Inquietante ¡®Invernadero¡¯
Mario Gas ha estrenado la versi¨®n castellana de ¡®The Hothouse¡¯, una pieza de juventud de Harold Pinter cuya mezcla de humor y horror sigue inalterada
Har¨¢ un par de a?os, con motivo de la reposici¨®n de The Hothouse, dirigida por Jamie Lloyd en Trafalgar Studios, escrib¨ª: ¡°Harold Pinter fue, en muchas cosas, un adelantado a su tiempo. Esta farsa negr¨ªsima se anticipa al humor nihilista de What the Butler Saw (1969), de Joe Orton; a los di¨¢logos delirantes de los Monty Python y a la fantas¨ªa paranoica de la serie The Prisoner (1967), de Patrick McGoohan, donde los asilados de una residencia presuntamente apacible eran despojados de su identidad para convertirse en n¨²meros¡±. The Hothouse (Invernadero, en la estupenda traducci¨®n de Eduardo Mendoza) tiene un detonante autobiogr¨¢fico, como Pinter le cont¨® a Michael ?Billington, su bi¨®grafo.
En 1954, para ganar algo de dinero, el joven dramaturgo se present¨® voluntario a unas pruebas ¡°de percepci¨®n sensorial¡± en el Maudsley Hospital de Londres, que resultaron ser un tratamiento de shock psicol¨®gico, con electrodos y sonidos de alt¨ªsima frecuencia, muy similar al que luego mostrar¨ªa en la obra.
¡°Pas¨¦ varios d¨ªas¡±, dijo, ¡°temblando de pies a cabeza, pregunt¨¢ndome a qui¨¦nes estar¨ªan destinados aquellos experimentos, y tard¨¦ mucho tiempo en olvidar la experiencia¡±. Escribi¨® The Hothouse en 1958, como pieza radiof¨®nica para la BBC, y la reconvirti¨® en obra teatral, pero luego la ech¨® al caj¨®n, quiz¨¢ porque compart¨ªa tema de fondo (la m¨¢quina totalitaria desplegando sus redes sobre el individuo) con The Birthday Party, que acababa de estrenar y apenas hab¨ªa durado una semana en cartel. Veintid¨®s a?os despu¨¦s, en 1980, la reley¨® y quiso que viera la luz en el Hampstead Theatre Club, bajo su propia direcci¨®n. Y 15 a?os m¨¢s tarde encarn¨® a Roote, uno de sus torvos protagonistas, en el Minerva Studio de Chichester, a las ¨®rdenes de David Jones, de donde salt¨® al West End.
Invernadero, que Mario Gas ha montado en la Abad¨ªa, transcurre, entre torrentes de alcohol, en un kafkiano ¡°centro de reposo¡± de la posguerra brit¨¢nica, durante una jornada navide?a marcada por un nacimiento y una muerte. Juan Sanz ha dise?ado una escenograf¨ªa en cuyo centro se alza una escalera met¨¢lica de caracol que evoca una c¨¢rcel y, tal vez, un descenso a los infiernos. La idea es sugestiva, pero su plasmaci¨®n resulta algo mamotr¨¦tica para el escenario de la sala Juan de la Cruz, y sus giros entre escena y escena ralentizan un poco la acci¨®n.
El texto pasa del humor g¨¦lido y dislocado a la atm¨®sfera de pesadilla en un pisp¨¢s y no es f¨¢cil modular esa alternancia de tonos: el espect¨¢culo cuenta con pasajes redondos junto a otros que requerir¨ªan, a mi juicio, de un ritmo m¨¢s vivo, como el primer di¨¢logo entre Roote y Gibbs. Roote, director de la misteriosa instituci¨®n, es un excoronel pomposo, canallesco y enloquecido, que Simon Russell Beale interpretaba en el montaje de Lloyd como un John Cleese diab¨®lico. Gonzalo de Castro me hizo pensar en un cruce, muy espa?ol, entre los jefes de La oficina siniestra de La Codorniz y los militares zumbados de La hija del capit¨¢n de Valle. Al comienzo, su Roote resulta algo impostado, como si estuviera doblando una serie inglesa, pero poco a poco va pisando fuerte, encuentra una voz propia, y cuando pierde definitivamente la chaveta da aut¨¦ntico miedo. Trist¨¢n Ulloa es Gibbs, su impenetrable segundo de a bordo: trabajo de mucho m¨¦rito, que debe dejarle las mejillas acalambradas, pues de principio a fin mantiene una sonrisa of¨ªdica que parece sujeta con grapas, pura encarnaci¨®n de lo que los brit¨¢nicos llaman the smiler with the knife under the cloak. Tambi¨¦n llevan cuchillos (metaf¨®ricos y reales) bajo el abrigo Lush y Tubb, serviles y al mismo tiempo vengativos, pasando de la reverencia al ?puyazo y esperando el momento preciso para asestar el golpe fatal.
