La memoria del ser
En su falta de grandes pretensiones formales y narrativas est¨¢, al mismo tiempo, su virtud y su barrera
Somos lo que somos porque fuimos. Armados de virtudes y defectos, de gozo y sufrimiento, nos componemos de nosotros mismos, de nuestras acciones, de nuestros recuerdos. Pero, si se nos olvidara lo que fuimos e incluso lo que somos, ?qui¨¦n ser¨ªamos? El alzh¨¦imer es una enfermedad demon¨ªaca porque ataca una de las esencias del ser humano, y ah¨ª se han adentrado Richard Glatzer y Wash Westmoreland en Siempre Alice, adaptaci¨®n de una novela de Lisa Genova sobre la demencia senil precoz de una mujer de 50 a?os. Una obra compacta y delicada, sostenida por una int¨¦rprete superlativa, Julianne Moore, que aunque nunca alcance la brillantez tiene el valor de la honestidad.
Quiz¨¢ Siempre Alice no pretenda ser m¨¢s de lo que es, que no es poco: el terrible retrato de una mujer inteligente, culta y de fuerte personalidad que deja de ser autosuficiente, que deja de ser ella (o quiz¨¢ no). La pena es que alrededor del proceso de degradaci¨®n se apuntan variados temas de gran inter¨¦s, y mientras algunos de ellos est¨¢n expuestos con contundencia ¡ªel empe?o de cierto ser humano de gran car¨¢cter, encerrado en s¨ª mismo y en su presunta fortaleza, por no desvelar sus problemas ni a los m¨¢s cercanos; la eterna confianza en uno mismo y en su brillantez, incluso m¨¢s all¨¢ de la raz¨®n¡ª, otros subtextos se dejan escapar tras apuntes interesantes, caso de la naturaleza hereditaria de la enfermedad, que apenas se desarrolla en ninguna de las dos vertientes: el miedo de los hijos y el complejo de culpa de la madre.
SIEMPRE ALICE
Direcci¨®n: Richard Glatzer, Wash Westmoreland.
Int¨¦rpretes: Julianne Moore, Alec Baldwin, Kristen Stewart.
G¨¦nero: drama. EE?UU, 2014.
Duraci¨®n: 99 minutos.
Y aunque seguramente en su falta de grandes pretensiones formales y narrativas est¨¦, al mismo tiempo, su virtud y su barrera, Glatzer y Westmoreland acompa?an su relato de alg¨²n detalle sutil, sencillo y l¨²cido de puesta en escena, como ese primer examen m¨¦dico que va revelando sus incipientes olvidos, con el plano fijo en el rostro de ella, sin contraplanos del doctor, al que se oye, pero no se ve. Una delicia tr¨¢gica para el espectador y un regalo para la int¨¦rprete.
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