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LECTURA
Opini¨®n
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretaci¨®n de hechos y datos

Una mirada a mis fuentes de inspiraci¨®n

Espoleado por la lista de figuras literarias que ley¨® de Hemingway, el Nobel de Literatura Orhan Pamuk elabora la suya con las que alentaron su proyecto 'El museo de la inocencia'

Orhan Pamuk, durante la presentación del Museo de la Inocencia en Estambul, en abril de 2012.
Orhan Pamuk, durante la presentaci¨®n del Museo de la Inocencia en Estambul, en abril de 2012.Osman Orsal (Reuters)

En un famoso art¨ªculo publicado en Paris Review, Hemingway elabor¨® una lista de las figuras literarias que hab¨ªan influido en ¨¦l o le hab¨ªan ense?ado algo importante. Cuando ten¨ªa 23 a?os y decid¨ª abandonar la pintura y dedicarme a escribir, me cautiv¨® leer la lista de Hemingway y ver en ella a m¨²sicos como Bach y Mozart y artistas como Brueghel y C¨¦zanne al lado de escritores como Flaubert, Stendhal, Tolst¨®i y Dostoievski. Me propuse que en el futuro, un d¨ªa, har¨ªa una lista as¨ª.

Treinta y cinco a?os despu¨¦s, al terminar El museo de la inocencia, decid¨ª que hab¨ªa llegado el momento. De todos los libros que hab¨ªa escrito, esta novela era la que m¨¢s claramente suscitaba preguntas como: ¡°?Cu¨¢ndo se le ocurri¨® esta idea?¡±, ¡°?Qu¨¦ le inspir¨® para escribir esta novela?¡±, ¡°?De d¨®nde se sac¨® esto?¡±, y as¨ª sucesivamente.

Como El museo de la inocencia no es solo una novela, sino tambi¨¦n un museo en Estambul que cost¨® muchos a?os establecer, las preguntas se han vuelto cada vez m¨¢s frecuentes. Por eso he decidido presentar aqu¨ª una lista de influencias, sacadas de la vida, la literatura y el arte.

1.?En una reuni¨®n familiar en 1982 conoc¨ª al pr¨ªncipe Ali V?s?b Efendi. Era el nieto m¨¢s joven del sult¨¢n Murat V y, por tanto, en esa ¨¦poca habr¨ªa ocupado el trono si el sultanato se hubiera prolongado y la dinast¨ªa otomana hubiera permanecido en el poder en Turqu¨ªa.

Pero aquel anciano, ya de ochenta y tantos a?os, al que acababan de permitir regresar a Turqu¨ªa, no deseaba ni el poder pol¨ªtico ni el trono. Lo ¨²nico que quer¨ªa era poder quedarse a vivir de forma permanente en su pa¨ªs, que solo pod¨ªa visitar con un pasaporte extranjero.

Viv¨ªa en Alejandr¨ªa, veraneaba en Portugal y pasaba el tiempo con amigos que eran tambi¨¦n pr¨ªncipes y monarcas retirados o derrocados en Europa y Oriente Pr¨®ximo (lleg¨® a contarme la verdadera raz¨®n por la que el sah iran¨ª Reza Pahlevi se divorci¨® de su primera mujer, Fawzia).

Sus memorias p¨®stumas, editadas por su hijo Osman Osmanoglu y publicadas en 2004 con el t¨ªtulo de Memoirs of a Prince: What I Saw and Heard of a Land and its Interests [memorias de un pr¨ªncipe: lo que vi y o¨ª de una tierra y sus intereses], muestran que toda su vida sufri¨® dificultades econ¨®micas.

Para sobrevivir, trabaj¨® muchos a?os de revisor de entradas en el Palais d¡¯Antoniadis y su museo, en Alejandr¨ªa, y m¨¢s tarde fue administrador de la instituci¨®n. ¡°Estaba encargado de la administraci¨®n, la limpieza y el manejo del inventario del palacio¡±, escribi¨® en sus memorias, ¡°era responsable de toda la plata, el cristal, los muebles, etc¨¦tera¡±.

