job, Zipper y su padre u Hotel Savoyson otras de sus grandes obras (todas en Acantilado, salvo la primera, en Edhasa).
La leyenda del Santo Bebedor (Anagrama) fue publicada despu¨¦s de su muerte y puede ser considerada su testamento.
Al t¨¦rmino de la I Guerra Mundial, Roth se propuso convertirse en periodista, trabajo que desempe?¨® con maestr¨ªa. Las recopilaciones Primavera de caf¨¦. Un libro de lecturas vienesas o La filial del infierno en la tierra (ambas en Acantilado) sirven para hacerse una idea de sus dotes de columnista de revistas y peri¨®dicos.
Entre sus ensayos destaca Jud¨ªos errantes.
Como elocuente prueba de sus distintos temperamentos (el pesimista Roth y Zweig, el iluso) sirve un intercambio producido en octubre de 1933, a?o en que los libros de ambos autores jud¨ªos fueron quemados en las universidades y prohibidos en Alemania. Roth escribe: ¡°?A¨²n no lo ve usted? La palabra ha muerto, los hombres ladran como perros¡±. A lo que Zweig, reci¨¦n mudado a Londres, expresa un optimismo por su nuevo hogar que los tiempos venideros desmentir¨ªan.
A esa ¨²ltima d¨¦cada de su vida, un continuo vagar melanc¨®lico por el mundo junto a Lotte, que fue secretaria antes que amante, est¨¢ dedicado el reci¨¦n editado El exilio imposible (Ariel), de George Prochnik. La biograf¨ªa ¡°pinta un retrato no demasiado conocido de un Zweig asediado por la depresi¨®n¡±, seg¨²n el fil¨®sofo Luis Fernando Moreno Claros, al tiempo que recorre los escenarios (Londres, Bath, EE UU, Rep¨²blica Dominicana, Argentina, Paraguay y, por fin, Brasil) que siguieron a su decisi¨®n de abandonar Salzburgo tras un registro domiciliario en 1933.
Atr¨¢s quedaron la m¨²sica de Richard Strauss, la biblioteca, los caf¨¦s y el sue?o del paneurope¨ªsmo pacifista, pero no la correspondencia con Roth, que se escora inevitablemente hacia unos pocos temas: el mundo bajo el Tercer Reich, ¡°la filial del infierno en la tierra¡±, en la famosa definici¨®n de Roth, el juda¨ªsmo o el compromiso pol¨ªtico. ¡°De modo diferente reaccionaron a los pasos encaminados a destruir el esp¨ªritu europeo, llevados por dos concepciones distintas de la misi¨®n del escritor¡±, reflexiona Heinz Lunzer en el ep¨ªlogo. ¡°Roth se consideraba portavoz combatiente (¡), Zweig pretend¨ªa ser comprendido s¨®lo mediante su obra literaria¡±.
Continuamente, el autor de La marcha Radetzky, que se muestra visionario en 1933 (¡°todo conduce a una nueva guerra. No doy un c¨¦ntimo por nuestras vidas¡±), lanza desaf¨ªos al esp¨ªritu contemporizador de su amigo ¡ª¡±Alemania est¨¢ muerta. (¡) ?V¨¦alo de una vez, por favor!¡±¡ª que este sortea con un titubeante optimismo que resurge de nuevo en la ¨²ltima de las cartas recogidas en el libro. En ella, Zweig muestra en diciembre de 1938 su preocupaci¨®n por el silencio de Roth y se despide as¨ª: ¡°Con toda cordialidad, y que (?pese a todo!), el a?o que viene no sea peor que el ¨²ltimo¡±.
Pero lo fue. Seis meses despu¨¦s, el gran bi¨®grafo de Mar¨ªa Antonieta o Fouch¨¦, escribi¨® para el Times una breve semblanza necrol¨®gica de su amigo, cuya muerte lleg¨® por telegrama. Ese mismo d¨ªa confes¨® al escritor Romain Rolland: ¡°Lo he querido como a un hermano¡±.
Babelia
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