Crear o innovar: ?el arte contra la ciencia?
El mito atribuye la creatividad a los artistas y la innovaci¨®n a los ingenieros e inventores. Pero el cient¨ªfico no es un esforzado pe¨®n ni un detective, tambi¨¦n es un creador
Existen dos palabras que suenan como El Dorado que persegu¨ªan los conquistadores, dos palabras presentes, a pesar de que no se nombrasen, a lo largo de toda la historia de la humanidad, aunque haya sido en las ¨²ltimas d¨¦cadas cuando su presencia se ha manifestado con abrumadora intensidad; dos palabras sobre las que pivota una buena parte del mundo actual, en las que depositamos nuestras esperanzas de un futuro mejor y a las que nos esforzamos por adecuar nuestros sistemas educativos, empresas o negocios. Son creatividad e innovaci¨®n. Se trata de t¨¦rminos polis¨¦micos y no s¨®lo eso, entrelazados: no hay innovaci¨®n sin creatividad. De esos significados, entresaco los siguientes del Diccionario de la Real Academia Espa?ola: ¡°Creatividad: Facultad de crear¡±; ¡°Crear: 1. Producir algo de la nada. 2. Establecer, fundar, introducir por vez primera algo; hacerlo nacer o darle vida, en sentido figurado¡±; ¡°Innovaci¨®n: Creaci¨®n o modificaci¨®n de un producto, y su introducci¨®n en un mercado¡±.
Con m¨¢s frecuencia de la deseada (al menos para quien escribe estas l¨ªneas) se habla de creatividad con relaci¨®n a los artistas (escritores, m¨²sicos, pintores), mientras que la innovaci¨®n se adjudica a ingenieros e inventores, con los cient¨ªficos a caballo entre ambas categor¨ªas. Buen ejemplo, en este sentido, son dos libros recientemente publicados: El misterio de la creaci¨®n art¨ªstica (Ediciones Sequitur, 2015), del gran Stefan Zweig, y Los innovadores (Debate, 2014), de Walter Isaacson, periodista y celebrado autor de las biograf¨ªas de Benjamin Franklin, Henry Kissinger (no traducidas al espa?ol), Albert Einstein y Steve Jobs (ambas en Debate).
Creatividad, un concepto caleidosc¨®pico
¡°De todos los misterios del universo¡±, escrib¨ªa Zweig, ¡°ninguno m¨¢s profundo que el de la creaci¨®n. Nuestro esp¨ªritu humano es capaz de comprender cualquier desarrollo o transformaci¨®n de la materia. Pero cada vez que surge algo que antes no hab¨ªa existido ¡ªcuando nace un ni?o o, de la noche a la ma?ana, germina una plantita entre grumos de tierra¡ª, nos vence la sensaci¨®n de que ha acontecido algo sobrenatural, de que ha estado obrando una fuerza sobrehumana, divina¡±. Y un poco m¨¢s adelante, a?ad¨ªa: ¡°A veces nos es dado asistir a ese milagro, y nos es dado en una esfera sola: en la del arte¡±. Para Zweig, vemos, el acto de crear es un atributo de los artistas, de los ¡ªson sus ejemplos¡ª Rembrandt, Goya, Greco, Mozart, Beethoven, Shakespeare o Cervantes, pero ¡°no estamos en condiciones de participar del acto creador art¨ªstico, s¨®lo podemos tratar de reconstruirlo, exactamente como nuestros hombres de ciencia tratan de reconstruir, al cabo de miles y miles de a?os, unos mundos desapa?recidos y unos astros apagados¡±.
