Aleksandr Herzen, la enfermedad de la verdad
El escritor ruso defendi¨® en su obra el desorden de la vida frente a la tiran¨ªa de los ideales abstractos
Seguramente la historia de Aleksandr Herzen queda ya muy lejos y forma parte de otro mundo. Nacido en Mosc¨² en 1812 de la relaci¨®n il¨ªcita entre un terrateniente ruso y una joven luterana, a los quince a?os vio que los l¨ªderes de la conspiraci¨®n decembrista fueron colgados por Nicol¨¢s I y jur¨® con su amigo Ogarev que luchar¨ªan siempre por la causa que estos hab¨ªan defendido, la de los m¨¢s d¨¦biles. Ya en la universidad, fue condenado a prisi¨®n por sus posiciones cr¨ªticas contra el zar y lo mandaron a Vyakta, cerca de la frontera con Asia. All¨ª empez¨® a escribirle cartas a su prima Natalia, una de las hijas que tuvo el extravagante hermano de su padre con una de sus numerosas concubinas, con la que terminar¨ªa cas¨¢ndose en 1838. Volvi¨® a tener enfrentamientos con el poder, lo expulsaron a Novogorod. E. H. Carr cont¨® su historia en Los exiliados rom¨¢nticos, donde le sirve de hilo conductor para levantar una fascinante galer¨ªa de retratos de diferentes figuras rusas del siglo XIX (Engelson, Ogarev, Bakunin...). El libro empieza en 1847 cuando Herzen y Natalia abandonan Mosc¨², camino del exilio. Su padre acababa de morir y le hab¨ªa legado una inmensa fortuna. Viajan con ellos la madre de Herzen, Luisa Haag, sus tres hijos (Sacha, de siete a?os; Kolya, de tres y sordomudo, y Natalia, de dos), dos amigas, un mayordomo y la ni?era. Nunca volver¨¢n a su amada tierra.
Unos exiliados rusos en la Europa del siglo XIX: los ¨²ltimos rom¨¢nticos, dice Carr. Desde muy pronto en el libro sabemos con qu¨¦ intensidad fluye la sangre por sus venas. ¡°Con la pasi¨®n todo pasa a trav¨¦s del fuego, toda impureza desaparece calcinada, y lo que queda es oro puro¡±, escribi¨® Natalia en su diario antes de que partieran rumbo a Par¨ªs. Poco tiempo despu¨¦s de instalarse all¨ª viajan a Italia, donde Herzen encuentra a unos viejos amigos. Natalia, que rondaba los treinta a?os, se enamora entonces de Natalia, la hija peque?a de los Tuchkov. Unos meses despu¨¦s, cuando estos vuelven a Rusia, le confiesa en una carta: ¡°Desde tu partida mi alma siente lo que sentir¨ªa un cuerpo al que le hubieran amputado un miembro: un dolor sordo, est¨²pido, mudo y carente de sentido¡±. Es otro signo m¨¢s de un coraz¨®n exaltado, de unos afectos que s¨®lo consiguen la paz en los excesos.
Junto a las sacudidas interiores, la furia de los estallidos de violencia en unas sociedades que est¨¢n cambiando vertiginosamente. A Herzen le toca observar desolado en Par¨ªs, ya de regreso de Italia, la cat¨¢strofe de las jornadas de junio de la revoluci¨®n de 1848. ¡°En ambas partes vi un deseo feroz de sangre, un odio intenso por parte de los obreros y un bestial y furioso sentido de autoconservaci¨®n por parte de los burgueses¡±, apunta al principio de Cr¨®nica de un drama familiar, la parte de Pasado y pensamientos, su autobiograf¨ªa, que se public¨® cuando ya hab¨ªa muerto. Y escribe m¨¢s adelante: ¡°Para esa gente era m¨¢s f¨¢cil empu?ar el fusil e ir a morir a las barricadas que mirar de frente y con coraje los acontecimientos, en definitiva, no quer¨ªan comprender los hechos, sino imponerse sobre sus adversarios; lo que quer¨ªan era salirse con la suya¡±.