Ante mis preguntas llenas de curiosidad durante la cena familiar, me dijo que el rey Faruk era clept¨®mano: cuando visit¨® el museo, abri¨® una vitrina en la que se guardaba un plato antiguo que le hab¨ªa gustado y, sin pedir permiso, se lo llev¨® a su palacio.

Tambi¨¦n me cont¨® que hab¨ªa vivido en el palacio de Ihlamur antes de que cayera el imperio otomano y la familia real dejara Estambul, y que, despu¨¦s de estudiar en el Lyc¨¦e Galatasaray, hab¨ªa continuado su educaci¨®n en la Escuela de Guerra ¡ªel alma mater de Atat¨¹rk¡ª, en Harbiye. (Yo pas¨¦ mi ni?ez exactamente en los mismos sitios, 40 o 50 a?os despu¨¦s que ¨¦l).

Ahora, el pr¨ªncipe hab¨ªa vuelto a Turqu¨ªa despu¨¦s de 50 a?os en el exilio y estaba buscando trabajo para tener dinero suficiente que le permitiera establecerse, pero nos dijo que, por desgracia, no hab¨ªa encontrado todav¨ªa a nadie dispuesto a darle empleo. Alguno de los comensales sugiri¨® que buscara trabajo como gu¨ªa de museo en el palacio de Ihlamur en el que hab¨ªa vivido de ni?o.

Comprend¨ª la alegr¨ªa que era para un hombre ser al mismo tiempo gu¨ªa de museo y uno de los elementos de la exposici¨®n¡±

Dado que hab¨ªa conocido ¨ªntimamente la vida del palacio antes de que fuera museo, y puesto que hab¨ªa trabajado en la administraci¨®n de un museo similar, ?no ser¨ªa una soluci¨®n magn¨ªfica para sus problemas?

Todos los que est¨¢bamos, incluido ¨¦l, empezamos a dar vueltas a la atractiva idea de Ali V?s?b Efendi ense?ando a los visitantes las habitaciones en las que hab¨ªa estudiado o pasado el tiempo de ni?o. Todav¨ªa recuerdo la imagen que me hice: ¡°?Y aqu¨ª, se?oras y se?ores¡±, dir¨ªa el pr¨ªncipe con sus educadas maneras, ¡°est¨¢ la habitaci¨®n en la que me sentaba con mi ayudante para aprender matem¨¢ticas hace 70 a?os!¡±.

Se alejar¨ªa unos pasos del grupo de visitantes con sus entradas, se acercar¨ªa a la sala expuesta, abrir¨ªa la cuerda de terciopelo y volver¨ªa a sentarse ante la mesa en la que se hab¨ªa sentado de ni?o y de joven; fingir¨ªa trabajar con las mismas plumas, reglas, gomas de borrar y libros, y anunciar¨ªa desde su sitio a los aficionados: ¡°Y as¨ª estudiaba yo matem¨¢ticas, se?oras y se?ores¡±.

Fue entonces cuando comprend¨ª la alegr¨ªa que era para un hombre ser al mismo tiempo gu¨ªa de museo y uno de los elementos de la exposici¨®n, y la emoci¨®n de contar la propia vida a los dem¨¢s a?os despu¨¦s, en un museo, rodeado de sus cosas.

2.?Seguir¨¦ con el tema de los reyes y los palacios: Vlad¨ªmir Nabokov escribi¨® c¨®mo hab¨ªa encontrado el t¨ªtulo de su famosa novela P¨¢lido fuego en estas l¨ªneas de Tim¨®n de Atenas, de Shakespeare: ¡°La luna es una consumada ladrona / que arrebata al sol su p¨¢lido fuego¡±.

