El n¨¢ufrago de Llofriu
Josep Pla encerrado y escribiendo en su mas¨ªa del Ampurd¨¢n es una de las estampas fundamentales de la literatura
En enero de 1956, en lo m¨¢s hondo del invierno y de la posguerra, Josep Pla, sin levantarse de la cama en todo el d¨ªa para resistir el fr¨ªo, envuelto en mantas, con la boina calada, lee un ejemplar de The New Yorker. La guerra hab¨ªa terminado hac¨ªa 17 a?os, pero la posguerra no cesaba: el invierno sin consuelo, la escasez, las restricciones de electricidad, la censura.
Josep Pla encerrado y escribiendo en su mas¨ªa del Ampurd¨¢n es una de las estampas fundamentales de la literatura, de una plasticidad semejante a la de Montaigne en su torre circular cerca de Burdeos, a la de Proust en su cama y su dormitorio de paredes forradas de corcho. En un gran libro dedicado a ¨¦l, El hombre del abrigo, Valent¨ª Puig lo invoca as¨ª: "Josep Pla, escribiendo en la mas¨ªa, solo, a altas horas de la noche, uno de los ¨²ltimos hombres de Europa".
En mitad de la dictadura y del fr¨ªo del invierno, en un pa¨ªs silenciado, en una Europa cubierta de ruinas, Josep Pla escribe a mano p¨¢ginas incesantes que son siempre p¨¢ginas de diario, aunque adquieran la forma transitoria de art¨ªculos de peri¨®dico, y cuando no hay luz el¨¦ctrica escribe a la luz de un quinqu¨¦ o a la de una vela, y cuando no est¨¢ en la cama escribe muy arrimado al fuego de la chimenea, porque en el interior de la mas¨ªa hace a¨²n m¨¢s fr¨ªo que a la intemperie, y porque las puertas y las ventanas que cierran mal favorecen las corrientes de aire ¨¢rtico. Algunas veces, si hay electricidad, Pla busca en Radio Par¨ªs noticias no censuradas sobre lo que pasa en Espa?a. Amigos que vienen de viaje le traen peri¨®dicos extranjeros atrasados: Le Monde, Le Figaro Litt¨¦raire, el Journal de Gen¨¨ve, The New York Times. Y en su biblioteca encuentra el alimento saludable de los viejos maestros librepensadores franceses, los que le ense?aron a mirar y a escribir: Montaigne, el Stendhal de los diarios y los libros de viajes, La Bruy¨¨re, Chamfort, Pascal, y se entusiasma con el Ulises de Joyce traducido al franc¨¦s.
Uno se pregunta cu¨¢ntos ejemplares de 'The New Yorker' llegar¨ªan en 1956 a Espa?a, a lugares tan aislados como Palafrugell
Uno se pregunta cu¨¢ntos ejemplares de The New Yorker llegar¨ªan en 1956 a Espa?a, a lugares tan aislados como Palafrugell; c¨®mo ser¨ªa, en el fr¨ªo y el desaliento de aquel invierno de grandes heladas, rozar entre las manos esas p¨¢ginas satinadas, dejar que los ojos se recrearan en la belleza de la tipograf¨ªa, adentrarse en uno de esos reportajes de muchas p¨¢ginas escritos con una prosa siempre transparente y precisa. En la Espa?a menesterosa y aut¨¢rquica, en la mediocridad de un periodismo infectado de palabrer¨ªa rancia y vacuidades serviles, Josep Pla lee The New Yorker y alimenta su escritura limpia, su capacidad de observaci¨®n de lo concreto, su irreverencia esc¨¦ptica y muy cautelosa, porque sabe que bastar¨¢ una palabra de m¨¢s para que la censura le proh¨ªba un art¨ªculo y vuelva in¨²til su esfuerzo.
En su desagrado visceral por el r¨¦gimen quiz¨¢s hay una parte no confesada de remordimiento: Josep Pla procede de ese catalanismo moderado que abraz¨® el golpe militar de Franco por miedo a la Rep¨²blica y a las amenazas de la revoluci¨®n social. En la Catalu?a fronteriza, Pla y sus amigos ayudaban a los fugitivos de la ocupaci¨®n nazi de Francia y eran vigilados por la Guardia Civil, pero tan solo unos a?os antes ¨¦l no hab¨ªa tenido escr¨²pulos en colaborar en el espionaje al servicio de los militares sublevados contra la Espa?a republicana, y por tanto contra la Catalu?a aut¨®noma.
