Un libro de compa?¨ªa
Hay dos g¨¦neros literarios g¨¦neros que me encandilan como lector pero que soy incapaz de practicar con mediana pulcritud: el aforismo (a pesar de que Andr¨¦s Neuman ¡ª¨¦l s¨ª buen escritor de aforismos¡ª haya intentado convencerme de que soy autor involuntario de algunos) y el dietario. Para ¨¦ste ¨²ltimo me falta paciencia cotidiana y sobre todo ese sublime desinter¨¦s de escribir por puro gusto, sin que nada ni nadie nos lo exija. Reconozco que leo casi de todo y siempre que puedo con el mayor placer, pero s¨®lo escribo cuando no tengo m¨¢s remedio. Me pasa como a Isaiah Berlin, quien supo expresarlo con eficaz sencillez: ¡°Soy como los taxis, s¨®lo acudo cuando me llaman¡±.
?ltimamente se han publicado en nuestro pa¨ªs excelentes dietarios: adem¨¢s de las regulares entregas del ya muy extenso y adictivo de Andr¨¦s Trapiello, he disfrutado con Al vuelo de la p¨¢gina (F¨®rcola) de Juan Malpartida y Lo que cuenta es la ilusi¨®n (Destino) de Ignacio Vidal-Folch, emocionante de penetraci¨®n e ir¨®nico a mansalva. Ahora estoy aliviando el oto?o de mi amargura con los rayos del sol p¨¢lido pero reconfortante que aparecen entre Nubarrones (Comba) de Enrique Lynch, uno de los ensayistas de quien nunca he dimitido. A Lynch no le gustan los aforismos ni otras adicciones literarias o vitales que a m¨ª me encantan y las deplora con elocuencia en sus Nubarrones. Pero lo bueno que tiene este g¨¦nero es que no exige ninguna adhesi¨®n inquebrantable a ciertas ideas o preferencias, sino s¨®lo aceptar el trato sin compromiso con una mente sagaz e ilustrada. Este ¡°breviario intermitente¡± de Enrique Lynch, selecci¨®n alfabetizada por temas (aunque, como ocurre en los ensayos de Montaigne, muchas veces el contenido se aparta sustancialmente de la voz titular) y acompa?ada de im¨¢genes deliciosas, es finalmente un libro de compa?¨ªa, para llevar con nosotros al aula, al burdel o a la enfermer¨ªa y evadirnos por un momento, a tragos cortos, de las obligaciones formularias de tan severos lugares.
Leo casi de todo y siempre que puedo con el mayor placer, pero s¨®lo escribo si no tengo m¨¢s remedio
Sus temas provienen de lecturas, desde luego, pero tambi¨¦n de experiencias, de la memoria que reflexiona sobre la caricia, el desenga?o o la perplejidad sonriente, de cuanto se convierte en vida real s¨®lo al revivirlo en la escritura. A veces nos proporciona motivadamente fogonazos insoslayables: ¡°No saber distinguir entre lo que uno necesita y lo que no es la enfermedad mortal del deseo¡±. Y tiene una consideraci¨®n del estilo que a un h¨ªpico como yo le resulta irresistible: ¡°Escribir es como montar a caballo, porque el lenguaje es un corcel brioso y arisco¡ Dos seres inteligentes entre los que se plantea una lucha cuerpo a cuerpo¡ El jinete cree que es ¨¦l quien lleva las riendas pero es el caballo el que reconoce al buen jinete y, finalmente, decide complacerlo¡±. Pues s¨ª, exactamente as¨ª.
Hace d¨¦cadas Enrique Lynch ley¨® que El¨ªas Canetti aconsejaba a los escritores noveles llevar un dietario y desde entonces ha seguido esta recomendaci¨®n con la misma asiduidad con que uno se lava los dientes cada ma?ana. El resultado en ambos casos es obtener un aliento fresco, una voz cuya cercan¨ªa no molesta sino que estimula y aviva. Y yo, incapaz de emularle, le envidio de la manera m¨¢s sana: ley¨¦ndole.
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