Ah¨ª est¨¢, por fin aparece, el viejo mito, el consuelo, y la propaganda, sempiterna del ¡°artista¡± frente al ¡°cient¨ªfico¡±, convertido ¨¦ste en una especie de esforzado y, en el fondo, parece, rutinario alba?il, o detective, en la b¨²squeda de regularidades en los fen¨®menos que tienen lugar en el universo. No nos detengamos ¡ªes, seguramente, una met¨¢fora poco afortunada¡ª en los ejemplos del nacimiento de un ni?o o la germinaci¨®n de una planta, hechos que la ciencia permite comprender a partir de leyes universales; pensemos ¨²nicamente en la idea del cient¨ªfico como un pe¨®n de la observaci¨®n, met¨®dica y desapasionada, eso s¨ª, y de la identificaci¨®n de conexiones y repeticiones en los fen¨®menos naturales. Quien piensa as¨ª, lo hace por ignorancia. La creatividad aut¨¦ntica se da en los cient¨ªficos al igual que en los artistas. Y como en ellos, aparece raramente. Escribir un libro, pintar un cuadro, componer una sinfon¨ªa no hace a uno necesariamente ¡°creador¡±, lo mismo que sucede con un cient¨ªfico por el mero hecho de que ¨¦ste practique su disciplina. Pero si pudi¨¦ramos comprender sus productos, sus creaciones, algo que exige educaci¨®n, dominar una serie de conocimientos y t¨¦cnicas especializadas, ?podr¨ªa negar alguien que el Albert Einstein de la teor¨ªa de la relatividad especial (1905) y, sobre todo, el de la relatividad general (1915) no fue un creador supremo? En ciencia, no conozco ning¨²n momento creativo superior que el proceso que llev¨® a Einstein, entre 1907 y 1915, a producir, a crear, una teor¨ªa de la fuerza gravitacional que exige un marco geom¨¦trico en el que espacio y tiempo se funden en una unidad, el espacio-tiempo, cuya forma, variable, depende de su contenido energ¨¦tico-material.
Gu¨ªa b¨¢sica para conocer la gran creatividad cient¨ªfica
Galileo Galilei,?Di¨¢logo sobre los dos m¨¢ximos sistemas del mundo, ptolemaico y copernicano (1632; Alianza Editorial, 2011).
Lavoisier,?Tratado elemental de qu¨ªmica (1789; Cr¨ªtica, 2007).
Charles Darwin,?El origen de las especies (1859; Espasa, 2008).
Santiago Ram¨®n y Cajal,?Recuerdos de mi vida (1923; Cr¨ªtica, 2006).
Alfred Wegener,?El origen de los continentes y oc¨¦anos (1915; Cr¨ªtica, 2009).
Godfrey Hardy,?Apolog¨ªa de un matem¨¢tico (1940; Nivola, 1999).
Max Planck,?Autobiograf¨ªa cient¨ªfica (1948; Nivola, 2000).
Albert Einstein,?Notas autobiogr¨¢ficas (1949; Alianza Editorial, 2003).
Erwin Schr?dinger,??Qu¨¦ es la vida? (1944; Tusquets, 1983).
James Watson,?La doble h¨¦lice (Alianza, 2000).
Murray Gell-Mann,?El quark y el jaguar (1994; Tusquets, 1995).
Beno?t Mandelbrot,?El fractalista (2012; Tusquets, 2014).
?Y qu¨¦ decir del Isaac Newton que produjo (1687), bas¨¢ndose en una nueva matem¨¢tica que ¨¦l mismo invent¨®, el c¨¢lculo infinitesimal (de fluxiones en su terminolog¨ªa), una din¨¢mica (teor¨ªa del movimiento) basada en tres leyes, y que acompa?¨®, en lo que fue una Gran Unificaci¨®n, la Primera Gran Unificaci¨®n cient¨ªfica, de una ley de gravitaci¨®n universal en la que la fuerza que hace caer un cuerpo hacia la superficie de la Tierra es la misma que la responsable del movimiento de los planetas? Los Rem?brandt, Goya, Greco, Mozart, Beethoven, Shakespeare o Cervantes de la ciencia existen, y se llaman ¡ªson algunos ejemplos, mis ejemplos can¨®nicos¡ª Einstein, Newton, Darwin, Arist¨®teles, Euclides, Arqu¨ªmedes, Galois, Cantor, Galileo, Euler, Faraday, Maxwell, Kekul¨¦, Turing, G?del, Cajal, P¨¢v?lov, Bohr, Ramanujan, Heisenberg, Schr?dinger, Poincar¨¦, Pasteur, Riemann, Watson, Crick, Mandelbrot o Feynman.