Herzen se define poco despu¨¦s, durante la que iba a ser una de las peores temporadas de su vida, llena de ¡°desaz¨®n y zozobra¡±: ¡°Hombres de fe, hombres de amor¡¯, como se denominan en oposici¨®n a nosotros, ¡®hombres de la duda y la negaci¨®n¡¯; no saben lo que es arrancar de ra¨ªz las esperanzas alimentadas a lo largo de una vida; no conocen la enfermedad de la verdad (...)¡±, escribe. Sir Isaiah Berlin, en el ensayo que le dedica a Herzen en Contra la corriente, traduce esa singular dolencia como un profundo ¡°escepticismo acerca del significado y valor de los ideales abstractos¡±. ¡°Herzen¡±, explica, ¡°habl¨® de algo a¨²n m¨¢s inquietante, un sentido fantasmal de la creciente e insalvable brecha entre los valores humanos de las ¨¦lites relativamente libres y civilizadas (a las que ¨¦l sab¨ªa que pertenec¨ªa) y las necesidades reales, los deseos y gustos de las vastas masas de humanidad sin voz, suficientemente b¨¢rbaras en occidente, pero m¨¢s salvajes a¨²n en Rusia o los llanos de Asia¡±. Ya antes hab¨ªa acotado el sentido de su obra. ¡°Siempre trat¨® el mismo tema central: la opresi¨®n del individuo, la humillaci¨®n y degradaci¨®n de los hombres por las tiran¨ªas pol¨ªticas y personales; y el yugo de la costumbre social, la oscura ignorancia y el salvaje y arbitrario desgobierno que mutilaba y destru¨ªa a los seres humanos en el brutal y odioso imperio ruso¡±.
Quiz¨¢, efectivamente, queden ya lejos esas masas ignorantes y marginadas de la marcha de la historia. Tambi¨¦n resultan remotos los arrebatos rom¨¢nticos de aquellos exiliados rusos, de los que se ocupa E. H. Carr. Cuanto les ocurri¨® a Herzen y a Natalia poco despu¨¦s de instalarse en Europa puede sonar a materia ex¨®tica en estos d¨ªas en que las relaciones entre hombres y mujeres se mueven en ese discreto tri¨¢ngulo marcado por la gimnasia sexual, las costumbres sanas y los abogados. El poeta alem¨¢n Georg Herwegh, un tipo guapo que llegaba precedido por su fama de revolucionario, entr¨® por aquellos d¨ªas en el c¨ªrculo ¨ªntimo de los Herzen. No hab¨ªa pasado mucho cuando Natalia se enred¨® con ¨¦l en una desmesurada y loca pasi¨®n. Las cosas se mantuvieron un tiempo en secreto, pero un buen d¨ªa Herzen se dio cuenta que aquella historia era la comidilla de los salones de Europa.
La versi¨®n de Herzen de aquella aciaga ¨¦poca est¨¢ contenida en su Cr¨®nica de un drama familiar. Carr intenta ir m¨¢s lejos y armar todo el cuadro y recoge lo que pasaba tambi¨¦n por Herwegh y Natalia, y cuanto suced¨ªa en los alrededores. Una vez que los amor¨ªos de su mujer y el poeta hab¨ªan salido ya a la luz, Herzen apunt¨®: ¡°De nuevo est¨¢bamos solos, pero ya no era como anta?o: todo llevaba la marca de la tempestad. Me atormentaban la fe y la duda, el cansancio y la irritaci¨®n, la indignaci¨®n y el despecho, pero a¨²n m¨¢s el hilo roto de la vida; ya no goz¨¢bamos de esa bendita despreocupaci¨®n que hace tan grata la existencia, no quedaba nada sagrado. Si hab¨ªa podido suceder lo que hab¨ªa sucedido, nada era imposible. Los recuerdos hac¨ªan temer por el futuro¡±. Es entonces cuando Herzen fuerza la situaci¨®n. Est¨¢ dispuesto a dejar a Natalia e irse a Am¨¦rica con sus hijos; si ella prefiere que sigan juntos, el que debe desaparecer de sus vidas es Herwegh.
