Para hacer que suceda
La cultura no es un mero acopio de saber, sino un modo de aprender, crecer y cuidarse
No todo est¨¢ perdido. A¨²n es posible mirar y tratar de intervenir. Puede parecernos poco y, si bien nada resulta f¨¢cil, es preciso proseguir. Y, atentos, hablar y leer, y escribir, y dibujar, y cantar. Incluso, danzar. Y ensayarnos y experimentarnos. Y siempre pensar. Y laborar. Y relacionarnos. En ocasiones, no encontramos buenas razones para ello, pero eso mismo podr¨ªa ser un buen motivo. No es preciso esperar a que llegue la oportunidad, hay que procurar hacerla venir.
Hay momentos en que, con el pretexto del calendario, algo se abre hasta ofrecerse. No es un tiempo ya dado que, como bien sabemos, nunca nos est¨¢ garantizado. Podr¨ªa ser mera necesidad, una urgencia, a lo mejor, un deseo. Entonces no es f¨¢cil sustraerse a esta convocatoria, que no es simplemente de fechas, la que quiz¨¢ nosotros mismos nos enviamos, la de mejorar, la de no cejar. Y la de empe?arnos m¨¢s all¨¢ de lo convencional, de lo aconsejable, de lo predecible. Desde la experiencia de creer que no tenemos remedio, sin embargo sentimos que algo otro est¨¢ en nuestras manos, y nos ponemos a la tarea.
Mientras nos enredamos en dilucidaciones, en la vor¨¢gine en la que encontramos dificultades hasta para que algo vivo suceda, conviene no olvidar que no todo est¨¢ dicho, ni clausurado. Ni tan siquiera la comodidad ha pronunciado su ¨²ltima palabra. Y no nos plegamos. Lo llamamos curiosidad, y lo es. No solo la de interesarnos por lo que parece concernirnos directamente, sino la de ver si somos capaces de formarnos, de ser otros. Se abre el espacio para pensar de manera diferente. Y, a su modo, tanto nos alegra como nos asusta.
El asunto es atractivo, y m¨¢s llevadero, cuando constatamos que no es ¨²nicamente cosa nuestra. El comienzo no es un puro inicio. Algo ya se viene diciendo y nos reta llegando desde lejos. Es un legado vigente, no un mero dep¨®sito, sino un caudal al que hemos de corresponder. Es a¨²n algo pendiente, nos procura abrigo y nos constituye. Nos viene cultivando, a pesar de nuestra fragilidad para dar fruto. Somos ya en ese lecho, en ese terreno. Y hemos de velar por ello.
Ahora bien, accedemos a una nueva intemperie y notamos que nos espera mucho por hacer. Eso que requerimos no est¨¢ aguardando ser liberado por nuestra genialidad, la que tampoco tenemos. En cierto modo, hemos de generar nosotros mismos esa coyuntura. Alumbrar la belleza de lo que no se agota en su inmediata rentabilidad tiene otra fecundidad, la del obrar, la del problematizar, la que procura lo susceptible de ser sentido, pensado, querido, la que transforma.
Lo denominamos a?o nuevo, m¨¢s por reciente que por distinto. Aunque nunca uno m¨¢s, y siempre enigm¨¢ticamente diferente, es dif¨ªcil ignorar, sin embargo, el peso de lo que, ya sucedido, parece empe?arse en no dejar de suceder. Pero, a su vez, hemos de cultivarnos en lo por venir. La cultura no es un mero acopio de saber, sino un modo de aprender, de crecer y de cuidarse. Y no solo de uno mismo. Supone procurar modalidades de existencia, y por ello es imprescindible. No es un simple repliegue, es a la par despliegue, muy radicalmente del escuchar, y del responder, para ser art¨ªfices de la propia forma de vida, de la propia palabra.
Habremos de lograr que suceda. Si no, s¨ª estamos perdidos. Es ocasi¨®n de velar, de atender, de considerar. Y de crear y de recrearnos. Y es posible. Lejos de la resignada claudicaci¨®n ante lo que se erige como inexorable, conscientes de las limitaciones, a¨²n cabe hacer y hacernos. E, incluso en medio de enormes dificultades, hemos de reforzar esa convicci¨®n.
Puestos a desconsiderarnos a nosotros mismos, estimemos al menos nuestra libertad. No solo la de elegir, la de preferir, tambi¨¦n la de concebir. Ello supone hacer brotar nuevas condiciones. Es un trabajo de cultura, que es m¨¢s que el de cada quien para s¨ª mismo. Necesitamos muy singularmente de aquellos que, sin decir lo nuestro, dicen con brillantez lo que tanto nos concierne. Nadie declarar¨¢ nuestra palabra, aunque precisamos de la suya. De una u otra manera, el olvido de las artes supone asimismo la claudicaci¨®n de la ciencia, aunque una buena consideraci¨®n de aquellas cuestiona el modo de comprender, imperiosa y poco humanamente, de cierto saber y su poder.
Es tarde. A su manera siempre lo es ya para algo. Pero estamos a tiempo de vivir y de propiciar lo que est¨¢ por acontecer. La cultura no se limita a asistir al espect¨¢culo de lo que pasa, ni a convertir en espect¨¢culo cuanto ocurre. Hacer suceder es una forma singular de mirada, es un acontecimiento. Podemos llamarlo contemplaci¨®n. Lejos de ser una pasividad, es una modalidad de acci¨®n que es capaz de ver incluso lo que hace que ocurra. Y de procurarlo. M¨¢s que su causa, es su condici¨®n de posibilidad. Y es ah¨ª donde el artista, el pensador, el creador, lo que de ello a¨²n late en cada uno de nosotros siquiera torpe e incipientemente, nos insta a efectuar. El desaf¨ªo nos desborda. No m¨¢s que el tiempo que parece ofrec¨¦rsenos y que se desdibuja sin nuestro actuar. La cultura nunca es una posesi¨®n. De nadie.
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