La creatividad como ¡°misterio¡±
Zweig consideraba que el acto creativo constituye un misterio impenetrable, pero no est¨¢ claro que sea as¨ª; en la era de la gen¨®mica, acaso resulte que la creatividad, y la innovaci¨®n, se vean favorecidas ¡ªjunto a circunstancias sociales, por supuesto¡ª por alguna combinaci¨®n de genes, una posibilidad a la que alude, en el caso de la innovaci¨®n, Nicholas Wade en su reciente y controvertido Una herencia inc¨®moda (Ariel, 2014). En cualquier caso, la creatividad no tiene por qu¨¦ ser m¨¢s misteriosa ¡ªs¨ª menos frecuente¡ª que ¡°pensar¡±, ¡°tener conciencia, y consciencia, de uno mismo¡±, actividades para las que las neurociencias tampoco tienen a¨²n respuestas definitivas, no construcciones te¨®ricas como, por ejemplo, puede ser la f¨ªsica cu¨¢ntica para los fen¨®menos del microcosmos (y tambi¨¦n para algunos m¨¢s ¡°macrosc¨®picos¡±), o el modelo de la doble h¨¦lice del ADN para entender los mecanismos de la herencia. ¡°?C¨®mo es posible que cosas objetivas como las neuronas cerebrales produzcan experiencias subjetivas como el sentimiento de que ¡®yo¡¯ camino por la hierba? La neurociencia explica cada vez mejor c¨®mo el cerebro discrimina colores, resuelve problemas y organiza acciones ¡ªpero el arduo problema persiste¡ª. El mundo objetivo que nos rodea y las experiencias subjetivas de nuestro interior parecen ser de naturaleza distinta. Preguntarse de qu¨¦ modo el uno produce las otras parece un sinsentido¡±, ha escrito Susan Blackmore (Las grandes preguntas de la ciencia, Harriet Swann. Cr¨ªtica, 2011).
La creatividad cient¨ªfica
Me sorprende m¨¢s la creatividad de que hizo gala Georg Cantor cuando, a finales del siglo XIX, dio origen a una nueva rama de la matem¨¢tica, la de los n¨²meros transfinitos (hay infinitos diferentes y es posible contarlos), que la que admiramos (con toda raz¨®n) en Cervantes, Shakespeare o Dante, independientemente de que algunos puedan agradecer m¨¢s la de ¨¦stos que la de los cient¨ªficos. Puedo imaginar m¨¢s f¨¢cilmente c¨®mo el conjunto de las experiencias, ideas, emociones que acumul¨® Cervantes a lo largo de su vida, su ¡°sensibilidad¡±, produjo El Quijote que la que llev¨® a August Kekul¨¦ a pensar (1865) en la estructura del benceno como un anillo hexagonal con seis ¨¢tomos de carbono interrelacionados y unidos a ¨¢tomos de hidr¨®geno; no en vano el historiador de la qu¨ªmica William Brock escribi¨® (Historia de la qu¨ªmica, Alianza Editorial) que ¡°Kekul¨¦ transform¨® la qu¨ªmica como despu¨¦s Picasso transform¨® el arte, permitiendo al espectador ver dentro y detr¨¢s de las cosas¡±.
Kekul¨¦ sostuvo que la idea del anillo de benceno le lleg¨® mientras so?aba, una asociaci¨®n no infrecuente en los actos creativos, y que podemos entender como la continuaci¨®n, inconsciente, de la meditaci¨®n consciente. Pero la creatividad es hija de muchas madres. Mozart y Beethoven ejemplifican magn¨ªficamente tal pluralidad de or¨ªgenes; citando de nuevo a Zweig: ¡°Mientras que en el caso de Mozart tenemos la sensaci¨®n de que el proceso creador es un estado bienaventurado, un cernirse y hallarse lejos del mundo, Beethoven debe de haber sufrido todos los dolores terrenales de un alumbramiento. Mozart juega con su arte como el viento con las hojas; Beethoven lucha con la m¨²sica como H¨¦rcules con la hidra de las cien cabezas; y la obra de uno y otro produce la misma perfecci¨®n¡±.
