El retrato incesante
La se?ora C¨¦zanne se pon¨ªa un vestido, se sujetaba el pelo en un mo?o, se sentaba en una silla y se quedaba inm¨®vil durante horas
La se?ora C¨¦zanne se pon¨ªa un vestido, se sujetaba el pelo en un mo?o, se sentaba en una silla o en un sill¨®n con las manos juntas sobre el regazo y se quedaba inm¨®vil durante horas, nunca sab¨ªa con antelaci¨®n cu¨¢ntas, inm¨®vil y callada, porque a su marido no le gustaba que lo distrajeran, mirando al vac¨ªo, o mir¨¢ndolo a ¨¦l de soslayo, casi siempre cuando ¨¦l no ten¨ªa los ojos alzados hacia ella, los ojos fijos y a la vez tan ausentes, entre la observaci¨®n casi cl¨ªnica y el puro ensimismamiento. Una vez ¨¦l le hab¨ªa ordenado a una modelo: ¡°?S¨¦ una manzana!¡±. A su mujer no ten¨ªa que darle esas instrucciones, porque llevaba viviendo con ¨¦l y posando para ¨¦l desde que ella ten¨ªa 19 a?os, una de esas muchachas de clase obrera a las que los pintores usaban como modelos y a las que hac¨ªan sus amantes. Ella posaba en una escuela de pintura y ganaba algo m¨¢s de dinero trabajando como encuadernadora. En muchos de los retratos que le hizo ¨¦l tiene las manos juntas, en el regazo del vestido, unas manos fuertes que se ven m¨¢s detalladas en los dibujos.
En alguno de los retratos al ¨®leo est¨¢ cosiendo, sin duda porque ¨¦l le hab¨ªa indicado que lo hiciera. Ser¨ªa un alivio ocuparse con algo, distraer la mirada y las manos, aunque lo m¨¢s probable es que ¨¦l no le permitiera coser de verdad, ya que cualquier movimiento o cualquier ruido alterar¨ªan su concentraci¨®n. ?l eleg¨ªa el vestido que deb¨ªa ponerse y la silla recta o el sill¨®n m¨¢s confortable en el que deb¨ªa sentarse, y tambi¨¦n el fondo, casi nunca el mismo de un retrato a otro, una cortina, una pared con un dibujo de papel pintado barato, una tapia de jard¨ªn. Unas veces ella ten¨ªa que mantener la cabeza erguida y mirando al frente. Otras le ped¨ªa que la ladeara, lo hac¨ªa ¨¦l mismo, sujetando con sus dedos la fuerte barbilla hasta que alcanzara la postura exacta. Y quiz¨¢s tambi¨¦n hab¨ªa veces en que esperaba a que ella fuera cambiando de posici¨®n de manera inconsciente, ofreciera un escorzo inesperado al volverse hacia un ruido, se quedara absorta por completo en algo, con esa expresi¨®n tan seria, con esos rasgos tan s¨®lidos que ¨¦l conoc¨ªa de memoria, y que se ajustaban tan ¨²tilmente a su deseo de simplificar las formas y hallar la osamenta de lo duradero bajo las percepciones fugaces, las que hab¨ªan seducido a los impresionistas hasta un cierto grado de superficialidad, para ¨¦l irritante, una fascinaci¨®n fr¨ªvola por lo azaroso y lo instant¨¢neo.
¡°?S¨¦ una manzana!¡±, le orden¨® una vez C¨¦zanne a una modelo. Su mujer llevaba posando para ¨¦l desde los 19 a?os
A otros los estimulaba lo extraordinario o lo desconocido. ?l buscaba ahondar una y otra vez en lo m¨¢s cercano, lo familiar, unas manzanas sobre un lienzo blanco o en un frutero, en la mesa de la cocina, un camino que recorr¨ªa a diario, la misma monta?a vista todos los d¨ªas desde la ventana de su casa en el campo. Y casi m¨¢s que nada, que nadie, esa presencia tan asidua en su vida, Madame C¨¦zanne, que en realidad s¨®lo adquiri¨® legalmente ese t¨ªtulo cuando llevaban ya muchos a?os juntos y ten¨ªan un hijo de 16. Cuando la pint¨® por primera vez mostraba una cara desconcertada y redonda, todav¨ªa algo infantil. La pint¨® en un boceto al ¨®leo, con el pelo suelto y los hombros desnudos, y aunque no se ve nada m¨¢s se nota la incomodidad de la pose, el pudor de encontrarse desnuda, no en la tarima de un aula sino en el cuarto de un hombre, mayor que ella, de una clase muy por encima de la suya, que la ha hecho o va a hacerla su amante, y que cuando la deje embarazada no se casar¨¢ con ella, y menos a¨²n la presentar¨¢ a sus padres, burgueses adinerados y cat¨®licos que ven a su hijo m¨¢s o menos como un in¨²til encaprichado con la pintura, al que le pasan una ayuda mezquina para que no se muera de hambre.
