Paisaje posapocal¨ªptico con urnas
Ya saben, es la ¡°fiesta de la democracia¡±, en la pat¨¦tica ret¨®rica de quienes consideran que la democracia consiste en que los ciudadanos se expresen cada cuatro a?os
Nunca escarmiento. Y conste que ya voy teniendo edad para sentar cabeza. Deber¨ªa grabarme en ella el sabio proverbio que advierte que de grandes cenas est¨¢n las pesadillas (y las sepulturas) llenas. La secuencia de la velada de marras fue como sigue: por la tarde me hab¨ªa escapado a ver Mad Max, furia en la carretera, la ultratrepidante ¨²ltima entrega (nunca cuartas partes superaron a las segundas) de la saga de George Miller; luego qued¨¦ a cenar con unos amigos y amigas tan electoralmente desconcertados como yo para discutir qu¨¦ ¨ªbamos a hacer este domingo (ya saben: la ¡°fiesta de la democracia¡±, en la pat¨¦tica ret¨®rica de quienes consideran que la democracia consiste en que los ciudadanos se expresen cada cuatro a?os). Como era de esperar, nos pasamos abundantemente en el yantar y el libar, aunque no llegamos a mayor conclusi¨®n que la de que, ?ay!, seguir¨ªamos acudiendo a las urnas con esperanza y sin convencimiento, como quer¨ªa el poeta. De modo que cuando me acost¨¦ iba, a m¨¢s de desconcertado, cargadito, as¨ª que cuando me qued¨¦ dormido con un libro en el regazo vino lo que ten¨ªa que venir: en mi pesadilla, la se?ora Aguirre aparec¨ªa disfrazada de Imperator Furiosa (el papel que en la peli interpreta la estupenda Charlize Theron), con brazo prot¨¦sico incluido. Claro que mi inconsciente hab¨ªa provocado un deslizamiento moral, y en mi agitado sue?o la obstinada y orgullosa dama ejerc¨ªa de villana, rodeada de una cohorte pretoriana de decadentes y corruptos que utilizaban a los madrile?os como ¡°bolsas de sangre¡± privatizadas para sus particulares transfusiones, muy necesarias para sobrevivir en el territorio que dominaban. El escenario ¡ªde acuerdo con la imprevisible topograf¨ªa de los sue?os¡ª era y no era Madrid: un desierto posapocal¨ªptico y poselectoral de arena y polvo como el de Namibia, en el que, rodeado de ruinas trabajadas por el tiempo y la incuria, se alzaban, como ¨²nica arquitectura reconocible, los restos del Palacio de Comunicaciones de Palacios y Otamendi, ahora convertido en morada (provisional) de la dominatrix y sus depredadoras huestes. Me despert¨¦, como me ha sucedido otras veces, cuando cay¨® al suelo el libro que hab¨ªa estado leyendo antes de que me venciera el sue?o que todo lo confunde: los Cantares gallegos, de Rosal¨ªa de Castro, en la (estupenda) edici¨®n de Ana Rodr¨ªguez Fischer (C¨¢tedra). Al recogerlo, a¨²n sobresaltado, comprob¨¦ que lo ¨²ltimo que hab¨ªa subrayado eran estos dos versos memorables: ¡°Mais, ?ai, p¨ªcaro mundo!, ?mundo aleve!,?/ ?qu¨¦n de teus pasos e revoltas f¨ªa?¡±. Y ahora, a votar, que son dos d¨ªas.