El indio Srinivasa Ramanujan pod¨ªa ¡°ver¡± complejas relaciones matem¨¢ticas en la teor¨ªa de n¨²meros
En la ciencia, no conozco mejor an¨¢logo a un Mozart que el matem¨¢tico indio Srinivasa Ramanujan (1887-1920). A pesar de haber recibido una instrucci¨®n bastante elemental, Ramanujan pod¨ªa ¡°ver¡±, que no demostrar, complejas relaciones matem¨¢ticas en la teor¨ªa de n¨²meros, o soluciones de intrincadas ecuaciones. Su capacidad, su habilidad, como la de Mozart, nos enfrenta, con una claridad y violencia tan apabullante como desmoralizadora, al problema de c¨®mo funciona el cerebro. Seguramente no es casualidad que esa rara manifestaci¨®n de la creatividad se presente especialmente en la matem¨¢tica y en la m¨²sica, mundos relacionados, como ya descubri¨® Pit¨¢goras. De hecho, no es imposible que la explicaci¨®n de la habilidad, aparentemente primigenia, con que Mozart o Ramanujan pod¨ªan producir m¨²sica o matem¨¢ticas se encuentre en que ambas est¨¦n enquistadas, de alguna manera, en la estructura del cerebro humano; as¨ª, al menos, piensan algunos con respecto a la matem¨¢tica: ¡°La aritm¨¦tica elemental¡±, ha afirmado el neurocient¨ªfico franc¨¦s Stanislas Dehaene (La mente, John Brockman. Cr¨ªtica, 2012), ¡°parece ser una capacidad b¨¢sica y biol¨®gicamente determinada, inherente a nuestra especie (y no s¨®lo a la nuestra, ya que la compartimos con muchos animales). Es m¨¢s, tiene un sustrato cerebral espec¨ªfico, un conjunto de redes neuronales ubicadas en posiciones similares en todos nosotros y que contienen el conocimiento de los n¨²meros y de sus relaciones¡±.
M¨¢s frecuentes son los Beethoven de la ciencia. El proceso que condujo a Charles Darwin a dar a luz El origen de las especies (1859) comenz¨®, imperceptiblemente, durante el viaje que realiz¨® alrededor del mundo entre 1831 y 1836, y necesit¨® de mucho m¨¢s que destellos iluminadores como el que las especies no son inmutables, que atisb¨® en los pinzones de las Gal¨¢pagos, o el darse cuenta de que las ideas acerca del aumento de la poblaci¨®n y la dificultad de acceder a alimentos que Robert Malthus hab¨ªa expuesto en Un ensayo sobre el principio de poblaci¨®n (1826), se pod¨ªan aplicar al mundo de las especies. Tard¨® m¨¢s de veinte a?os en atreverse a presentar en p¨²blico su teor¨ªa de la evoluci¨®n de las especies (y habr¨ªa tardado m¨¢s si no hubiese sido por un competidor llamado Alfred Russel Wallace).
Acaso m¨¢s claro, y reciente, es otro ejemplo de creatividad que necesit¨® de un largo periodo de alumbramiento: el de la demostraci¨®n que Andrew Wiles realiz¨® (1995) del denominado ¡°¨²ltimo teorema de Fermat¡±, que afirma que ¡°si n es un entero mayor que 2, la ecuaci¨®n xn+yn=zn no tiene soluci¨®n si x, y y z son enteros positivos¡±. Propuesta en 1637 por el jurista y matem¨¢tico Pierre de Fermat, Wiles necesit¨® diez a?os para, en pr¨¢cticamente un aislamiento total, demostrarlo (la historia se describe en El enigma de Fermat, Simon Singh. Ariel). Y para ello necesit¨® adentrarse en dominios alejados en principio de la teor¨ªa de n¨²meros. No fue el suyo un ¡°soplo de inspiraci¨®n¡±, sino el trabajado esfuerzo de muchos a?os escarbando en los plurales nichos de la matem¨¢tica, pero yo no dudo que el trabajo de Wiles fue creativo, profundamente creativo.