C¨¦zanne retrat¨® a su mujer 29 veces a lo largo de unos treinta a?os. Pero son innumerables los dibujos a l¨¢piz que hizo de ella, en cuadernos de apuntes, en grandes hojas de cuaderno, en los reversos de otros dibujos. En los retratos al ¨®leo Madame C¨¦zanne es una figura maciza, con algo de estatua, retra¨ªda en s¨ª misma, a veces tan impenetrable en su solidez como un ¨¢rbol o una monta?a. La evidencia de lo id¨¦ntico vuelve m¨¢s rico el despliegue de las variaciones, un contraste de obstinaci¨®n y novedad, de monoton¨ªa y rareza, al que yo s¨®lo le encuentro comparaci¨®n en los bodegones de Morandi y en las series de variaciones musicales de Beethoven. Igual que Beethoven explora todas las posibilidades que caben en un vals muy simple, C¨¦zanne observa a una sola mujer a lo largo de treinta a?os y cada vez que le pide que se quede inm¨®vil y se pone a retratarla encuentra la perduraci¨®n de lo mismo y las facetas inagotables de lo que parece que no cambia, las modificaciones continuas de cualquier presencia observada con algo de atenci¨®n. Cambia un gesto, se ensancha o se endurece una cara, cambia la moda, todo es distinto si esa mujer de vestuario tan severo se pone de pronto un vestido rojo, si se hace otro peinado, si le da el sol en un jard¨ªn, si la cal de los muros y la policrom¨ªa de las flores llenan el aire de reflejos. Algunas veces la mujer es retratada en presente: su aspecto se corresponde con la edad que ten¨ªa cuando se pint¨® el retrato. Pero otras veces, en un retrato fechado a?os despu¨¦s, resulta ser mucho m¨¢s joven, como si C¨¦zanne, aunque la tiene delante, estuviera pintando un recuerdo.
Las reproducciones tergiversan su pintura: la vuelven grave. Vistos en la realidad los cuadros revelan una ligereza inusitada
Las reproducciones tergiversan la pintura de C¨¦zanne: la hacen parecer m¨¢s grave, m¨¢s laboriosa, m¨¢s espesa de materia. Vistos en la realidad los cuadros revelan una ligereza inusitada, como de acuarela, como de bocetos al pastel. Una ma?ana helada de invierno, en el Metropolitan, uno tras otro, los retratos de Madame C¨¦zanne lo llevan a uno a trav¨¦s de toda una vida, las dos vidas, de todo un proceso de aprendizaje y descubrimiento, la mujer de la que quedan muy pocos testimonios aparte de los retratos y los dibujos y dos o tres fotograf¨ªas y el hombre que nunca se cans¨® de pintarla, aunque en los cuadros deja muy pronto de haber rastros de sensualidad. Hay lejan¨ªa, muchas veces, hay indicios de una confianza algo fatigada, la inercia de los que se conocen demasiado, el asedio lento de la mirada y la inteligencia que encuentra siempre nuevos matices, posibilidades nuevas de organizaci¨®n de una experiencia visual depurada al extremo. Una vez m¨¢s hab¨ªa que pintar el mismo cuello bordado del mismo vestido, las mismas bandas de pelo sobre las sienes muy anchas, la raya en medio, los brazos ca¨ªdos, el gesto de las manos sobre la falda. Nuevos vol¨²menes y contrastes de color lo cambiaban todo. Entre una pincelada y otra pod¨ªa pasar un rato largo. Y all¨ª parece que siguen, ¨¦l y ella, Paul C¨¦zanne y Madame C¨¦zanne, los dos inm¨®viles, cada uno a un lado del lienzo, tan aislados entre s¨ª como si los separara un cristal o un muro invisible de tiempo.
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