El taca?o m¨¢s rico de Estados Unidos
En ¡®El desmoronamiento¡¯ elabora una cr¨®nica del declive del pa¨ªs como la de Sam Walton
Sam naci¨® en 1918 en Kingfisher, Oklahoma, justo en el centro del pa¨ªs. Tras el golpe de la Gran Depresi¨®n, su padre, Thomas Walton, obtuvo un empleo en una agencia dedicada a expropiar fincas en Misuri en nombre de una compa?¨ªa de seguros. A veces Sam viajaba con su padre y pudo comprobar c¨®mo este se esforzaba por dejar un m¨ªnimo de dignidad intacta a los granjeros que no hab¨ªan podido devolver sus pr¨¦stamos y estaban a punto de perder sus tierras. Sin duda, fue entonces cuando Sam adquiri¨® su cautelosa actitud hacia el dinero. Era un tipo taca?o, lisa y llanamente.
As¨ª lo criaron. Ni siquiera despu¨¦s de convertirse en el hombre m¨¢s rico de Am¨¦rica (le disgust¨® enormemente que Forbes llamara la atenci¨®n sobre ¨¦l de ese modo en 1985) dej¨® de agacharse si encontraba una moneda de cinco centavos en la acera. Nunca le gust¨® el estilo de vida ostentoso. ¡°Jam¨¢s le he dado mucha importancia al dinero ¡ªescribir¨ªa poco antes de morir¡ª. La riqueza es tener para comer y un sitio bonito donde vivir; mucho espacio para mis perros, un lugar para cazar, un lugar para jugar al tenis y medios para darles a mis hijos una buena educaci¨®n. Eso es la riqueza¡±.
Aprendi¨® a hablar a la gente que se le acercaba por la calle antes de que ellos se dirigieran a ¨¦l. Sam se dio cuenta desde muy joven de que se le daba bien vender cosas. Se sac¨® la secundaria y la carrera universitaria repartiendo peri¨®dicos y gan¨® un concurso vendiendo suscripciones puerta a puerta. Al finalizar la universidad empez¨® a trabajar en una tienda J. C. Penney en Des Moines, la capital de Iowa, por 75 d¨®lares a la semana.
Ese fue su primer empleo como minorista, el cual conserv¨® durante el tiempo necesario para descubrir que llamar a los empleados ¡°asociados¡± hac¨ªa que se sintieran orgullosos de la empresa para la que trabajaban. Sam quer¨ªa comprar una franquicia de los almacenes Federated en San Luis (Misuri), pero su esposa, Helen, hija de un rico abogado de Oklahoma, se neg¨® a vivir en ciudades con m¨¢s de 10.000 habitantes. As¨ª fue como terminaron en Newport, Kansas (de 5.000), donde Sam compr¨® una franquicia de la cadena de tiendas Ben Franklin con ayuda de su suegro. Justo en la acera de enfrente hab¨ªa otra tienda: Sam dedicaba horas a pasearse por delante y observar c¨®mo hac¨ªa las cosas la competencia, lo cual se convirti¨® en un h¨¢bito de por vida.
Descubri¨® que llamar a los empleados ¡°asociados¡± hac¨ªa que se sintieran orgullosos de la empresa
Sam compraba braguitas de raso al proveedor de Ben Franklin a dos d¨®lares y medio la docena y vend¨ªa paquetes de tres por un d¨®lar. M¨¢s tarde encontr¨® otro proveedor de Nueva York que vend¨ªa la docena a solo dos d¨®lares. Lo que hizo Sam, sin embargo, fue vender cuatro braguitas por un d¨®lar y aprovechar la oportunidad para poner en marcha una gran campa?a publicitaria. Los beneficios por braguita cayeron un tercio, pero las ventas se triplicaron. Compra barato y vende barato, en grandes vol¨²menes y r¨¢pido: esas eran las claves de la nueva filosof¨ªa de Sam. En cinco a?os se multiplicaron por tres las ventas totales. Su tienda Ben Franklin era la que m¨¢s vend¨ªa de su Estado y de todos los Estados vecinos. La gente era avara y jam¨¢s dejaba pasar una buena oferta. As¨ª eran las cosas en los peque?os pueblos de mayor¨ªa absoluta blanca de Arkansas, Oklahoma y Misuri tras la guerra. As¨ª son las cosas en realidad. All¨ª y en Pek¨ªn, entonces y ahora.
