Nuevas visiones sobre Teresa de Jes¨²s
La celebraci¨®n del quinto centenario subrayar¨¢ en 2015 la faceta literaria y reformadora de la carmelita
Teresa corta cebolla en la cocina de su monasterio en ?vila cuando entra el Gran Inquisidor husme¨¢ndolo todo. ¡°Entre pucheros anda Dios¡±, escucha que dice el prelado, cit¨¢ndola. Hace tiempo que resuenan por Espa?a frases de la escritora, con mucha garra popular. En una proclam¨® que ¡°la verdad padece, pero no perece¡±. Al Inquisidor no le gustan. Ninguna. Qu¨¦ hace una mujer, una pobre monja, diciendo esas cosas sin control de los prelados. Son ¡°tiempos recios¡±, ha escrito Teresa. Es el a?o 1562 y tiene ya 47 a?os, una edad avanzada para aquel tiempo, mucho m¨¢s para iniciar la campa?a que culmina en una sonada reforma del Carmelo y la fundaci¨®n de 17 conventos. Es una tarea quijotesca y peligrosa, le advierten. Va a contarla en libros que no publica en vida, por prudencia, por la censura, por miedo. Ella misma aconseja, a veces, que se destruyan, una vez le¨ªdos por los destinatarios. Pero los libros y las cartas, manuscritos con gracia, corren de mano en mano, con gran disgusto de inquisidores y envidiosos. A hablar de todo eso entra el Gran Inquisidor, amenazante, en la cocina del convento de san Jos¨¦.
La escena la desarrolla el dramaturgo Juan Mayorga en ¡®La lengua en pedazos¡¯, la obra por la que obtuvo el Premio Nacional de Literatura. Se ha vuelto a representar en el coqueto anfiteatro del Centro Internacional Teresiano Sanjuanista (CITeS), de ?vila, dentro de los eventos preparatorios del V Centenario del nacimiento de la autora del ¡®Libro de la vida¡¯. Como gran aperitivo, el Congreso Internacional Teseriano se ha centrado en las cartas de la reformadora. Escribi¨® varios miles y se conservan 500, repartidas por todo el mundo, que permiten completar su complejo perfil de mujer. El Gobierno ha creado una comisi¨®n para ensalzar esa conmemoraci¨®n como ¡°un proyecto de Estado, consciente, dice en un real decreto, de la importancia de una escritora, poeta, m¨ªstica y fundadora, ¡°que contribuy¨® a alumbrar el Siglo de Oro¡±. Como instrumento para impulsarlo, se ha creado la Fundaci¨®n V Centenario. La preside el vicario general carmelita, Emilio Jos¨¦ Mart¨ªnez, con Jos¨¦ Lu¨ªs Vera Llorens como director gerente. La apertura oficial del centenario se producir¨¢ el pr¨®ximo d¨ªa 9 de enero en ?vila y los obispos gestionan que el papa Francisco visite Espa?a con tal motivo en alguna fecha del 2015.
Fue feminista a su modo; se sobrepuso a los machismos de su tiempo
¡°La dictadura franquista hizo a Teresa de ?vila un flaco favor al proclamarla la santa de la raza¡±, sostiene uno de sus mejores bi¨®grafos, el hispanista franc¨¦s Joseph P¨¦rez, distinguido este a?o con el Premio Pr¨ªncipe de Asturias de Ciencias Sociales. El secuestro de la Teresa aut¨¦ntica, adelantada a su tiempo ¨Cm¨ªstica, rebelde, reformadora y fundadora de la orden femenina y masculina de los Carmelitas Descalzos-, no s¨®lo lo perpetr¨® el dictador Franco haci¨¦ndose acompa?ar toda su vida en el poder de una mano incorrupta de la santa. A¨²n permanece. Lo demostr¨® el ministro de Interior, Jorge Fern¨¢ndez, en la presentaci¨®n en la ¨²ltima Feria de Turismo (FITUR) del proyecto ¡®Huellas de Santa Teresa¡¯, que recorrer¨¢ el a?o que viene las 17 ciudades en las que Teresa de ?vila abri¨® convento. ¡°Santa Teresa hablaba de tiempos recios, y estoy seguro de que estar¨¢ siendo una importante intercesora para Espa?a en estos tiempos tambi¨¦n recios¡±, dijo el ministro.
La orden de los Carmelitas Descalzos -1400 conventos en 120 pa¨ªses, con 12.000 monjas y 5.000 frailes-, comenz¨® a preparar hace cuatro a?os este centenario de su fundadora, con el convencimiento de que nunca como ahora habr¨¢ mejor oportunidad para ¡°recolocar en escena el verdadero perfil de santa Teresa, muy emborronado durante d¨¦cadas del siglo pasado¡±. A?aden los promotores: ¡°Por primera vez en cinco siglos ha llegado el momento de fijar la importancia de una de las figuras m¨¢s complejas del m¨¢s temprano Siglo de Oro espa?ol¡±.
