Buena gente que camina
Andar puede ser un gesto revolucionario. Lo recuerda la ensayista Rebecca Solnit en 'Wanderlust'
Escribo este texto mientras camino. Nada extra?o: la mayor parte de mis novelas, art¨ªculos y conferencias las he escrito andando, a veces corriendo, incluso pedaleando. Tampoco soy muy original, uno m¨¢s de la legi¨®n de escritores que un d¨ªa descubre que la mente funciona mejor a cuatro kil¨®metros por hora, que la cadencia de los pasos acaba siendo ritmo narrativo y el paisaje tira del hilo de la memoria. Caminando uno espera que, como a Virginia Woolf paseando por Tavistock Square, le venga la inspiraci¨®n decisiva para escribir Al faro. Adoro esa imagen de S¨¢nchez Ferlosio apoy¨¢ndose en los techos de los coches para anotar ese pensamiento que surgi¨® de pronto. Y que se lo pregunten a los poetas, que deambulan m¨¢s que nadie (cuenta Solnit que Coleridge abandon¨® el verso libre cuando dej¨® de andar).
Escribo mientras camino, ya est¨¢ dicho. M¨¢s inusual es que una lectura me haga andar, que avanzar por las p¨¢ginas de un libro me ponga en movimiento en el espacio y el tiempo como lo hace el ensayo de Rebecca Solnit.
Desde las primeras p¨¢ginas de Wanderlust, ech¨¦ a andar y ya no par¨¦. Atraves¨¦ paisajes salvajes, acompa?ando a los pioneros de la caminata dos siglos atr¨¢s, aquellos que inauguraron la idea rom¨¢ntica y todav¨ªa vigente del paseo como liberaci¨®n y como experiencia est¨¦tica, y que acabaron cuestionando la propiedad privada (las puertas al campo, para nada metaf¨®ricas). P¨¢rrafo tras p¨¢rrafo incursion¨¦ con ellos en bosques y desiertos, ascend¨ª monta?as por primera vez pisadas, y acab¨¦ regresando a las ciudades, las grandes ciudades donde el caminar es una forma de resistencia frente al urbanismo sin escala humana y contra el ¡°?te gusta conducir?¡±; una oportunidad para provocar esos cruces imprevisibles que enriquecen la vida urbana contra quienes intentan regularla y vigilarla; una forma de ejercer ciudadan¨ªa y reapropiarnos del espacio p¨²blico en la l¨ªnea de lo que ya le¨ªmos antes en Mike Davis o Manuel Delgado.
Cruc¨¦ las avenidas mezcl¨¢ndome con inevitables fl?neurs, vagabundos y turistas, con hombres sospechosos por su solo andar improductivo, sin rumbo ni destino; con mujeres que llevan siglos disputando su derecho a caminar sin ser tomadas por prostitutas ni acosadas ni violadas. Cruzando nuevos barrios amurallados y urbanizaciones planificadas contra el caminante, vimos tras las cristaleras de los gimnasios a los S¨ªsifos de cinta mec¨¢nica (ese invento perverso que, recuerda Solnit, naci¨® en una c¨¢rcel).
Juntos, sin dejar de caminar por las p¨¢ginas de Wanderlust, nos unimos a quienes ven¨ªan marchando desde lejos, desde muy lejos: revolucionarios y amotinados que un d¨ªa echaron a andar y a¨²n resisten, caminantes por la paz o los derechos que cruzan pa¨ªses, obreros, ecologistas, peregrinos, zapatistas, marchas civiles que corren una inacabada carrera de relevos hasta nuestras ¨²ltimas marchas de la dignidad que prolongan el caminar como un acto pol¨ªtico, una forma de desobediencia civil.
Junto a Solnit he caminado varias jornadas, siguiendo sus pasos, sus derivas y rodeos, sus momentos en que se detiene a mirar algo, incluso una nimiedad; las veces en que aprieta el paso y a fuerza de abarcar todos los aspectos posibles del tema nos fatiga, nos marea, nos aburre incluso, sin que podamos dejar de andar, porque caminar, leer, pensar, caminar, tiene un efecto euforizante, nos resit¨²a en la tierra, libera el cerebro y recupera el cuerpo frente a la incorporeidad creciente de nuestras vidas, nos vincula a quienes andan a nuestro lado, nos hace libres al buscar espacios libres y tiempo libre para recorrerlos.
No se pierdan esta marcha, este libro. Sigan andando.
Wanderlust. Una historia del caminar. Rebecca Solnit. Traducci¨®n de Andr¨¦s Anwandter. Capit¨¢n Swing. Madrid, 2015. 472 p¨¢ginas. 22 euros.
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