?Podremos?
Juan Goytisolo apareci¨® en los premios Cervantes con un torpe ali?o indumentario, con una chaqueta y corbata ajada, con el s¨ªntoma de que su due?o las odia y ellas tambi¨¦n
Leonard Cohen, el hombre mejor vestido de Montreal (que el coraz¨®n se lo rompieran unas cuantas veces, o que ¨¦l devastara a otros, no bloque¨® jam¨¢s su elegancia por dentro y por fuera), afirmaba que la gente antes de aprender magia deber¨ªa conocer la etiqueta. Etiqueta exigen los eventos de pompa y circunstancias. Recuerdo a aquel se?or que me hac¨ªa tan poca gracia y escritor irrepetible, llamado Garc¨ªa M¨¢rquez, vestido de liqui liqui para recibir su consagraci¨®n (?la necesit¨¢bamos las estirpes que estamos condenadas a cien a?os de soledad y no tenemos una segunda oportunidad sobre la Tierra?) en los Premios Nobel. Y miedo me dan los consecuentes deseos de Juan Goytisolo por ir a la solemne movida del Cervantes ataviado con una chilaba.
No lo hace. La subversi¨®n militante desprecia esa cosa tan moderna de las tendencias, el disfraz de tu apariencia, el rollo venerado por tantos idiotas e impostores titulado cool y aparece con un torpe ali?o indumentario (Machado, el que cre¨ªa en un milagro de primavera, no intentaba ser snob en su autodefinici¨®n, solo era l¨²cido), con una chaqueta y corbata ajada, con el s¨ªntoma de que su due?o las odia y ellas tambi¨¦n, pero que las circunstancias le obligan a ese obligado protocolo que le resulta insufrible.
Y ese hombre entre hipert¨ªmido y arisco, que habla en voz baja, con alergia al histrionismo, sabi¨¦ndose transgresor pero homenajeada su capacidad intelectual por tirios y troyanos, suelta un discurso tan necesario como conmovedor, admirable, a la deriva en el reconocimiento mundano, hablando del acorralado Cervantes, pero tambi¨¦n del infame estado de las cosas. Y aunque presupongas que a los 84 a?os ya no espera nada personalmente exaltante, cita al inmortal y desesperado Pessoa (habl¨® en nombre propio y de unos cuantos desahuciados, magn¨ªficos perdedores, con ¡°Llevo en m¨ª la conciencia de la derrota como un pend¨®n de victoria¡±) y asegura con fervor realista: ¡°Digamos bien alto que podemos¡±. Ante su mod¨¦lica Majestad, su seductora esposa, todos los de siempre rindiendo honores al morador de Jemaa El-Fna. Lo opina alguien que tir¨® a la basura con hast¨ªo Reivindicaci¨®n del conde Don Julian y Juan sin Tierra. Pero tambi¨¦n me emocion¨® (as¨ª de simple, repelente Mar¨ªas) Se?as de identidad.
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