Batalla
Hay batallas que clausuran el mundo en que se libran y engendran otro muy distinto en el que ¡ªas¨ª suelen creerlo los vencedores¡ª ya no habr¨¢ necesidad de ellas, como anuncia la secular profec¨ªa seg¨²n la cual habr¨¢ finalmente una guerra que acabar¨¢ con todas las guerras. Waterloo fue una de esas batallas en las que todo cambi¨® para que el mundo se reorganizara de nuevo de acuerdo a las nuevas hegemon¨ªas. Alessandro Barbero, un prestigioso historiador al que fascinan esas apoteosis b¨¦licas que catalizan y resuelven las tensiones pol¨ªticas de su tiempo, ya nos hab¨ªa ofrecido en su Lepanto, la batalla de los tres imperios (Pasado y Presente) una muestra de su modo de abordarlas. En Waterloo, la ¨²ltima batalla de Napole¨®n (tambi¨¦n en Pasado y Presente), Barbero se emplea a fondo en comprender qu¨¦ sucedi¨® y a qu¨¦ conflictos puso punto final la c¨¦lebre batalla que tuvo lugar en las cercan¨ªas de Bruselas el 18 de junio de 1815 ¡ªen unos d¨ªas se conmemora su bicentenario¡ª y en la que culmin¨® la serie de enfrentamientos entre la S¨¦ptima Coalici¨®n, dirigida por Wellington y Von Bl¨¹cher, y el ej¨¦rcito que hab¨ªa conseguido reunir un Napole¨®n al que el exilio en su principado de Elba no le hab¨ªa restado ni carisma ni capacidad estrat¨¦gica, como demostr¨® en sus ¨²ltimos Cien D¨ªas de gloria. Barbero, uno de esos benditos historiadores que sabe c¨®mo comunicar al gran p¨²blico sus conocimientos, encuadra contexto y protagonistas ¡ªa los que inviste de un halo literario¡ª antes de proceder a la descripci¨®n de una batalla en la que se enfrentaron cerca de 200.000 soldados en un ¡°pa?uelo de tierra de apenas cuatro kil¨®metros por cuatro¡±, y en la que las diferentes y cambiantes t¨¢cticas de los ej¨¦rcitos en presencia se muestran al lector con pulso narrativo y ¨¢gil. Waterloo, que sirvi¨® para acabar durante casi medio siglo con los conflictos de una Europa que hab¨ªa despertado a la revoluci¨®n, se convirti¨® en un mito visitado por grandes escritores posteriores ¡ªChateaubriand, Stendhal, Hugo, Thackeray o Balzac¡ª y que persiste incluso en la cultura popular, desde canciones hasta videojuegos de estrategia.
Cuentos
En una de sus entrevistas a escritores que Juan Cruz ha reunido en Toda la vida preguntando (C¨ªrculo de Tiza), Zadie Smith afirma que una de las principales razones por las que la gente sigue escribiendo libros es ¡°por la felicidad de terminarlos¡±. Supongo que la cosa es bien distinta en el caso de un libro de relatos, que ¡ªsalvo muy raras excepciones¡ª est¨¢ compuesto por textos que fueron escritos en diferentes momentos y a partir de impulsos e inspiraciones distintos. He pensado en ello a prop¨®sito de dos magn¨ªficos libros de relatos de sendos autores ingleses, Rudyard Kipling (1865-1936) y Kingsley Amis (1922-1995), publicados recientemente. Al primero pertenece Los libros de la selva (Alba; traducci¨®n de Catalina Mart¨ªnez Mu?oz), que recoge los dos vol¨²menes de cuentos compuestos por Kipling en 1894 y 1895, cuando viv¨ªa en Brattleboro (Vermont) con Caroline Balestier, su mujer norteamericana. Para entonces, Kipling ya era un escritor famoso (el Nobel le llegar¨ªa en 1907), y estos relatos en que animales antropomorfizados (la mangosta Riki-tiki-tavi, por ejemplo, o el tigre Shir-jan) conviven con ni?os selv¨¢ticos (Mougli, Tum¨¦i) contienen algunas de las obras maestras de un escritor al que su dedicaci¨®n al periodismo ense?¨® que no existen asuntos sin importancia, y que todo relato puede contener una reflexi¨®n moral. Los Cuentos completos, de Kingsley Amis (Impedimenta; traducci¨®n de Raquel Vicedo), re¨²ne todos los relatos escritos por Amis a lo largo de una vida en que la escritura (incluido el periodismo), la bebida, las tertulias con los amigos y los constantes adulterios ocuparon la mayor parte del tiempo. Amis destac¨® sobre todo como novelista, pero en esta recopilaci¨®n se encuentran algunas magn¨ªficas narraciones (en los m¨¢s diversos registros: de la ciencia-ficci¨®n a la s¨¢tira social) a las que Lucky Jim (Destino, 1954), Una chica como t¨² (Lumen, 1960; inencontrable) o Los viejos demonios (Lumen, 1986) no hacen sombra; l¨¦anse por ejemplo los estupendos ¡®Los amigos del morapio¡¯ o ¡®Hemingway en el espacio¡¯. En el ep¨ªlogo, en el que Amis cita expresamente a Kipling frente a quienes creen que el relato es un g¨¦nero menor, el autor afirma, sin embargo, que para ¨¦l, y comparado con el esfuerzo que requiere una novela, ¡°escribir cuentos no deja de ser trabajo, s¨ª, pero es como trabajar en vacaciones¡±.
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