Los versos aluden a la forma que tiene un escritor creativo de inspirarse en otras fuentes. La novela de Nabokov est¨¢ escrita en dos partes.

Primero leemos un pargo poema sobre la vida y el mundo de un poeta que recuerda a Robert Frost o John Shade. El centro de la obra lo compone el extra?o comentario que hace sobre el poema, verso a verso, uno de sus contempor¨¢neos; a medida que leemos, nos damos cuenta de que el cr¨ªtico est¨¢ un poco desequilibrado.

Se llama Kinbote, y utiliza las palabras y las frases del poema como punto de partida para empezar a explicar su propia vida, llena de reyes, palacios, golpes de Estado y asesinatos.

Debi¨® de ser esa novela, creada a base de notas sobre los versos de un poema, la que me dio la idea de escribir una novela a base de notas sobre cada objeto expuesto en un museo. En los primeros a?os, mi novela ten¨ªa la forma de un cat¨¢logo comentado de museo.

Como en los cat¨¢logos, empezaba por presentar al visitante cada objeto, por ejemplo un pendiente o un bolso de la famosa Jenny Colon, y luego expresaba los sentimientos que el objeto despertaba en nuestro protagonista.

Despu¨¦s de dedicar muchos a?os a escribir as¨ª la novela, irrumpi¨® en ella una historia de amor y, con ella, un frenes¨ª de reordenar notas, recuerdos y objetos del museo para colocar ese amor en primera fila.

A?adir¨¦, con un gui?o para quienes leen el libro interesados en la historia de amor: ?hasta entonces jam¨¢s hab¨ªa comprendido el inesperado poder que ten¨ªa el amor!

3.?No saber valorar el poder del amor desde el principio fue un condenado problema para el protagonista masculino de la ficci¨®n po¨¦tica de Pushkin Eugene Onegin, que constituye la base de la literatura sovi¨¦tica. Nuestro h¨¦roe, cansado de bailes, mansiones de ricos y diversiones sociales, desprecia el amor cuando se le presenta e incluso se burla de Tatiana, que est¨¢ enamorada de ¨¦l. Pero entonces¡­

Sin embargo, no menciono la novela po¨¦tica de Pushkin, llena de referencias literarias de principio a fin, por su tratamiento del amor, sino porque Nabokov hizo una traducci¨®n en la que anot¨® dichas referencias una a una.

Los detallados comentarios que hizo Nabokov a lo largo de los a?os sobre su traducci¨®n de Pushkin se sit¨²an al lado de P¨¢lido fuego. Disfruto abriendo y leyendo el grueso volumen de notas al azar incluso m¨¢s que con el propio poema.

4.?Ya que hablamos de novela, aunque cambiamos a otro tema, nos encontramos con el arte de eliminar la diferencia entre detalles importantes y sin importancia y de representar los detalles perif¨¦ricos como si fueran fundamentales.

En Sterne, Flaubert, Nabokov, Alain Rob?be-Grillet y Georges Perec (especialmente en su inmensamente entretenido Vida: instrucciones de uso), el arte de desviarse del tema y mostrar los objetos de alrededor llega a parecer la esencia de una novela seria que plantea nuevas preguntas.

Despu¨¦s de la afici¨®n de Perec a hacer listas y los inventarios de posesiones en las novelas al estilo de Balzac, el centro de todas esas posesiones, nuestras vidas y, sobre todo, nuestro mundo espiritual empieza a parecernos poes¨ªa: en nuestras vidas desarrollamos una relaci¨®n intensa, personal y emocional con muchas posesiones diferentes de una manera que evoca el refinado concepto marxista de alienaci¨®n, pero ?tenemos que enamorarnos del h¨¦roe de mi libro, Kemal, que nos lo recuerda?

Detalle del Museo de la inocencia de Estambul.
Detalle del Museo de la inocencia de Estambul.

