Manuel Vicent o c¨®mo acariciar el tiempo
En sus art¨ªculos, el autor se cuenta a s¨ª mismo asomado a la vida espa?ola. Hay en ¨¦l un crep¨²sculo mediterr¨¢neo, sin quejido ni ajuste de cuentas, cargado de elegancia coqueta
Manuel Vicent y yo nos hicimos amigos sobre un mantel de sobremesa, apartadas las migas del pan. Es f¨¢cil ser seducido por la conversaci¨®n de Vicent. M¨¢s f¨¢cil a¨²n si un d¨ªa, antes de empezar la carrera de Periodismo, recortaste el art¨ªculo en el que ofrec¨ªa su mirada sobre la vuelta del Guernica a Espa?a. Manuel Vicent le explicaba a los lectores, en su columna de EL PA?S, que el cuadro aut¨¦ntico, el Guernica de verdad, era ese que muchas familias ten¨ªan colgado en la pared de su casa. Merec¨ªa la pena seguir la pista de alguien que conoc¨ªa los misterios de su tiempo.
A¨²n est¨¢ por entenderse el papel que han jugado los articulistas de prensa en la historia de Espa?a. Porque han sido un desfogue a ratos y en otros los due?os de la cerilla. Los que escribieron al paso de la Transici¨®n cobran un valor esencial hoy. Algunos sacrificaron las ideas en favor del estilo, porque las ideas manchan y el estilo brilla. Si Francisco Umbral ha terminado por representar la misma evasi¨®n hacia el estilo que encarnaron Camba y Gonz¨¢lez Ruano, en el caso de Manuel Vicent se aprecia una senda m¨¢s cercana a Azor¨ªn o al Pla de los homenots, que Vicent logr¨® emular con sus daguerrotipos, que permanecen como periodismo vivo cuando ya todos los protagonistas est¨¢n muertos.
Conviene hablar del articulismo a cuenta de un nuevo libro de Vicent, porque no existe uno sin el otro, se retroalimentan. Su gusto por el detalle no disminuye la contundencia gr¨¢fica. Cuando Vicent habla de algo lo ofrece abierto en la mesa de quir¨®fano. La Espa?a negra es su gran tema, no en vano naci¨® a poca distancia de lo que para ¨¦l se erige como una posibilidad de infierno: Marina d¡¯Or, ciudad de vacaciones. Pero tambi¨¦n es un maestro en fugas y ha hecho de la est¨¦tica, la belleza y los viajes un hatillo para salvarse cuando a Espa?a ya no hay quien la arregle, cosa que sucede cada veinte a?os aproximadamente. Si Azcona, de quien guardamos una silla volcada contra la mesa a la hora de comer, me convenci¨® de que el sentido de la vida era desayunar, Manuel Vicent me explic¨® con id¨¦ntica precisi¨®n que la patria puede ser importante, pero por encima siempre estar¨¢ el aceite de oliva.
Hace d¨¦cadas escribi¨® un bell¨ªsimo cuento en forma de columna en el que una mujer repasaba la historia de su vida a trav¨¦s del seno sobre el que esperaba el resultado de una biopsia. Ese recuento de supervivencia est¨¢ tambi¨¦n en su ¨²ltimo libro, Desfile de ciervos, donde los viajes y la belleza vuelven a ser la ¨²nica medicina y la evocaci¨®n el ¨²nico aliento ante la pr¨®stata en horas bajas. Un tiempo oxidado que recobra el esplendor ya solo en la rememoraci¨®n frente a la decrepitud de la vida p¨²blica.
En el recuento es m¨¢s piadoso con los hijos que con los abuelos, recibe a los indignados de Sol con m¨¢s comprensi¨®n que temor
Sostiene una confesi¨®n muy hermosa, y evidente para sus lectores, y es que ha acariciado con su escritura a las actrices m¨¢s bellas que han pasado ante sus ojos, y lo cuenta con la misma firmeza con la que rememora que en su tertulia del Gij¨®n, por unanimidad, decidieron enamorarse todos de Emma Su¨¢rez hace ya mucho tiempo, y les parec¨ªa con total objetividad que esa actriz nunca pod¨ªa hacerlo mal e inventaban para ella el western perfecto donde su mo?o rubio y algo desgre?ado venc¨ªa a todos los villanos. Agarrado a ese gran tema de la corrosi¨®n que causa el tiempo, asoma la tragedia espa?ola. Y en una imagen sublime, Vicent se planta ante el cuadro de la familia del rey Juan Carlos, pintado por Antonio L¨®pez a lo largo de veinte a?os, para certificar que, al contrario de lo que suced¨ªa con el retrato de Dorian Gray, aqu¨ª la degradaci¨®n se ha cebado con los personajes y no con su imagen pintada. Los miembros de la familia del rey Juan Carlos a la altura de los a?os noventa del siglo pasado le resultan m¨¢s parecidos a una familia burguesa que sale de misa de domingo, con un traje apa?ado, unas personas sin historia, sin cicatrices frente a la corrosiva pel¨ªcula que Goya le puso en cada rostro a la familia de Carlos IV.
En sus libros, Vicent ha emprendido un fugaz recorrido por figuras de la Transici¨®n, y se ha detenido en Su¨¢rez, Carmen D¨ªez de Rivera, el ducado de Alba, el propio Juan Carlos, pero siempre para contarse a s¨ª mismo asomado a la vida espa?ola. En el recuento es m¨¢s piadoso con los hijos que con los abuelos, recibe a los indignados de la Puerta del Sol con m¨¢s comprensi¨®n que temor y a la reina Letizia le concede los dones de la laboriosidad, el empe?o, frente a los figurones que han caracterizado las an¨¦cdotas reales, desde los mancebos de Isabel II hasta un Marichalar que resume con brocha superdotada as¨ª: ¡°Ning¨²n arist¨®crata se parec¨ªa tanto a su caballo, como es de obligaci¨®n¡±.
Hay, al fondo, la Espa?a del crimen y la zafia corrupci¨®n. Un macroprost¨ªbulo entre naranjales con ese cliente que se encama con la misma puta para ver los partidos del Valencia y la selecci¨®n espa?ola y exigir una mamada en cada gol a favor. Qu¨¦ lejano del prost¨ªbulo de su adolescencia, evocado en su obra maestra El tranv¨ªa a la Malvarrosa, cuando hab¨ªa que inventarse una po¨¦tica para citar al destino. Hay en Vicent siempre un crep¨²sculo mediterr¨¢neo, sin quejido ni ajuste de cuentas, cargado de elegancia coqueta que aguarda a Caronte con la mejor cara que nos podamos merecer. Y mientras mira nuestro jard¨ªn espa?ol reconoce aquel Jard¨ªn de las delicias, de El Bosco.
Desfile de ciervos. Manuel Vicent. Alfaguara. Madrid, 2015. 304 p¨¢ginas. 18,90 euros.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.