¡°Soy pura ante ti y el mundo entero, no he o¨ªdo ning¨²n reproche en mi alma¡±, le escribi¨® Natalia a Herzen por aquellos d¨ªas. ¡°En mi amor por ti he vivido como en un mundo divino; no vivir en ¨¦l me parecer¨ªa no vivir. Expulsarme de ese mundo: ?y para mandarme a d¨®nde? Tendr¨ªa que convertirme en otra persona. Soy inseparable de ese amor, como de la naturaleza, salgo y vuelvo a entrar en ¨¦l¡±. El amor de Natalia por Herzen era su manera de estar en el mundo, casi como una condici¨®n: como respirar, una segunda naturaleza. Poco despu¨¦s, le dec¨ªa: ¡°En esa plenitud hubo momentos, ya desde el comienzo de nuestra vida en com¨²n, en que, en alg¨²n lugar del fondo, en lo m¨¢s profundo de mi alma, algo imperceptible, como el m¨¢s sutil de los cabellos, turbaba mi esp¨ªritu, pero al rato todo se volv¨ªa luminoso¡±. ?Y entonces? ?Si todo era tan luminoso, c¨®mo entr¨® Herwegh en ese mundo tan pleno? La explicaci¨®n que da Carr es que Herzen hab¨ªa elevado a Natalia a un pedestal y que para ¨¦l ten¨ªa algo de diosa intachable y distante. Herwegh, en cambio, le permiti¨® desplegar su sexualidad, romper esa c¨¢rcel de cristal, embarrarse en las pasiones. Por eso, quiz¨¢, Natalia le escribi¨® a Herwegh alguna vez: ¡°?No te he dicho que nunca me he entregado a nadie como a ti, que antes de conocerte era virgen y lo soy todav¨ªa cuando t¨² est¨¢s lejos, que lo ser¨¦ siempre aunque tenga diez hijos m¨¢s? ?No es esto suficiente para ti?¡±. Son lazos muy diferentes: Herzen era para ella como el aire, y por eso todo estaba lleno de luz; Georg, en cambio, era la tierra y la tierra palpitaba. Cuando, al final, Herzen le exigi¨® que decidiera entre uno y otro, se qued¨® con ¨¦l: de otra manera no hubiera podido seguir viviendo. Pero tampoco era posible dejar por las buenas de palpitar, y Natalia muri¨® poco despu¨¦s, el 2 de mayo de 1851. Hab¨ªa enfermado en medio de su ¨²ltimo embarazo. El peque?o lleg¨® nacer pero no vivi¨® m¨¢s que unas horas.
Los Herzen estaban instalados entonces en Niza y, antes de la fatalidad de la muerte de Natalia y del beb¨¦ reci¨¦n nacido, Aleksandr hab¨ªa tenido que pasar por otro infierno. Su madre cogi¨®, procedente de Par¨ªs, un barco en Marsella para ir a reunirse en Niza con su hijo y el resto de la familia. El barco naufrag¨®: nunca encontraron el cuerpo de la madre de Herzen, ni el de su hijo sordomundo, Kolya, que viajaba con ella. La calamidad le destroz¨® las entra?as a aquel ruso (¡°un hombre intelectualmente alegre y excepcionalmente inteligente y honrado¡±, escribi¨® Berlin) s¨®lo un poco antes de que la partida de Natalia lo terminara de destruir. Durante un tiempo viaj¨® por Europa, bebiendo como un poseso para poder olvidar, un tipo roto, hecho a?icos, definitivamente perdido. El 2 de agosto de 1952 se dirigi¨® a Londres con Sasha. Iba a empezar una nueva vida.