Contra la conspiraci¨®n de los ruidos, con mistificaciones de incre¨ªble mala fe, todo el Quinto Centenario se prepara para que Teresa de Jes¨²s reluzca en todas sus facetas, no solo en la religiosa. Fue reformadora contra viento y marea. Fue m¨ªstica. Fue escritora. Fue poeta. Fue atrevida y valiente. A¨²n hoy sorprende que la Inquisici¨®n, que la vigil¨® con sa?a, no la encarcelase, como hizo con tantos otros genios de la ¨¦poca, tambi¨¦n con fray Lu¨ªs de Le¨®n, finalmente el primer editor de las obras completas de Teresa. Quiz¨¢s por esos, la m¨ªstica de ?vila y su joven y genial compa?ero de fatigas, san Juan de la Cruz, muy pronto iban a convertirse en las personalidades m¨¢s c¨¦lebres de la historia del misticismo cristiano, sobre todo en Francia, Italia y Alemania.
Amenazada por la Inquisici¨®n, no public¨® nada en vida, pero Felipe II, que la admiraba, puso a buen recaudo los manuscritos en El Escorial
Tambi¨¦n fue santa Teresa de Jes¨²s feminista a su manera, sobreponi¨¦ndose con coraje a los machismos de su tiempo. Lo sostiene Maximiliano Herr¨¢iz, uno de sus mejores estudiosos. ¡°Basta ser mujer para ca¨¦rseme las alas¡±, se quejaba Teresa de Cepeda y Ahumada, nacida en ?vila el 28 de marzo de 1515. Vol¨® bien alto y lleg¨® a firmar s¨®lo con el apellido de su madre, Ahumada. Aconsejaba a sus monjas que no se arrugasen (¡°Nada te turbe, / nada te espante¡±), y menos ante ¡°esos negros devotos destruidores de las esposas de Cristo¡±. Herr¨¢iz fue muy estrecho colaborador en Roma del anterior general de la orden, el m¨ªtico Camilo Maccise. Eran momentos de tribulaci¨®n frente a Juan Pablo II, poco amigo de la faceta liberadora de la fundadora carmelitana.
Con antecedentes de jud¨ªos conversos venidos a menos, Teresa de ?vila ¨Cas¨ª se conoce a santa Teresa de Jes¨²s en gran parte de Europa, sobre todo en Francia- naci¨® en una familia cristiana que ten¨ªa muchos libros en casa, incluso de caballer¨ªas, pero no la Biblia, siempre sospechosa para inquisidores de todo tiempo. Fue m¨ªstica, pero tambi¨¦n mujer de negocios fr¨ªa. Cada fundaci¨®n de un convento era para ella, adem¨¢s de una haza?a religiosa, una operaci¨®n inmobiliaria no siempre pac¨ªfica. A punto estuvieron de apedrearla cuando lleg¨® con sus monjas (nunca m¨¢s de siete, a lo sumo diez), a ocupar un nuevo convento. Pero ¡°ten¨ªa un elevado concepto de s¨ª misma; se cre¨ªa llamada a grandes empresas; rechazaba la mediocridad¡±, escribe Joseph P¨¦rez. Era guapa, y lo sab¨ªa. Con cincuenta a?os cumplidos, le confesar¨¢ a un carmelita: ¡°Sabed, padre, que en mi juventud me dirig¨ªan tres clases de cumplidos; dec¨ªan que era inteligente, que era una santa y que era hermosa.; en cuanto a hermosa, a la vista est¨¢; en cuanto a discreta, nunca me tuve por boba, en cuanto a santa, solo Dios sabe¡±.
Todos los t¨®picos del nacionalcatolicismo se alzaron para usar en provecho propio a la gran fundadora
Lo que s¨ª se sinti¨® siempre fue segura de s¨ª misma frente a arzobispos y nuncios, empoderada por decirlo con palabra de moda. Toda su obra es, en realidad, una autobiograf¨ªa. Herr¨¢iz pone sobre la mesa dos an¨¦cdotas que reflejan el aplomo y el car¨¢cter (y el buen humor) de la reformadora. Un d¨ªa que Teresa fue a visitar las obras de su primer monasterio descalzo, un alba?il dijo al verla pasar: ¡°?Qu¨¦ l¨¢stima, una mujer tan guapa y que sea monja!¡± Teresa volvi¨® sobre sus pasos. ¡°A ti te da igual porque nunca me hubiera casado contigo¡±. Y sigui¨® observando la obra. Otra vez que estaba para firmar las escrituras de compra de un terreno para la fundaci¨®n de Valladolid, el notario sopl¨® al o¨ªdo de su secretario: ¡°Por un beso de esta mujer me dar¨ªa por bien pagado¡±. Ella le acerc¨® la cara. El notario lleg¨® a articular la pregunta: ¡°?Qu¨¦ quiere?¡± ¡°Que me bese¡±. Cumplido el deseo del notario, le espet¨®: ¡°Nunca una escritura me ha resultado tan barata¡±.