5.?La relaci¨®n entre poes¨ªa y posesiones: las naturalezas muertas de los maestros flamencos simbolizaban de forma po¨¦tica la naturaleza ef¨ªmera de la vida mediante el uso de calaveras, relojes y velas derretidas, y me gustan mucho esos cuadros del g¨¦nero vanitas, las naturalezas muertas de los mejores pintores franceses del XVIII, Chardin y C¨¦zanne, adem¨¢s de Balthus, Duchamp y el hombre que sab¨ªa extraer la poes¨ªa secreta de los nombres de los hoteles, Joseph Cornell.

6.?A esos lectores que preguntan: ¡°Se?or Pamuk, dej¨¦monos de rodeos, ?tambi¨¦n usted se ha enamorado y ha empezado a coleccionar las posesiones de su viejo amor, como el protagonista de su libro?¡±, quiero mostrarles hasta qu¨¦ punto mi novela est¨¢ basada en la vida real: la familia de mi t¨ªa ten¨ªa un Chevrolet de 1956, que conduc¨ªa un ch¨®fer llamado ?etin; la sede de Aygaz, donde trabaj¨® mi padre durante a?os, estaba en Harbiye, enfrente de la estatua de Atat¨¹rk situada a la entrada de la base militar, es decir, justo donde est¨¢ Satsat; en Nochevieja, mi abuela reun¨ªa a todos sus hijos con sus familiares para cenar en los Apartamentos Pamuk, mientras los nietos jug¨¢bamos a la t¨®mbola; ella hab¨ªa elegido los premios meses antes.

Entre los a?os cincuenta y setenta, muchas casas y tiendas de Estambul ten¨ªan un canario enjaulado o un acuario, pero, a medida que la televisi¨®n se hizo m¨¢s popular, desaparecieron. La nueva situaci¨®n nos ense?¨® que nuestra relaci¨®n con aquellos animales no era m¨¢s que el deseo de tener algo con lo que entretenernos; en 1983, cuando estaba ya casado y necesitaba algo de dinero, empec¨¦ a convertir mi primera novela, Cevdet Bey e hijos, en un guion de cine, a instancias de un director al que le hab¨ªa gustado, pero nunca termin¨® de rodarse.

En esa misma ¨¦poca, un regidor de teatro amigo m¨ªo me llev¨® por los bares que frecuentaba la gente del cine en Beyoglu. Cuando vio que me emborrachaba enseguida, con los chismorreos que estaba oyendo a pesar del ruido que hac¨ªan las actrices y solo dos cervezas, se rio de m¨ª y me lanz¨® varias pullas afectuosas; yo fumaba en torno a 30 cigarrillos diarios desde 1974, cuando dej¨¦ la pintura y los estudios de arquitectura, y segu¨ª haci¨¦ndolo hasta 1995, que fue cuando intent¨¦ abandonar el tabaco por primera vez.

Para m¨ª, el verdadero significado de la expresi¨®n que usan los occidentales, ¡°fumar como un turco¡±, no era el consumo de demasiado tabaco ni el hecho de estar envuelto en una nube de humo, sino la referencia a algunos de los peculiares gestos sociales y comentarios individuales que se hac¨ªan al abrir el paquete y ofrecer un cigarrillo a alguien al que acababas de conocer o al que ni conoc¨ªas, en se?al de paz y amistad, mientras hac¨ªas rodar el cigarrillo entre los dedos hasta que estaba listo para fumar, y mientras lo sosten¨ªas o practicabas las cien formas distintas de echar el humo (tambi¨¦n la referencia a la manera de conocer e interpretar esos gestos).

Asimismo hubo un cine al aire libre que se instal¨® en el pueblo de vacaciones de finales de los a?os sesenta, en la costa del M¨¢rmara, que describ¨ª en La casa del silencio, y all¨ª ve¨ªamos pel¨ªculas turcas en medio de un fuerte olor a esti¨¦rcol y los mugidos del ganado en el establo vecino.

