Incertidumbre
La f¨ªsica ha sido algo as¨ª como la diosa Kali del siglo XX, venerada y temida, capaz de todos los milagros y de todos los cr¨ªmenes. Y la responsabilidad, la inconsciencia o los retortijones de conciencia de los sabios dedicados a cultivarla han brindado dramas argumentales a incontables obras literarias de las ¨²ltimas d¨¦cadas. Mi pobre erudici¨®n ser¨ªa incapaz de enumerarlas, aunque fuese de modo incompleto. De mi adolescencia recuerdo dos piezas dram¨¢ticas que me impresionaron, una Los f¨ªsicos de Friedrich D¨¹rrenmatt, que transcurre en un manicomio d¨®nde tres locos que creen ser Einstein, Newton y Moebius -y no lo son, pero tampoco est¨¢n locos- se enfrentan y combaten por la posesi¨®n de un secreto aniquilador, socialmente m¨¢s demente que cualquier demencia privada; otra, El caso Oppenheimer de Heinar Kipphardt, sobre los tormentos morales del inventor de la bomba at¨®mica, que a mediados de los a?os sesenta represent¨® el Piccolo Teatro de Mil¨¢n bajo la direcci¨®n del gran Giorgio Strehler. Mucho m¨¢s reciente pero girando tambi¨¦n en torno a un tema apocal¨ªptico semejante puedo mencionar la intrigante novela En busca de Klingsor, del mexicano Jorge Volpi. Y tantas m¨¢s, entre las que no podemos descartar las tan populares historias del gen¨¦ro de espionaje o ciencia-ficci¨®n centradas en la figura del "sabio enloquecido".
Hace pocos meses apareci¨® en Francia una de las piezas m¨¢s interesantes que he le¨ªdo de este vasto y redundante mosaico literario: Le principe (El principio), de J¨¦r?me Ferrari, editado por Actes Sud. De ese autor, uno de los novelistas actuales m¨¢s destacables de su pa¨ªs, hay traducidas al espa?ol la novela con que gan¨® el premio Goncourt, El serm¨®n sobre la ca¨ªda de Roma (Random House) y una anterior, Donde dej¨¦ mi alma (Demipage), ambas absolutamente recomendables. En El principio, un joven aspirante a fil¨®sofo ¡ªy como tal atribulado y poco seguro de s¨ª mismo¡ª se obsesiona con la trayectoria vital de Werner Heisenberg, genial desde que en su juventud acu?¨® su celeb¨¦rrimo "principio de incertidumbre" (?que estupendo ox¨ªmoron!) que desconcert¨® a sus maestros, para despu¨¦s sentar las bases de la mec¨¢nica cu¨¢ntica, lo que le vali¨® el premio Nobel de F¨ªsica a los treinta y un a?os. Su obra se gesta durante el ascenso del nazismo, en competencia o colaboraci¨®n con la generaci¨®n excepcional de los Einstein, Louis de Broglie, Max Planck, Niels Bohr, Schr?dinger, Paul Dirac, Carl Friedrich von Weizs?cker, Otto Hahn, etc¡ Los jerarcas nazis les presionaron para conseguir la bomba at¨®mica que les hubiera dado la victoria y que finalmente consigui¨® Oppenheimer en Estados Unidos. Algunos se escabulleron de patronos tan peligrosos pero otros, como Heisenberg, se dejaron querer, no por ideolog¨ªa nacionalsocialista sino para poder seguir investigando tranquilamente. Despu¨¦s de la guerra, recluidos por los vencedores, algunos sintieron culpabilidad por haber sido c¨®mplices, pero otros no entend¨ªan que es lo que se les reprochaba a ellos, que s¨®lo hab¨ªan seguido con su trabajo: poner al descubierto la ¨ªntima belleza objetiva del universo.
El principio de incertidumbre de Heisenberg, en f¨ªsica cu¨¢ntica, dice que no se puede conocer al mismo tiempo la posici¨®n y la velocidad de una part¨ªcula elemental. De modo semejante, el sabio no logra conocer la conjunci¨®n de su situaci¨®n hist¨®rica y el v¨¦rtigo acelerado de sus descubrimientos. Y quiz¨¢ tampoco ninguno de nosotros sepa determinar juntamente d¨®nde est¨¢ y a d¨®nde va en este mundo hermoso y atroz.
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