Innovaci¨®n
La creatividad ha sido perseguida y admirada desde antiguo; m¨¢s joven es la ¡°innovaci¨®n¡±. M¨¢s joven, y m¨¢s buscada y fomentada; ?qui¨¦n no ha o¨ªdo hablar de la I+D+i (¡°investigaci¨®n, desarrollo, innovaci¨®n¡±)?, tr¨ªada aparentemente m¨¢gica que quita (o deber¨ªa quitar) el sue?o a los responsables de Gobiernos y empresas. No es posible entender el mundo actual sin incluir en nuestras reconstrucciones la innovaci¨®n. Y dentro de ese mundo ¡°actual¡±, sobresale, como nicho preferente de la innovaci¨®n, el de las ya torpemente denominadas nuevas (cambian casi cada d¨ªa, s¨ª, pero nos acompa?an desde hace bastante tiempo) tecnolog¨ªas, m¨¢s concretamente aquellas que originaron y sostienen el universo de la globalizaci¨®n, de ¡°lo digital¡±. A explicar ese mundo, a trav¨¦s de sus principales responsables, los innovadores, est¨¢ dedicado el nuevo libro de Walter Isaacson al que me refer¨ª antes. Pero ?qu¨¦ es la ¡°innovaci¨®n¡±? ¡°La innovaci¨®n¡±, se?ala Isaacson, ¡°requiere contar con tres cosas como m¨ªnimo: una gran idea, el talento t¨¦cnico para llevarla a cabo y la experiencia empresarial (adem¨¢s de la sangre fr¨ªa para cerrar tratos) para convertirla en un ¨¦xito¡±. Observemos que tampoco aqu¨ª se nos dice c¨®mo se llega a tener esa ¡°gran idea¡±, ni el ¡°talento t¨¦cnico para llevarla a cabo¡±, solo se habla de condiciones necesarias, o convenientes, para la innovaci¨®n. Condiciones estas muy importantes para explicar el ¨¦xito de los innovadores; posiblemente Nikola Tesla tuviese un genio mayor que el maniobrero y pr¨¢ctico Thomas Edison, pero fue este quien logr¨® un ¨¦xito mayor, mientras que los de aquel los ha tenido que reconocer la ¡°posteridad¡±. Obviamente, la innovaci¨®n es otra forma de creatividad. Para algunos, seguramente algo as¨ª como un ¡°hijo pobre¡±, sino bastardo de ella; carece, pensar¨¢n estos, de la pureza de lo desinteresado, del arte o el conocimiento por s¨ª mismo, independiente de sus posibles ¡°aplicaciones¡±. Vale, pero sus productos nos mejoran la vida, un detalle no desde?able.
Ep¨ªlogo y consuelo
Sea lo que sea la creatividad, lo que est¨¢ claro es que en el grado que la admiramos, no est¨¢ al alcance de la mayor¨ªa de los humanos. Pero consol¨¦mosnos, porque lo que s¨ª nos es dado es, con mayor o menor dedicaci¨®n por nuestra parte, acceder a esos frutos tan exquisitos, admirarlos. El matem¨¢tico ingl¨¦s Godfrey Hardy (Apolog¨ªa de un matem¨¢tico) da una pista de esa posibilidad. ¡°Todav¨ªa me digo¡±, escrib¨ªa, ¡°cuando estoy deprimido y me veo obligado a escuchar a personas pomposas y aburridas, ¡®bueno, he hecho una cosa que usted nunca podr¨ªa haber hecho, que es haber colaborado tanto con Littlewood como con Ramanujan en, digamos, igualdad de condiciones¡±. Nosotros, que no podemos siquiera pensar en ¡°colaborar¡±, en igualdad de condiciones o no, con los grandes creadores, s¨ª podemos leer sus obras. No es necesario ser Cervantes, basta con leer El Quijote, ni Beethoven para disfrutar de la Novena sinfon¨ªa, o Einstein para entender las ecuaciones de la teor¨ªa general de la relatividad. Ah¨ª, al convertirse en patrimonios comunales, se halla la aut¨¦ntica grandeza de la creatividad, de los creadores.
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