Recuerdo bien que a principios de los setenta, en el famoso Jard¨ªn del Jorobado en Besiktas, ve¨ªa cine con mis amigos de la universidad y miles de personas m¨¢s que com¨ªan pipas de girasol.

A principios de los sesenta, mi madre decidi¨® obtener el permiso de conducir, y se matricul¨® en las clases, a las que nos llevaba a mi hermano y a m¨ª para rescatarnos del aburrimiento de los ardientes d¨ªas de verano en casa; desde el asiento posterior nos re¨ªamos o nos asust¨¢bamos cuando el coche se deten¨ªa con una sacudida. Diez a?os despu¨¦s, a los 18, decid¨ª conseguir el permiso yo tambi¨¦n, pero despu¨¦s de suspender el examen innumerables veces comprend¨ª por fin las dificultades de mi madre.

Algunos de los ricos que presento en mi novela est¨¢n inspirados en los amigos de mi padre o mi t¨ªo; otros, en mis primos y sus amigos, y el resto, en mis amigos del instituto. Explicar hasta qu¨¦ punto los restaurantes de lujo, las meyhanes del B¨®sforo, las calles de Estambul y muchas de las tiendas de mi libro proceden de mi propia experiencia, intentar expresar cu¨¢nto ha aportado Estambul a mis obras, ser¨ªa una tarea interminable.

Nos encontramos con el arte de eliminar la diferencia entre detalles importantes y sin importancia¡±

Por eso escribo este art¨ªculo, en el que quiero recordar los buenos momentos de la d¨¦cada en la que conceb¨ª y los seis a?os en los que escrib¨ª la novela.

7.?Entre los a?os 1996 y 2000, llevaba a mi hija al colegio por las ma?anas. Despu¨¦s de dejarla en la puerta, detr¨¢s de Tophane (a 300 metros del hogar familiar de los Keskin), volv¨ªa paseando por las callejuelas de ?ukurcuma, Firuzaga y Cihangir, en Beyoglu, hasta mi oficina, pensando en lo que iba a escribir ese d¨ªa (Me llamo Rojo, Nieve).

En el frescor de las ma?anas, mientras las tiendas empezaban a abrir, entre el aroma del pan y el simit que flotaban en el aire, los estudiantes que corr¨ªan a la escuela, me gustaba mucho caminar por esas calles. Me aguardaba un d¨ªa delicioso, una o dos p¨¢ginas que escribir, tal vez¡­ Y ve¨ªa muchas cosas en las calles de mi ni?ez, ni envejecidas y herrumbrosas, ni pulidas y con un brillo artificial.

A veces sent¨ªa que el aire intemporal de las calles y su gente nunca desaparecer¨ªan. Las cosas que ve¨ªa, como el pan fresco y el simit en el escaparate de la panader¨ªa, el viejo cartel de analg¨¦sicos en la farmacia, que mostraba los ¨®rganos internos de una persona, o los enormes frascos llenos de pepinillos de todos los colores en el escaparate de la tienda de alimentaci¨®n, me proporcionaban tanto placer que quer¨ªa apoderarme de esas im¨¢genes, enmarcarlas y contemplarlas, para asegurarme de no perderlas jam¨¢s.

Los humildes mercadillos en las calles de ?ukurcuma; las tiendas que vend¨ªan de todo, desde mesas antiguas hasta ceniceros, desde cubiertos hasta los juguetes locales de mi ni?ez, y los locales que vend¨ªan revistas, libros, mapas y fotograf¨ªas de segunda mano, despertaban en m¨ª un deseo de poner todo en un marco y protegerlo para siempre.

Por eso entonces pens¨¦ en comprar peque?os objetos en esas tiendas y crear un museo en casa. Pas¨¦ mucho tiempo vagando por las calles, buscando una casa antigua que estuviera en venta para convertirla en museo.

