Aspavientos y alcohol
M¨¢s que por sus ¨¦xitos, que los tuvo y retuvo en una carrera que saltaba del festival de Woodstock a las giras internacionales y acabar¨ªa en los bien pagados escenarios de la nostalgia, se recordar¨¢ a Joe Cocker por el brit¨¢nico acero en sus cuerdas vocales y aquel espasm¨®dico aleteo de manos y brazos con que acomet¨ªa sus rasposas interpretaciones. Aquellos aspavientos fueron doblados por un admirado John Belushi cuando Cocker apareci¨® en Saturday Night Live: eran la ic¨®nica representaci¨®n de lo que barruntaban sus pulmones cuando se aproximaba el estribillo.
Como otros vocalistas de su generaci¨®n, Cocker hab¨ªa imantado en su organismo la brutal sinceridad y fogosa pasi¨®n de ese rhythm and blues que tanto gustaba en el norte de Inglaterra. Ya en 1961, llevaba una doble vida como instalador de gas durante el d¨ªa y cantante de club por las noches. Un local lleno de humo y el tintineo de las jarras eran el id¨®neo entorno donde dejar volar su desbocada garganta en pavorosas invocaciones de rock¡¯n¡¯roll y soul. Fue ese genio para despanzurrar una composici¨®n y rehacerla a su antojo, rozando siempre los l¨ªmites del decoro melism¨¢tico y yendo m¨¢s all¨¢ de los requerimientos de la tonada, lo que le hac¨ªan inconfundible.
Se repetir¨¢n las citas a sus gozosas apropiaciones de A Little Help from my Friends o Feeling Alright, los universarles ¨¦xitos de Up Where We Belong y You Can Leave Your Hat On en hitos cinematogr¨¢ficos de los 80, sin embargo, es de justicia recordar que supo adaptar a tan rabiosa compostura interpretativa lo mismo a compositores afines, fuesen Jimmy Cliff o Leon Russell, que a los maestros Dylan y Cohen. Su modelo, c¨®mo no, hab¨ªa sido el camale¨®nico Ray Charles.
Tampoco se pueden obviar sus problemas con el alcohol y, durante una ¨¦poca, la hero¨ªna. Los d¨ªas en que era un animal salvaje adem¨¢s de un molinillo humano sobre las tablas. ¡®¡¯En esa ¨¦poca no pod¨ªas mirar los mails en el hotel o hablar con tus seres queridos por Skype¡¯¡¯, confesaba recientemente. ¡®¡¯En su lugar te dirig¨ªas al bar para matar el tiempo¡¯¡¯. Que se lo cuenten al pobre novato que tuvo que atenderle en un vuelo transoce¨¢nico. Al aterrizar en Par¨ªs, ni rastro del cantante¡ hasta que la cinta de equipajes devolvi¨® su cuerpo inerte a quien deb¨ªa haberle custodiado. Brindemos por esa estampa del m¨²sico ofuscado por el resplandor de su arte.
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