En todos sus libros hay p¨¢ginas de sutil picard¨ªa, aunque con cuidado de que el inquisidor no se entere. Una de las v¨ªctimas, muy finamente, fue el arzobispo de Burgos, citado en el cap¨ªtulo 31 del ¡®Libro de las Fundaciones¡¯. El hombre, que se llamaba Crist¨®bal Vela, hab¨ªa agotado la paciencia de la fundadora con tiquismiquis legales (que si licencias de obras, que si avales para los pr¨¦stamos), y la escritora se venga ignorando el nombre (s¨®lo lo cita por el cargo), frente a las zalamer¨ªas que dedica en las mismas p¨¢ginas a prelados menos intransigentes.
Tambi¨¦n es deliciosa su visi¨®n de los colegas fundadores, todos hombres, tan dados a hacer la romer¨ªa (?a Roma, a Roma!). ¡°Siempre nuestros Generales residen en Roma, y jam¨¢s ninguno vino a Espa?a¡±, escribe en ¡®Libro de las Fundaciones¡¯. Ella nunca se prest¨® a esa romer¨ªa, que afea a un general: ¡°Es que su se?or¨ªa, estando all¨¢, no entiende lo que pasa ac¨¢¡±. Otra vez, se enfada con el nuncio enviado por el Vaticano. ¡°Es algo deudo del Papa¡± (por las pegas que pone); parec¨ªa que hab¨ªa sido enviado para ejercitarnos en padecer. Debe ser siervo de Dios, pero nos ha hecho padecer harto¡±.
En el cristianismo que quiso reformar santa Teresa, el matrimonio se cre¨ªa un obst¨¢culo para alcanzar la plenitud espiritual, y la virginidad, una forma de estado superior. Tampoco los curas ten¨ªan buena fama. En el ¡®Libro de la Vida¡¯ retrata a uno que es avaro, poco formado, amante de vivir sin trabajar, que se exhibe con concubinas. En cambio, Lutero, el reformador protestante, alaba la vida conyugal. Pero Teresa tem¨ªa casarse (era ¡°renunciar a una vida personal¡±, escribe), y tampoco quer¨ªa meterse a monja. Se dice incluso ¡°enemigu¨ªsima de ser monja¡±. Para colmo, la Iglesia romana no ten¨ªa muy buena opini¨®n de sus fieles en Espa?a, forzados a serlo por la Inquisici¨®n, maliciaban cl¨¦rigos italianos. Y las relaciones entre los reyes y los pont¨ªfices eran execrables, fresco el recuerdo del brutal saco de Roma por tropas de Carlos V, en mayo de 1527, cuando Teresa ten¨ªa 12 a?os. Pablo IV pens¨® incluso en excomulgar al emperador y a su hijo, Felipe II, a ¨¦ste porque se cre¨ªa m¨¢s papista que el Papa.
El Concilio de Trento (1545-1563) intent¨® poner remedio a ese estado de cosas, muy jaleadas por el anticlericalismo de la ¨¦poca. Teresa de ?vila fue una adelantada. Lo pag¨® con persecuciones. A cambio, su nombre corri¨® pronto de boca en boca por toda Europa, y sus libros fueron traducidos y muy le¨ªdos. Las mejores plumas y los m¨¢s afamados pintores la ensalzan. Lo hace Cervantes, que le dedica una poes¨ªa en silvas; tambi¨¦n G¨®ngora, Quevedo y Lope de Vega, ¨¦ste mediante dos obras de teatro y nueve sonetos. La pinta en 1576 (su ¨²nico retrato en vida) el carmelita Juan De la Miseria (¡°Dios te perdone, fray Juan, que ya que me pintaste, me has pintado fea y lega?osa¡±, le escribe), y con el tiempo se afanan en la iconograf¨ªa teresiana Vel¨¢zquez y Rubens e, incluso, el mejor escultor del barroco italiano, Bernini, con la monumental ¡®Transverberaci¨®n de Santa Teresa¡¯.
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