8.?M¨¢s tarde, cuando compr¨¦ una casa que pod¨ªa convertirse en museo, sali¨® a relucir el coleccionista que llevaba dentro. Pero sab¨ªa que no lo era de verdad.

No compraba el viejo salero, la pitillera, el tax¨ªmetro de un viejo taxi ni el frasco de colonia que hab¨ªa visto en un escaparate para construir una colecci¨®n, sino para que formaran parte de mi novela. A veces me emocionaba y compraba algo que ni se me hab¨ªa ocurrido y me lo llevaba a casa.

El mundo se llevaba bien con mi novela y los objetos para mi museo. Mi entusiasmo no era el de un coleccionista, alguien que trata de reunir toda una serie, sino el de un dise?ador, que convierte cada pieza en elemento de una novela y un museo: esa era la visi¨®n que me rondaba la cabeza.

Me gustaban aquellas posesiones, como muchas cosas en mi vida, porque pod¨ªan integrarse en la historia, en el libro. A veces lo consegu¨ªa: colocaba el objeto delante de m¨ª y contaba una parte de mi relato, como Flaubert con su aplomo de ¡°maestro del realismo¡±.

En general, hablaba un poco sobre los objetos, y despu¨¦s, para proteger mi novela de una verdad enga?osa, me deten¨ªa antes de ir demasiado lejos. En ocasiones inclu¨ªa en la historia cosas viejas que ya conoc¨ªa.

Regal¨¦ las viejas corbatas de mi padre al padre de Kemal y las agujas de tejer de mi madre a la madre de F¨¹sun, porque me gustaba la idea de dar a mis protagonistas objetos de mi vida y mi familia.

Igual que, en la novela, la parte rica de la familia da sus cosas usadas y sus viejos vestidos a parientes lejanos y pobres, yo di cosas que conoc¨ªa de mi vida, y encontr¨¦ viejos objetos que me hab¨ªan impresionado para regalar a los h¨¦roes de mi novela.

A veces, el objeto me hab¨ªa dejado huella en mi ni?ez: por ejemplo, la jarra amarilla que mi t¨ªa us¨® durante a?os en la mesa del comedor, y que yo coloqu¨¦ en la mesa de mis protagonistas sin a?adirla a la colecci¨®n del museo.

(Posteriormente, cuando mi adorada t¨ªa T¨¹rkan falleci¨®, no fui yo quien se qued¨® con la jarra. Espero que mi primo Mehmet lea esto y la done).

Cuando mi novela estaba ya lista y publicada, mientras limpiaba mi despacho, encontr¨¦ una caja; conten¨ªa muchas cosas viejas que hab¨ªa comprado en tiendas de antig¨¹edades para a?adir al libro, pero que luego hab¨ªa olvidado.

Al verlas, entre ellas un sofisticado timbre de la puerta de una vivienda acomodada y el faro oxidado pero a¨²n en funcionamiento de un viejo coche de caballos de las islas Pr¨ªncipe, me apeteci¨® escribir una novela totalmente nueva con esos art¨ªculos.

Detalle del 'Museo de la inocencia'.
Detalle del 'Museo de la inocencia'.

9.?La capacidad de conjurar una historia o una novela solo con mirar una serie de objetos la descubr¨ª mucho antes de convertirla en costumbre con El museo de la inocencia. El formalista y te¨®rico de la literatura ruso V¨ªktor Shklovsky dec¨ªa que lo que llamamos argumento de una novela es una l¨ªnea que atraviesa todos los puntos en los que queremos insistir y los temas que queremos descubrir.

Al seleccionar una serie de cosas por instinto, convertirlas en un relato e imaginar c¨®mo podr¨ªan encajar en las vidas de los protagonistas, ya hemos empezado la novela. Despu¨¦s de Crimen y castigo, de Dostoievski, y los cuentos de Edgar Allan Poe est¨¢n adem¨¢s las novelas policiacas, que han ejercido una influencia permanente en la novela contempor¨¢nea, y en las que el detective utiliza una serie de pistas para imaginar toda la historia.