Aunque nunca termin¨® de integrarse de verdad en la sociedad inglesa, los a?os que pas¨® en Londres fueron los m¨¢s creativos en la vida de Herzen. Los l¨ªos amorosos volvieron a sacudirlo, pero de una manera distinta. Su viejo y querido amigo Ogarev lleg¨® a Londres en 1856 junto a su esposa, con la que hab¨ªa vivido de manera harto heterodoxa en la conservadora sociedad rusa hasta que la muerte de su anterior mujer le permiti¨® regularizar su nueva relaci¨®n. La dama era Natalia Kutchov, aquella jovencita que hab¨ªa enamorado a la otra Natalia, la mujer de Herzen, cuando acababan de llegar a Europa y era casi una cr¨ªa. Los Ogarev se instalaron en su casa. No hab¨ªa pasado mucho tiempo y Natalia se enamor¨® de Herzen: era una mujer apasionada y nerviosa, al borde siempre del precipicio. Se qued¨® embarazada y el 4 de septiembre de 1858 naci¨® Liza. Ogarev le dio su nombre y supo llevar aquella tumultuosa temporada y su sufrimiento con la discreta elegancia del que ha visto caer a su mujer en los brazos de su mejor amigo. El car¨¢cter de Natalia complicaba terriblemente las cosas. Igual estaba entregada a Herzen que abominaba de ¨¦l. Los Ogarev tuvieron que irse un temporada fuera para que se calmara la tempestad. Al regresar, Natalia volvi¨® a los brazos de Herzen. Se qued¨® de nuevo embarazada, tuvo mellizos: Alexis y Elena (morir¨ªan tres a?os despu¨¦s de difteria dejando a su madre presa ya de una terrible melancol¨ªa).
La casa de Herzen se convirti¨® en Londres en lugar de peregrinaci¨®n de todos los exiliados rusos. En 1865 muri¨® el zar Nicolas I, terminando as¨ª la tiran¨ªa mas brutal que vivi¨® Rusia durante el siglo XIX. Herzen estaba en una espl¨¦ndida forma. El 1 de julio de 1857 apareci¨® el primer n¨²mero de La Campana, la revista que dirigi¨® junto con Ogarev y que sali¨® con regularidad durante diez a?os, primero mensualmente y despu¨¦s cada quince d¨ªas, al principio en Londres (hasta abril de 1865) y luego en Ginebra. Fue el lugar desde donde pudieron orquestar sus mordaces cr¨ªticas contra los excesos de los gobiernos rusos. Despu¨¦s de los sucesos de 1848, Herzen hab¨ªa dejado de creer en las virtudes salvadoras de la revoluci¨®n e incluso desconfiaba de los supuestos grandes valores de la civilizaci¨®n occidental. Abominaba ya de las grandes abstracciones, le interesaba mucho m¨¢s librar las batallas necesarias para conseguir peque?as conquistas concretas. Tras la guerra de Crimea, Herzen enarbol¨® desde las p¨¢ginas de La Campana algunos principios por los que luchar en la nueva Rusia de Alejandro II: la liberaci¨®n de los siervos, el final de los castigos corporales y la abolici¨®n de la censura sobre la palabra escrita. El 3 de marzo de 1861 celebraron que en su lejano pa¨ªs se hab¨ªa proclamado la emancipaci¨®n de los siervos, uno de sus grandes objetivos.
