Colores que no fueron
?Y si las obras no hubieran sido creadas para soportar el estr¨¦s al cual las somete el mundo contempor¨¢neo?
La pol¨¦mica ha vuelto a saltar, una vez m¨¢s, a la palestra y desde la discusi¨®n entre los expertos ha llegado hasta los aficionados, quienes han o¨ªdo con sorpresa c¨®mo eso que hab¨ªan venerado desde siempre como ¡°los colores de Van Gogh¡± no son sino una mera aproximaci¨®n a lo que fuera su realidad; falsa percepci¨®n, fruto de las numerosas amenazas que siempre andan el acecho en lo referido a la conservaci¨®n de las obras de arte. De hecho, desde la iluminaci¨®n poco adecuada hasta el exceso de visitantes, la noticia del deterioro de las obras de arte y de su posterior restauraci¨®n ¡ªy los problemas que conlleva¡ª son un comentario habitual, poniendo en evidencia cierto hecho escalofriante: ?Y si las obras no hubieran sido creadas para soportar el estr¨¦s al cual las somete el mundo contempor¨¢neo, donde a menudo la buena salud de dichas obras se doblega ante las exigencias del n¨²mero de visitantes? Porque no es la luz el ¨²nico peligro ni el m¨¢s acuciante. ?C¨®mo mantener la temperatura exigida ¡ªo controlar las part¨ªculas de polvo¡ª en unas salas abarrotadas de visitantes? ?Qui¨¦n puede proteger a la Giocondao la Capilla Sixtina de sus admiradores?
En el caso de la ¨²ltima, donde los r¨ªos de visitantes no facilitan la comodidad de las obras maestras que all¨ª se custodian, su director lleg¨® a amenazar hace un par de a?os con que, caso de no llevarse a cabo la mejora de conservaci¨®n necesaria, la famosa sala ser¨ªa cerrada al p¨²blico o se limitar¨ªa de forma dr¨¢stica el n¨²mero de visitas. La amenaza no se hizo realidad. S¨ª ocurri¨® en Altamira que, una vez m¨¢s, ha entrado en el debate a trav¨¦s de la posible reapertura con un menor n¨²mero de visitas.
De cualquier modo, lo fascinante de estas historias no se relaciona s¨®lo con los problemas de conservaci¨®n que conlleva el ansiado n¨²mero infinito de visitantes que buscan las instituciones, obligadas por el sistema a ¡°hacer caja¡±. Lo perturbador tiene matices sentimentales, ya se anunciaba: c¨®mo enfrentarse al hecho de que lo que cre¨ªamos los colores de la Sixtina o Van Gogh a veces tienen poco que ver con la realidad y, sobre todo, poco que ver con lo que veneramos de esa realidad que dimos por v¨¢lida. Pas¨® con la Sixtina que, hasta que todo el mundo se acostumbr¨® a los colores reci¨¦n restaurados, parec¨ªa inesperadamente estridente. Ahora le toca el turno al holand¨¦s, al cual amamos ¡ªe interpretamos¡ª por unos colores que, parece, no fueron nunca as¨ª y que igual ni nos gustan tanto en su realidad. Y, de pronto, regresa a la memoria una carta maravillosa de Rilke del 2 de octubre de 1907, donde comenta la emoci¨®n de llevarse unos d¨ªas a casa ¡°una carpeta de Van Gogh¡±, en un mundo donde las reproducciones sol¨ªan ser escasas y por lo general en blanco y negro. ¡°Son reproducciones sencillas, nada refinadas¡±, escribe Rilke, de objetos cotidianos. ¡°Y, sin embargo, ?cu¨¢nto hay all¨ª de los santos que esperaba y se propon¨ªa hacer mucho m¨¢s tarde¡±. Qui¨¦n sabe; aunque los colores fueran diferentes quedan muchas cosas para venerar en la historia de Van Gogh, pero eso, supongo, forma parte de otro relato.
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