As¨ª eran las cosas tambi¨¦n en Bentonville (Arkansas), donde Sam y Helen se instalaron con sus cuatro hijos en 1950. Sam abri¨® una tienda a la que llam¨® Walton 5&10 en la plaza Mayor de Bentonville (de 3.000 habitantes). Le fue tan bien que abri¨® otras 15 tiendas junto con su hermano Bud a lo largo de la d¨¦cada siguiente. Operaban en sitios dejados de la mano de Dios que a los grandes almacenes como Kmart o Sears no les interesaban.
La gente gastaba poco, pero en esos lugares se vend¨ªa m¨¢s de lo que cre¨ªan los listos de Chicago y Nueva York que ten¨ªan el dinero. Sam localizaba las parcelas m¨¢s interesantes desde su avioneta biplaza Aircoupe; volaba en rasante sobre los pueblos, escudri?aba las calles y estudiaba los planes urban¨ªsticos hasta dar con la parcela apropiada.
El se?or Sam estaba elevando el nivel de vida de la gente a base de bajar el coste de la vida
Pose¨ªdo por la fiebre de su sue?o minorista, cuando iba de vacaciones sol¨ªa dejar a su mujer e hijos solos para ir a visitar las tiendas de la comarca. Espiaba a la competencia y les birlaba a sus mejores profesionales ofreci¨¦ndoles invertir en sus franquicias. Ideaba maniobras para desorientar a la competencia con el fin de que pensaran que era incompetente, y les peleaba a sus proveedores hasta el ¨²ltimo centavo.
El 2 de julio de 1962, Sam abri¨® su primer almac¨¦n de art¨ªculos de descuento en Rogers (Arkansas). Ese tipo de comercios, en los que se vend¨ªa de todo, desde ropa de marca hasta repuestos de autom¨®vil, eran el futuro. Era tan taca?o que redujo el nombre todo lo que pudo para que tuviera las menos letras posibles: la nueva tienda se llam¨® Wal-Mart. Promet¨ªa ¡°precios bajos todos los d¨ªas¡±.
En 1969 funcionaban ya 32 tiendas en cuatro Estados. Al a?o siguiente, la empresa sali¨® a Bolsa. A lo largo de los a?os setenta, Wal-Mart dobl¨® las ventas cada dos a?os. En 1973 hab¨ªa 55 tiendas en cinco Estados. En 1976 eran 125. Wal-Mart se extend¨ªa como una onda expansiva arrasando con los peque?os colmados y droguer¨ªas, saturando las regiones conquistadas para que nadie pudiese entrar a competir. Todos los nuevos Wal-Mart eran exactamente iguales y todos se situaban a no m¨¢s de un d¨ªa de carretera desde la sede de Arkansas, donde se encontraba el centro de distribuci¨®n.
En 1980 hab¨ªa ya 276 Wal-Mart y las ventas exced¨ªan los 1.000 millones de d¨®lares. Durante esa d¨¦cada, la cadena creci¨® exponencialmente, extendi¨¦ndose por todo el pa¨ªs. Hillary Clinton fue la primera mujer en formar parte del consejo de administraci¨®n de la cadena. Su marido, entonces gobernador de Arkansas, y otros pol¨ªticos acudieron a Bentonville para rendir tributo. A mediados de la d¨¦cada de 1980, Sam se convirti¨® oficialmente en el hombre m¨¢s rico de Estados Unidos, con una fortuna de 2.800 millones de d¨®lares. Era m¨¢s taca?o que nunca: segu¨ªa cort¨¢ndose el pelo por cinco d¨®lares en una barber¨ªa del centro del pueblo y jam¨¢s dejaba propina.
