La guionista

Demasiado a menudo la cuota femenina en el mundo art¨ªstico insiste en premiar la actitud m¨¢s que el contenido de la propuesta. Puede que prestigiar la mediocridad sea el precio menor que pagar por alcanzar cierta igualdad necesaria. No es grave porque el tiempo juzgar¨¢ sin disfraces. Lo sorprendente es que no se estimule m¨¢s el rescate del pasado de lo que han sido talentos femeninos asombrosos. Sospecho que algo as¨ª ocurre en el cine europeo, que a¨²n no ha sido capaz de colocar donde merece a la m¨¢s importante guionista de nuestra historia. La italiana Suso Cecchi d¡¯Amico habr¨ªa cumplido 100 a?os en 2014, pero quiz¨¢ a¨²n es demasiado reciente su desaparici¨®n en 2010 como para rendirle esa justicia.

Los guionistas italianos practicaban un esfuerzo colectivo que no se ha repetido en otros lugares con la misma destreza. Pero la presencia de Suso d¡¯Amico se alarga durante seis d¨¦cadas por las entra?as de lo que fue el mejor cine del mundo. Bastar¨ªa con nombrar solo las obras maestras incontestables en las que aparece su nombre en el guion para dar un atisbo de su importancia: Ladr¨®n de bicicletas, Milagro en Mil¨¢n, Rocco y sus hermanos, El gatopardo, Rufuf¨² o Salvatore Giuliano. Su amistad colaborativa con De Sica, Monicelli y, por supuesto, Visconti, quiz¨¢ oscurece su personalidad, que arranca con una pel¨ªcula magistral de Luigi Zampa: Vivere in pace.

Esta mujer reina entre los guionistas de cine sin aspavientos. Cuando William Wyler lleg¨® a Italia para rodar Vacaciones en Roma, solicit¨® su ayuda y la de Flaianno para dar car¨¢cter local al guion de Ben Hecht. Cuentan que Suso d¡¯Amico ide¨® el momento en el que Audrey Hepburn duerme con el pijama prestado por Gregory Peck, algo que se convirti¨® en uno de los gestos ic¨®nicos de la comedia americana, repetido hasta la saciedad. Y aseguran que el documental en dos partes sobre cine italiano que dirigi¨® con su firma-factor¨ªa Martin Scorsese, Mi viaje en Italia, le debe a ella la esencia del montaje de extractos de pel¨ªculas, y a juzgar por la emoci¨®n que logra nadie deber¨ªa dudarlo. Disfrutaba entonces de la atalaya privilegiada de sus 85 a?os sobre un cine que le era cercano como un hijo.