Cuenta Carr que Herzen descubri¨® en Londres que ¡°la democracia es la ¨²nica forma de gobierno compatible con la libertad y la dignidad del individuo¡± y que, aunque fuera esc¨¦ptico con la evoluci¨®n de Europa, pensaba que era el horizonte hacia el que deb¨ªa dirigirse Rusia. Uno de sus viejos y grandes amigotes no era de la misma opini¨®n. Hab¨ªa vuelto a encontrarse con ¨¦l despu¨¦s de su ya lejana salida de Mosc¨² y segu¨ªa siendo el de siempre: Bakunin ¡°era un artista de la conspiraci¨®n y la intriga, y las amaba por su propia esencia¡±, escribe E. H. Carr. Alguna vez hab¨ªan so?ado juntos con transformar el mundo. En aquel momento, Herzen era mucho m¨¢s modesto en sus objetivos. Se hab¨ªa identificado con el liberalismo constitucional; Bakunin segu¨ªa fascinado con el anarquismo revolucionario. Estaba dispuesto a encender la mecha de la violencia all¨ª donde pensara que pod¨ªa germinar. Herzen hab¨ªa quedado, en cambio, en un terreno de nadie. Para los conservadores y los t¨ªmidos liberales, era un nihilista que alentaba la revoluci¨®n. Los revolucionarios, en cambio, consideraban que la hab¨ªa traicionado.
En 1865 Herzen abandon¨® Inglaterra. Su situaci¨®n era cada vez m¨¢s delicada respecto a las nuevas generaciones, que quer¨ªan quemarlo todo, arrasarlo, empezar de nuevo, tirar abajo esas min¨²sculas conquistas que se hab¨ªan ido logrando poco a poco. Se instal¨® en Ginebra, a La Campana ya no le quedar¨ªa mucha vida por delante. E. H. Carr: ¡°Herzen hab¨ªa perdido la confianza de la generaci¨®n ascendente. Pod¨ªa tener a¨²n raz¨®n a sus propios ojos, pero ya no estaba a la vanguardia de ning¨²n movimiento. Su estrategia pod¨ªa ser perfecta, pero el ej¨¦rcito ya no luchar¨ªa bajo su mando. Era un general sin ej¨¦rcito¡±. Ya no le quedaba mucho tiempo: el 21 de enero de 1870 falleci¨® en Par¨ªs.
¡°El romanticismo era su religi¨®n, el liberalismo su fe pol¨ªtica, y la democracia constitucional su ideal para Rusia¡±, escribi¨® Carr para definir a Herzen con tres acordes. El soci¨®logo Richard Sennett en su ensayo El extranjero se ha fijado en otra cuesti¨®n, acaso m¨¢s relevante. ¡°La Revoluci¨®n de 1848 dur¨® cuatro meses, de febrero a junio¡±, escribe ah¨ª. ¡°Comenz¨® en Par¨ªs, pero en marzo sus repercusiones se hab¨ªan de sentir en toda Europa Central, donde surg¨ªan movimientos que proclamaban la superioridad de las rep¨²blicas nacionales sobre los parcelamientos del territorio realizados por las dinast¨ªas y los diplom¨¢ticos en el Congreso de Viena de 1815¡±. Lo que Sennett sostiene es que lo que empieza a dejarse o¨ªr en esas jornadas es la voz del nacionalismo. Han dejado de defenderse lo mismo los reg¨ªmenes constitucionales que la democracia u otros objetivos pol¨ªticos que surgieron con la Revoluci¨®n Norteamericana y la Revoluci¨®n Francesa. La naci¨®n ha dejado de importar como c¨®digo pol¨ªtico, como el lugar de todos los ciudadanos: para aquellos nuevos revolucionarios la naci¨®n tiene que ver con ¡°la tradici¨®n, las formas de comportamiento y las actitudes morales de un volk [un pueblo]¡±.
