El periodismo, la paz y la guerra
Los periodistas no somos historiadores, ni pastores de almas, pedagogos o constructores de la naci¨®n
En una ¨¦poca, yo dir¨ªa que ahora que hay negociaciones en La Habana bastante menos, era frecuente organizar en Colombia seminarios, simposios y c¨®nclaves varios, en los que el leit motiv era: ?C¨®mo puede contribuir el periodismo a la paz? Lo que viene como anillo al dedo para que discutamos c¨®mo se maneja desde la profesi¨®n ese tr¨ªptico de periodismo, guerra y paz, que es de los que carga el diablo.
Sentemos un punto de partida. El periodismo no tiene como misi¨®n que se haga la paz, ni que prosiga la guerra; es perfectamente asumible que en el mejor cumplimiento de su augusto cometido: informar, explicar, interpretar a la ciudadan¨ªa c¨®mo es el mundo en que vive, local, nacional e internacional, cabe suponer que esta sale beneficiada ¡ªaunque nadie puede garantizar que siempre sea as¨ª¡ª de forma que, en principio, sea m¨¢s f¨¢cil la paz en un pa¨ªs que se conozca a s¨ª mismo, que tenga conciencia de sus debilidades y fortalezas, que otro en el que el periodismo no desarrolle tan alta misi¨®n. Pero lo que no existe es una ley de hierro que conecte el trabajo period¨ªstico con la paz o con la guerra. La realidad, m¨¢s bien a medio que a corto plazo, puede ser esa, pero el periodista no ha venido a traer la paz como dec¨ªa de Jes¨²s el evangelista Mateo. Ni, claro est¨¢, la guerra.
No somos una prolongaci¨®n del ministerio de Obras P¨ªas, no socorremos al desvalido
Recuerdo una de esas reuniones, celebrada en Cartagena en los a?os 90, donde el gran interrogante era directamente ese y ocasi¨®n en la que conoc¨ª al excelente periodista mexicano Roberto Zamarripa. Y la cosa fue que en cuanto se dio a conocer el enunciado me tuve que movilizar como una bala para hacer constar que yo estaba all¨ª de m¨¢s, porque negaba la mayor en t¨¦rminos de responsabilidad period¨ªstica por la guerra y la paz. Roberto se sum¨® de inmediato a mi posici¨®n, tiempo desde el que somos buenos amigos. ?Cu¨¢l es, entonces, el cometido del periodista?
Empecemos por definir lo que no somos. No somos historiadores aunque manejemos materiales que ser¨¢n un d¨ªa de utilidad a los historiadores; y otro tanto cabe decir de soci¨®logos, novelistas, o pol¨ªticos, si bien algo pueda haber de todos ellos en el ADN de la profesi¨®n. Pero, sobre todo, lo que no somos es pastores de almas, pedagogos, constructores de la naci¨®n, ni benefactores del Bien Com¨²n, aunque, de nuevo, alguien pueda creer que esas bienaventuranzas pueda hacerlas suyas en momento determinado. Recuerdo una reuni¨®n para conmemorar el D¨ªa del Periodista, celebrada en Bilbao, en la que un joven periodista, animado sin duda de las mejores intenciones, trat¨® de rebatir lo que antecede, declar¨¢ndose orgulloso de fundir todas esas aspiraciones en su sola persona para el bien de su pa¨ªs y de la humanidad. Solo le repliqu¨¦ que, estando tan ocupado, a m¨ª no me quedar¨ªa tiempo para ejercer el periodismo.
El periodismo hace da?o, aunque se adopten todas las precauciones posibles. Si alguien est¨¢ acusado con verosimilitud y base legal de algo terrible, informamos de ello
El periodista es la suma de todo lo que no es: ni esto, ni aquello, ni lo otro, pero con algo de todos ellos; y su cometido es contar, explicar e interpretar sirvi¨¦ndose de todas esas armas por qu¨¦ pasan las cosas que pasan. Y como tengo amarga experiencia personal de ello, el cumplimiento de sus funciones puede en ocasiones causar grave da?o a inocentes. Como aquel d¨ªa en que arruinamos la vida a toda una familia por documentar la actividad criminal de un miembro de la misma, aunque fuera no solo nuestro derecho, sino nuestra obligaci¨®n. El comportamiento del peri¨®dico hab¨ªa sido intachable, pero aquella gente no ten¨ªa la culpa. En otras palabras, el periodismo hace da?o, aunque se adopten todas las precauciones posibles. Si alguien est¨¢ acusado con verosimilitud y base legal de algo terrible, informamos de ello, pero si se demuestra posteriormente que aquella persona no era culpable de nada, por mucho que publiquemos la versi¨®n exculpatoria de las cosas, el mal ya est¨¢ hecho. El periodismo no es, por todo ello, una profesi¨®n para hacer amigos, sino para estigmatizar enemigos, con todos los riesgos inherentes.
No somos una prolongaci¨®n del ministerio de Obras P¨ªas, no socorremos al desvalido, y si en pa¨ªses gravemente subdesarrollados somos pedagogos de quienes leen el peri¨®dico como quien va a la escuela, bienvenido sea, pero eso ser¨¢ solo un subproducto de una labor muy diferente. Y lo que es peor, si en un arrebato extremo de conciencia, modelamos nuestro texto para servir a cualquier Dios, creencia, ideolog¨ªa o sentimiento caritativo en general, con su visi¨®n siempre particular del Bien Com¨²n, estaremos contaminando nuestro texto, y ya se sabe que el infierno est¨¢ empedrado de buenas intenciones.
Periodista, no hay camino; se hace camino al andar; nuestra meta es el viaje y no un distante foco de luz que nos conceda la gloria eterna.
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