Sam visitaba cientos de tiendas al a?o. Siempre aparec¨ªa con su nombre de pila escrito en un portatarjetas de pl¨¢stico prendido en el pecho, como los dependientes. Los trabajadores por horas se sent¨ªan mejor atendidos por ese hombre tan amistoso que por sus propios gerentes. Desde su espartano despacho de Bentonville, el presidente escrib¨ªa una carta mensual que llegaba a las decenas de miles de empleados, d¨¢ndoles las gracias. En 1982 le diagnosticaron leucemia, pero ¨¦l les asegur¨®: ¡°Seguir¨¦ yendo a veros, quiz¨¢ menos a menudo¡±.
Los trabajadores de Wal-Mart estaban p¨¦simamente pagados, que ten¨ªan trabajos a tiempo parcial sin prestaciones sociales
En Luisiana, un pueblo trat¨® de impedir la llegada de Wal-Mart por temor a que la calle mayor quedase desierta de comercios. De aquello no se enter¨® nadie. Cuando salt¨® la noticia de que los trabajadores de Wal-Mart estaban p¨¦simamente pagados, que ten¨ªan trabajos a tiempo parcial sin prestaciones sociales y que a menudo depend¨ªan de subsidios p¨²blicos, el se?or Sam respondi¨® que estaba elevando el nivel de vida de la gente a base de bajar el coste de la vida. Si los camioneros y las cajeras trataban de afiliarse a un sindicato, Wal-Mart los aplastaba sin piedad.
Cuando las f¨¢bricas y sus empleos huyeron de Estados Unidos a ultramar, el se?or Sam lanz¨® la campa?a ¡°Buy American¡±, que le granje¨® el elogio de pol¨ªticos de todo el pa¨ªs. En las tiendas Wal-Mart, sin embargo, etiquetaban como ¡°Fabricado en EE?UU¡± prendas de ropa en realidad importadas de Bangladesh. Los consumidores no se pararon a pensar que Wal-Mart, al exigir precios salvajemente bajos, obligaba a los fabricantes estadounidenses o bien a cerrar, o bien a emigrar a la otra punta del planeta.
A principios de 1992, el se?or Sam perdi¨® gran parte de su energ¨ªa. En marzo, el presidente George Bush y su mujer acudieron a Bentonville; el se?or Sam se levant¨® tambale¨¢ndose de su silla de ruedas para recibir la Medalla Presidencial de la Libertad. En sus ¨²ltimos d¨ªas nada le alegraba m¨¢s que una visita en el hospital de alg¨²n gerente local para darle cifras de ventas. En abril, poco despu¨¦s de cumplir 74 a?os, el se?or Sam muri¨®.
Y no fue sino despu¨¦s de su muerte cuando el pa¨ªs comenz¨® a entender lo que la cadena hab¨ªa conseguido. Con los a?os, el propio pa¨ªs se hab¨ªa ido pareciendo cada vez m¨¢s a Wal-Mart. Se hab¨ªa abaratado: precios m¨¢s bajos, sueldos m¨¢s bajos. Menos puestos de trabajo sindicalizados en las f¨¢bricas y m¨¢s empleos a media jornada en atenci¨®n al cliente. Los peque?os pueblos en los que el se?or Walton hab¨ªa visto la oportunidad de negocio se hab¨ªan empobrecido, lo que implicaba que los consumidores depend¨ªan cada d¨ªa m¨¢s de los ¡°precios siempre bajos¡± y ten¨ªan que comprarlo absolutamente todo en Wal-Mart, e incluso quiz¨¢ se vieran obligados a trabajar all¨ª y solo all¨ª. El empobrecimiento del Medio Oeste fue beneficioso para los objetivos de la empresa. Y en las partes del pa¨ªs donde la riqueza crec¨ªa (en las costas y en algunas grandes ciudades), muchos consumidores contemplaban horrorizados los pasillos de Wal-Mart, repletos de art¨ªculos fabricados en China, de mal¨ªsima calidad.
Por su lado, los grandes almacenes como Macy¡¯s, bastiones de la antigua econom¨ªa de clase media, se apagaban y Estados Unidos empezaba a parecerse, una vez m¨¢s, al pa¨ªs en el que hab¨ªa crecido el se?or Sam.
Debate publica El desmoronamiento, de George Packer, el 15 de enero. 528 p¨¢ginas. 23,94 euros.
Babelia
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