Jorge Us¨®n, que ya estaba fenomenal en Feelgood, borda todas las intervenciones de Lush, especialmente la c¨ªnica tirada en la que cuenta, con un ritmo espec?tacu?lar y las ma?as de un buf¨®n shakesperiano, c¨®mo engatus¨® a la madre de uno de los pacientes. ?Gibbs y Lush no est¨¢n lejos de Goldberg y McCann, los sicarios de The Birthday Party, o de Briggs y Foster, los criados de No Man¡¯s Land.
La pieza se escribi¨® como radiof¨®nica en 1958 y durmi¨® en el caj¨®n hasta 1980. Entonces el autor la reley¨® y quiso dirigirla
Lo absurdo y lo siniestro encuentran un perfecto ensamblaje en el careo central entre Roote, Lush y Gibbs, para mi gusto la escena culminante de la funci¨®n, que De Castro, Ulloa y Us¨®n representan como una perversa entrada de clowns, muy bien pautada por Pinter y expertamente dirigida por Gas, y que concluye con la llegada del subalterno Tubb (impecable Javivi Gil Valle) con un par de regalos navide?os no menos inusitados. Con Carlos Martos (Lamb) me sucedi¨® algo parecido a lo que se?alaba antes acerca del arranque de Gonzalo de Castro: no me result¨® convincente su presentaci¨®n, en el di¨¢logo con la se?orita Cutts (Isabelle Stoffel), como si tratara de imitar cadencias brit¨¢nicas. En todo caso fue una impresi¨®n pasajera, porque clava el tono cuando comienza a asomar su condici¨®n de chivo expiatorio, y te parte el alma durante la tremenda escena que le sigue y que no contar¨¦. Isabelle Stoffel tiene que pechar con un estereotipo (Cutts, el personaje menos definido, es una zorrupia vagamente macbetiana con aires de femme fatale) y tiene magnetismo sobrado, pero no le ayuda una gestualidad excesiva y una dicci¨®n poco clara: me pareci¨® m¨¢s n¨ªtida en La rendici¨®n, de Toni Bentley, en el CDN. Sus mejores momentos son el asfixiante interrogatorio, mano a mano con Trist¨¢n Ulloa, y la evocaci¨®n de su primer encuentro con Roote, donde puede darle algo de profundidad a su composici¨®n.
Invernadero acaba en punta, con un sorprendente doble final, en el que se advierte la temprana maestr¨ªa de Pinter: saltamos, tiempo despu¨¦s de la acci¨®n principal, al despacho del ministro Lobb (tambi¨¦n tiene aqu¨ª Ricardo Moya un aire de jerarca valleinclanesco), donde Gibbs informa de lo sucedido aquella noche, y volvemos de nuevo al lugar de los hechos para que una estampa pavorosa nos muestre ¡°lo que de verdad tiembla en la punta del tenedor¡±, como dir¨ªa William Burroughs.
He disfrutado igualmente de Enrique VIII y la cisma de Inglaterra, un Calder¨®n que desconoc¨ªa, a cargo de la Compa?¨ªa Nacional de Teatro Cl¨¢sico: excelente puesta de Ignacio Garc¨ªa, con un poderoso Sergio Peris-Mencheta encabezando un reparto muy bien conjuntado. En breve se lo cuento.
Invernadero.?De Harold Pinter. Direcci¨®n: Mario Gas. Int¨¦rpretes: Gonzalo de Castro, Trist¨¢n Ulloa, Jorge Us¨®n, Isabelle Stoffel, Carlos Martos, Javivi Gil Valle y Ricardo Moya. Teatro de la Abad¨ªa. Madrid. Hasta el 5 de abril.
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