¡°Las doctrinas pol¨ªticas de 1789 trascend¨ªan lo local¡±, explica Sennett. ¡°Efectivamente, para creer en la libertad, la igualdad y la fraternidad que proclamaba la Revoluci¨®n Francesa no hac¨ªa falta vivir en Par¨ªs ni ser franc¨¦s¡±. En aquellos momentos la deriva es otra. Subrayar la pertenencia, ser de alg¨²n sitio, identificarse con una tradici¨®n, una lengua, unas costumbres. Herzen se salva. ¡°Manten¨ªa su apasionado inter¨¦s por los asuntos de su pa¨ªs, pero ya no se sent¨ªa capaz de vivir en ¨¦l¡±, apunta Sennett. Es la condici¨®n del extranjero. Herzen, en su ¨¦poca de Londres: ¡°Poco a poco comenc¨¦ a darme cuenta de que no ten¨ªa absolutamente ning¨²n lugar a donde ir ni ning¨²n motivo para ir a ninguna parte¡±. Ser un ciudadano del mundo, sacarle jugo a su desplazamiento. ¡°Lo cierto es que esa misma incapacidad para decir clara y precisamente qui¨¦n era vino a a?adirse a su sensaci¨®n de libertad¡±, observa Richard Sennett.
El rom¨¢ntico, el liberal, el dem¨®crata, el extranjero. En una narraci¨®n que public¨® en 1847, Doctor Krupov, en la ¨¦poca en la que hac¨ªa las maletas para abandonar definitivamente su pa¨ªs, Herzen se ocupa de buscar lo que distingue a los normales de los chiflados. Y escribe, ya casi al final: ¡°cada individuo, desde temprana edad y con la ayuda de los padres y de la familia, se inicia poco a poco en el ambiente de locura epid¨¦mica circundante (los m¨¦dicos alemanes denominan a esta enfermedad der historischer Standpunkt [el punto de vista hist¨®rico]). Toda nuestra vida y todos nuestros actos est¨¢n hechos a la medida de esa atm¨®sfera, como las disparatadas formas de los ictiosauros y de los mastodontes fueron modeladas conforme a la atm¨®sfera primitiva del globo terr¨¢queo¡±.
S¨ª, tambi¨¦n Herzen estuvo modelado por su tiempo. Y le tocaron las borrascas del romanticismo y procur¨® mantener el volante en una ¨¦poca en la que estallaban las revoluciones nacionales sosteniendo siempre su vieja querencia por sociedad de iguales. ¡°Crey¨® que la ¨²ltima meta de la vida era la vida misma¡±, escribe de ¨¦l Isaiah Berlin. ¡°Crey¨® que los fines remotos eran un sue?o, que la fe en ellos era una ilusi¨®n fatal; que sacrificar el presente o el inmediato o previsible futuro a estos fines distantes debe conducir siempre a formas crueles y f¨²tiles de sacrificio humano¡±. Y, por eso, para terminar el trabajo que dedic¨® a Herzen recoge algunas de sus l¨²cidas y hermosas palabras. ¡°El arte, y el rayo veraniego de la felicidad humana: estos son los ¨²nicos bienes reales que tenemos¡±.
E. H. Carr. Los exiliados rom¨¢nticos. Galer¨ªa de retratos del siglo XIX. Presentaci¨®n de Pere Gimferrer. Traducci¨®n de Buenaventura Vallespinosa. Anagrama. Barcelona, 2010. 443 p¨¢ginas. 19,95 euros.
Isaiah Berlin. Contra la corriente. Ensayos sobre la historia de las ideas. Traducci¨®n de Hero Rodr¨ªguez Toro. Fondo de Cultura Econ¨®mica. M¨¦xico D. F., 1992. 455 p¨¢ginas. 22,80 euros.
Aleksandr I. Herzen. Cr¨®nica de un drama familiar. Traducci¨®n e introducci¨®n de V¨ªctor Gallego Ballestero. Alba. 181 p¨¢ginas. 13,30 euros.
Richard Sennett. El extranjero. Traducci¨®n de Marco Aurelio Galmarini. Anagrama. Barcelona, 2014. 131 p¨¢ginas. 14,16 euros.
Aleksandr Herzen. Doctor Krupov. Traducci¨®n de Sara Guti¨¦rrez. Pr¨®logo de Enrique L¨®pez Viejo. Ardicia. Madrid, 2014. 105 p¨¢ginas. 14,16 euros.
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