10.?Ahora bien, para construir una trama y arrastrar al lector a un mundo coherente, rico y humano dentro de una novela, necesitamos crear un v¨ªnculo emocional con las cosas que hemos coleccionado.

Por consiguiente, solo podemos concebir una novela con la yuxtaposici¨®n de objetos que despiertan en nosotros una reacci¨®n emocional y po¨¦tica. El pr¨ªncipe Ali V?s?b Efendi podr¨ªa haber sido verdaderamente un ayudante o gu¨ªa de museo en el palacio de Ihlamur y habr¨ªa hablado con emoci¨®n de las habitaciones en las que pas¨® su ni?ez y su juventud y de todos los objetos presentes en ellas.

11.?La primera persona que utiliz¨® la relaci¨®n emocional que tenemos con los objetos en el contexto de un museo fue el artista suizo de origen rumano Daniel Spoerri, nacido en 1930. Creaba una obra de arte a partir de una mesa de comedor llena de platos y vasos de una cena a medio acabar, y se hizo famoso por capturar la belleza ca¨®tica de una mesa as¨ª en forma pict¨®rica.

En 1979, en Colonia (Alemania), mont¨® una exposici¨®n con art¨ªculos corrientes de la vida cotidiana, que denomin¨® Museo de los sentimientos. Esta exposici¨®n temporal conten¨ªa el esp¨ªritu del fervor que llevaba a Perec a escribir poemas sobre objetos cotidianos y el del movimiento dada¨ªsta Fluxus, que aspiraba a unir la literatura, la m¨²sica y el arte mediante el uso de objetos corrientes.

12.?Spoerri dijo que una de las fuentes de inspiraci¨®n para su Museo de los sentimientos en Colonia fue el Museo Frederic Mar¨¨s de Barcelona. El protagonista de mi novela, Kemal Basmac?, visit¨® la ¡°planta superior de horquillas, pendientes, naipes, llaves, abanicos, frascos de perfume, pa?uelos, broches, collares, bolsos y pulseras¡± de este museo, y despu¨¦s yo tambi¨¦n fui en numerosas ocasiones.

Igual que mi novela y mi museo muestran una profunda influencia de Proust, Joseph Cornell, Tolst¨®i, Nabokov, Borges y el Museo Bagatti Valsecchi de Mil¨¢n, debo aprovechar esta ocasi¨®n para dar las gracias y honrar a Frederic Mar¨¨s.

13.?El 6 de agosto de 1846, a las once de la noche, Flaubert a?adi¨® esta nota a una carta que hab¨ªa escrito a Louise Colet, un amor de juventud que le sirvi¨® de inspiraci¨®n para el encuentro y las escenas de amor de Madame Bovary (c¨®mo hacer el amor en un coche de caballos con las ventanas cerradas): ¡°Cuando llega esta hora de la noche y todo se sume en el sue?o, abro el caj¨®n que contiene mis tesoros. Miro las zapatillas, los pa?uelos, el cabello y los retratos, vuelco a leer las cartas y a oler sus dulces aromas¡±. La noche anterior hab¨ªa expresado un sentimiento similar as¨ª: ¡°Mientra escribo estas palabras, tengo mis zapatillas justo delante de m¨ª¡­ Ver esas peque?as zapatillas marrones me hace so?ar con la calidez con que se mov¨ªan mis pies dentro de ellas¡­¡±.

Para el curioso lector que pregunte: ¡°Se?or Pamuk, ?no mira usted tambi¨¦n las cosas de su amante en busca de consuelo? ?Es usted Kemal?¡±, tengo una confesi¨®n que hacer: no soy Kemal, soy monsieur Flaubert.

Traducido del ingl¨¦s por Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia

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