En cualquier caso, en 1956, lo que queda es la penuria y el asco, la falta de expectativas, el aislamiento que solo puede vencerse escuchando la radio o leyendo con avidez peri¨®dicos extranjeros atrasados. Tambi¨¦n la obligaci¨®n fatigosa de escribir un art¨ªculo tras otro para ganarse la vida y el vicio de escribir porque s¨ª, a deshoras, de anotar velozmente en un cuaderno los actos del d¨ªa, la comida, el paseo, las rutinas, las tertulias con amigos, el des¨¢nimo, el fr¨ªo, el abuso del alcohol. Josep Pla se construy¨® un personaje de pay¨¦s del Ampurd¨¢n tan cuidadosamente como Faulkner quiso hacerse pasar por hacendado del Sur. Los dos, desde luego, no eran otra cosa que escritores, y costearon con el esfuerzo de la literatura sus dos ficciones de propietarios rurales, de hombres hura?os, apegados a la tierra, ajenos al mundo de las capitales y de los escritores.
Construy¨® un personaje de pay¨¦s del Ampurd¨¢n tan cuidadosamente como Faulkner quiso hacerse pasar por hacendado del Sur
En 1956, en 1957, en 1964, Josep Pla mantuvo dietarios secretos en los que consignaba taquigr¨¢ficamente el resumen de su vida cotidiana. Son tan lac¨®nicos a veces como listas de tareas, como apuntes utilitarios de agenda. Pero quiz¨¢ no le serv¨ªan para nada m¨¢s que para satisfacer su vicio, uno de ellos, el vicio supremo de contar al instante lo visto y lo vivido, tan continuo y tan inevitable como los otros, como el vicio de leer o el de fumar o el de seguir bebiendo en el calor de las tertulias nocturnas hasta que le costaba no caerse en el camino hacia la mas¨ªa, como el vicio de consolarse en solitario de sus a?oranzas er¨®ticas de una mujer que es una inicial y un fantasma, "A.", que vive lej¨ªsimos, en Buenos Aires, que unas veces escribe cartas y otras no. En la mas¨ªa de Llofriu, en los inviernos de los a?os cincuenta, Josep Pla se acuerda de su antigua amante, Aurora Perea, y en su obsesi¨®n por ella vive, como dice Quevedo, amancebado con su mano, como un adolescente, un hombre que va a cumplir 60 a?os y se siente muy viejo, que se adapta con dificultad a la dentadura postiza.
Un hombre que fue tan cuidadoso con su propio trabajo, que convirti¨® en proceso creativo soberano la reescritura de sus cuadernos de juventud, probablemente no habr¨ªa aprobado este volumen que acaba de publicar Destino, La vida lenta, editado y prologado por Xavier Pla, traducido con mucha belleza por Concha Carde?oso S¨¢enz de Miera. Yo lo leo tan absorto que no puedo apartarme de ¨¦l. Pla reducido al m¨ªnimo, despojado de cualquier prop¨®sito literario, sigue siendo Pla. No puede dejar de serlo. En la l¨ªnea m¨¢s breve del boceto m¨¢s apresurado se nota la caligraf¨ªa visual de un gran pintor: en las anotaciones de Pla, una frase sin verbo puede relucir como una instant¨¢nea definitiva; en una seca sucesi¨®n est¨¢ el pulso del tiempo: "Leer me fatiga. Oigo el reloj de la sala. Va pasando la noche". En l¨ªnea y media se resume un paisaje: "El Rosell¨®n es una maravilla. Las lechugas al pie de los naranjos".
Pla ama sobre todo la soledad y la lectura, pero disfruta igualmente de la compa?¨ªa fervorosa y beoda de los amigos. Quiere salir al mundo y quiere quedarse en su pueblo. Se deja ahogar por depresiones tan sombr¨ªas como largas resacas y est¨¢ siempre atento a los placeres de la comida, a los colores y a los frutos del campo, a los indicios de las estaciones. Es un mis¨¢ntropo y un juerguista, un solter¨®n atribulado por el deseo de las mujeres, un reaccionario apasionado por la libertad de pensamiento. En las p¨¢ginas telegr¨¢ficas de La vida lenta se escucha su voz, crepita intacta la calidad de su escritura.
La vida lenta. Notas para tres diarios (1956, 1957, 1964). Josep Pla. Pr¨®logo de Xavier Pla. Traducci¨®n de Concha Carde?oso S¨¢enz de Miera. Destino. Barcelona, 2014. 432 p¨¢ginas. 21 euros.
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